PARA EL CAMINO

  • Si Dios lo dice, Dios lo cumple

  • octubre 15, 2023
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Isaías 25:6-9
    Isaías 25, Sermons: 1

  • Dios está preparando un banquete para todos los pueblos sin distinción. Nadie queda fuera de esta invitación. Dios no nos ha olvidado, él bien sabe de nuestros pesares, de nuestras lágrimas y de los gritos de nuestra conciencia que delatan nuestros pecados. El delicioso banquete gratuito y con los manjares más selectos de la tierra que Dios está preparando es para ti y para mí. Y si Dios lo dice, Dios lo cumple.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    ¿Te acuerdas cuando derramaste tus primeras lágrimas? ¿Quién te hizo tanto daño que te pusiste a llorar? O, ¿te acuerdas cuando te tapaste la cara con las manos o con una toalla o con cualquier otra cosa que tenías a mano porque no querías ver lo que estaba sucediendo o porque estabas lleno de vergüenza y no querías que te vieran sonrojado? Probablemente no tengas respuesta a estas preguntas. Yo tampoco me acuerdo. Pero sabemos que, en general, cuando un bebé nace, enseguida llora. La ciencia nos dice que ese llanto expandirá sus pulmones y expulsará el líquido amniótico y la mucosidad, demostrando así que están funcionando correctamente. Pero la causa del llanto es que al nacer quedan expuestos al frío y a un nuevo entorno. En otras palabras, nacemos llorando porque es la única forma en que podemos protestar porque tuvimos que dejar ese lugar tan lindo dentro de la panza de mamá. Y a partir de ahí nos comunicamos llorando hasta que aprendemos a comunicarnos señalando con la mano o usando palabras. La experiencia también nos dice que las lágrimas son muchas veces la única respuesta que podemos expresar ante algunas circunstancias.

    Nacemos llorando y nos vamos de este mundo dejando a nuestros seres queridos llorando. Ellos expresan con lágrimas el dolor ante esa muerte inevitable que persigue a todo el mundo tarde o temprano. Así estamos nosotros y así estaba el pueblo al que Isaías les escribe este mensaje. Ellos conocían de opresión, cautiverio y esclavitud. Y como muchos hoy, se preguntaban cuándo serían rescatados de esa aflicción. Vale destacar que los pueblos paganos de Canaán creían que sus dioses destruían la muerte. Sin embargo, ese enemigo implacable volvía una y otra vez. Veremos aquí, en nuestro mensaje, cómo Dios responde a esta situación.

    Desde la caída en pecado, la realidad del ser humano no ha cambiado. Seguimos llorando y sufriendo, seguimos pasando vergüenza y seguimos muriéndonos. Muchas profecías en el Antiguo Testamento destacaban las advertencias y los castigos divinos si el pueblo elegido no se corregía. Y a través de los siglos podemos ver cómo una y otra vez el pueblo no aprendía. Pero en algunos momentos los profetas anunciaban algo extraordinario, algo lindo, algo que traía alivio y esperanza. Ese es el caso de la profecía de hoy, en la cual Isaías presenta un cántico de alegría por lo que el Dios de los ejércitos va a realizar entre el pueblo. Fijémonos que no se trata de un dios cualquiera creado por los palestinos o por cualquier otra invención humana, sino del Señor de las huestes celestiales, el creador del universo y de todo lo que en él existe. Isaías dice que el Dios de los ejércitos ofrecerá un banquete. ¡Y a quién no le gustan los banquetes! La descripción de lo que sucederá en el banquete nos mostrará el propósito para semejante fiesta.

    Isaías elige el lenguaje cuidadosamente. Apunta con precisión una serie de verbos y expresiones que denotan la acción de Dios por su creación caída. Dios ofrecerá un banquete con los mejores vinos que se pueden producir, con exquisiteces y comidas para todos los gustos, usando solo lo mejor de lo mejor que la tierra produce. Ese banquete es para todos los pueblos sin distinción. Nadie queda fuera de esta invitación. Esto ya es especial. No se trata de mimar al pueblo elegido, sino de alcanzar a todos los habitantes de la tierra. Todos los grupos étnicos están invitados, los de ese tiempo y los de nuestro tiempo. Aquí es donde el mensaje de Isaías se hace actual. Dios no nos ha olvidado, él bien sabe de cada uno de nosotros y de nuestros caminos, de nuestros pesares, de nuestras lágrimas y de los gritos de nuestra conciencia que delatan nuestros pecados. El delicioso banquete gratuito y con los manjares más selectos de la tierra es para ti y para mí.

    En el lugar donde se ofrecerá el banquete, Dios «rasgará el velo con que se cubren todos los pueblos, el velo que envuelve a todas las naciones». Escuchemos cómo el apóstol Pablo explica esta imagen del velo. En 2 Corintios 3, el apóstol dice: «La mente de los israelitas se endureció… y cuando leen el antiguo pacto llevan puesto el velo que solamente por medio de Cristo puede ser quitado. Hasta el día de hoy, cuando leen a Moisés, el velo les cubre el corazón; pero ese velo les será quitado cuando se conviertan al Señor» (vv 14-16).

    No solo los Israelitas tienen un velo delante de sus ojos que les impide ver el amor de Dios. Todas las personas nacemos con ese velo que solo Dios puede quitar. No hay razonamiento humano que pueda convencer a alguien de que está en falta ante Dios, de que ha nacido injusto, mortal, pecaminoso y enemigo de Dios. Nadie puede ser convencido de que sus pecados son perdonados, de que hay vida después de la muerte, de que hay un infierno y un cielo creados por Dios, a menos que el mismo Dios, mediante el poder del Espíritu Santo, levante el velo, abra los ojos y los oídos y cambie el corazón de la persona.

    Y eso es precisamente lo que el Dios de los ejércitos hará cuando ofrezca el banquete. Quitará el velo para que podamos ver sus maravillas. Durante ese banquete Dios destruirá la muerte. Tal vez pensemos que esto es exagerado. Por experiencia sabemos de la muerte. Nuestras mascotas se mueren, nuestros seres queridos se mueren y nosotros moriremos como lo hicieron los miles de millones de personas que vivieron antes que nosotros. La muerte es la que destruye la vida y lo hace sin miramientos y de muchas formas a personas y animales y plantas y todo ser viviente. Hasta al mismo Jesús, el propio Hijo de Dios que nació santo, que no cometió pecado, a quien no le correspondía morir, la muerte se lo llevó a la tumba y lo cerró bajo llave y con guardias en la puerta. Jesús murió por causa de nuestros pecados. El inocente y santo se entregó voluntariamente para morir en nuestro lugar y así pasarnos los beneficios de su sacrificio. Y ahora en el banquete Dios nos reparte esos beneficios.

    Desde la muerte misma, desde adentro, Jesús conquistó la muerte. Para destruir a la muerte, ese enemigo enorme que todos enfrentaremos, Jesús se metió en sus entrañas y la derrotó saliendo victorioso de ella por el poder del Padre. No hubo tumba ni cerrojo ni guardias que pudieran retenerlo. Ahora la muerte está destruida para siempre. Jesús no es mezquino, su banquete es generoso, su triunfo es para todos los que, arrepentidos de sus pecados, se acercan a la mesa. El apóstol Pablo les escribe a los Romanos (6:4) sobre este tema y dice: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que así como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva».

    Ahora siguen todas las consecuencias de la victoria de Jesús sobre este gran enemigo: Dios enjugará toda lágrima de todas las personas. Sin excepción. El gran pañuelo de Dios llega hasta la eternidad. El apóstol Juan, en su visión del cielo nuevo y de la tierra nueva oyó una voz que le decía: «Aquí está el tabernáculo de Dios con los hombres. Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Dios enjugará las lágrimas de los ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni más llanto, ni lamento ni dolor; porque las primeras cosas habrán dejado de existir» (Ap 21.3-4). La muerte, mi estimado amigo, la muerte misma habrá dejado de existir. Ya no lloraremos más. La resurrección que nos espera a todos los creyentes será como nacer de nuevo, y esta vez será sin llanto. No más lágrimas. Nos comunicaremos con el lenguaje del amor que aprendimos de Dios mismo.

    Todo esto sucederá cuando Dios celebre el banquete para nosotros, cuando también Dios «borrará de toda la tierra la afrenta de su pueblo». Ya no habrá, en ningún lugar de la creación, quien deshonre a los hijos de Dios. En la compañía eterna de Jesús ya no habrá más afrenta, porque todos los enemigos ya habrán sido vencidos.

    Para finalizar la descripción de lo que pasará en el monte donde se llevará a cabo el banquete, Isaías afirma: «Dios lo ha dicho». Esta es la forma en que el profeta se asegura que sepamos que esta descripción no es un delirio suyo, sino la mismísima palabra de Dios. Es notable que después de este cántico de Isaías, la idea del banquete mesiánico se hizo muy común en el judaísmo. Tanto, que lo encontramos varias veces en el Nuevo Testamento. Hasta el mismo Jesús relató una parábola en Mateo 22 sobre el banquete de bodas para explicar cómo Dios invita a personas de todos los lugares y de todos los tiempos a su generosa comida.

    Tal vez te estés preguntando: ¿cómo puedo estar seguro de que esto será así? Es una pregunta válida. Estamos acostumbrados a dudar de todo lo que suena demasiado bueno, al punto que usamos la expresión ‘es demasiado bueno para ser cierto’. Y también estamos acostumbrados a cuestionar todo, incluso nuestra fe, y dudamos si nos alcanzará lo que creemos para ser resucitados y entrar al cielo con Cristo y todos los redimidos. Si esa pregunta está hoy en tu corazón, te invito que mires hacia el pasado, bien lejos en la historia, a los primeros versículos de la Biblia. Cuando el universo todavía estaba en desorden, Dios dijo: «¡Que haya luz!» y hubo luz. Dios dijo y Dios cumplió. Más adelante en la historia, Isaías anunció en el capítulo 9 (:2), lo que iba a suceder cuando Jesús ministrara en Israel, diciendo: «El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz; sí, la luz resplandeció para los que vivían en un país de sombras de muerte.» Y cuando Jesús vino al mundo, declaró abiertamente: «Yo soy la luz del mundo». Dios lo dijo y Dios lo cumplió.

    ¿Dónde está hoy ese banquete donde podemos recibir lo delicioso de Dios, donde podemos encontrar consuelo, donde secar nuestras lágrimas? Está en el monte santo que Dios nos ha asignado: en la reunión de los cristianos. Allí es donde Dios se ofrece a sí mismo. En cada reunión de adoración él viene a tocar nuestra alma, nuestro espíritu, nuestro ser todo para calmar nuestras ansiedades, perdonar nuestros pecados y animarnos a ver el triunfo final sobre la muerte en compañía de Jesús. La Palabra de Dios es como pan recién horneado, apetitoso y nutritivo y en la Santa Cena Dios nos ofrece el mejor vino, el de la sangre de Jesús que trae perdón de pecados, vida y salvación.

    El profeta cierra este gran anuncio con la reacción del pueblo de Dios, que nos incluye a ti y a mí, estimado oyente. Isaías dice: «En aquel día se dirá: «¡Éste es nuestro Dios! ¡Éste es el Señor, a quien hemos esperado! ¡Él nos salvará! ¡Nos regocijaremos y nos alegraremos en su salvación!»»

    Querido oyente, es mi oración que no dejes pasar la oportunidad. El banquete está servido. Dios te está esperando. Sé parte de una comunidad de fe. Y si aún no participas de ninguna, o si podemos ayudarte a afirmarte en la fe cristiana, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.