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PARA EL CAMINO
Dios no hace acepción de personas. Por el contrario, él tira abajo todas las barreras que nos separan y, a través de su Hijo Jesucristo, nos reúne de entre todas las naciones y nos une como hermanos y miembros de la misma familia de la fe.
«‘En verdad comprendo ahora que Dios no hace acepción de personas, sino que a él le agrada todo aquel que le teme y hace justicia, sea de la nación que sea'», dice el apóstol Pedro. ¡Qué gran momento en su vida y liderazgo! Como discípulo elegido y seguidor de Jesús, Pedro había sido testigo de cosas increíbles. Según se detalla en el capítulo 7 del evangelio de Marcos, Pedro había visto a Jesús discutiendo con los fariseos sobre lo que Dios consideraba «puro» e «impuro», y lo había visto sanar a la hija de la mujer siro fenicia, cosa inusual ya que era forastera. Más adelante, en el capítulo 11, vemos que Pedro ve a Jesús en acción cuando, literalmente, éste limpia el Templo de los que allí hacían negocios, para que nuevamente fuera una «casa de oración para todas las naciones». Pedro también escuchó la confesión que hizo el centurión, un soldado romano, a los pies de la cruz de Jesús, cuando dijo: «Ciertamente, este hombre era el Hijo de Dios.»
Pedro no sólo vio que Jesús obró a favor de las personas sino que también, a través de él, experimentó personalmente el amor incondicional de Dios. Por ello es que cuando dice: «comprendo ahora que Dios no hace acepción de personas», y cuando acepta que por ejemplo Cornelio, un gentil, puede recibir el Evangelio y ser parte de la Iglesia de Jesús igual que él, me dan ganas de decir… ‘pero, cómo, ¿antes no lo creías así? Entonces, ¿cuál es el problema aquí, en el capítulo 10 de Hechos?’
Bueno, sabemos que Pedro no era para nada presuntuoso. Él creía que Dios amaba a todas las personas, e incluso se juntaba con personas que eran diferentes a él. Cuando los mensajeros de Cornelio llegaron a visitar a Pedro, éste estaba viviendo en la casa de Simón, el curtidor, considerada una persona rechazada por la Ley judía. Pero, como se nos muestra en Gálatas 2, parece que, y por más que lo hace de buen corazón, Pedro trata de mantenerse en la comodidad de lo conocido… cuando en realidad el Evangelio nos llama a aventurarnos, en fe, a lo desconocido.
Dios va a dejar impreso en Pedro, una vez más, el alcance de su amor. Lo va a enviar personalmente a confirmar la fe de Cornelio, un gentil, un hombre del cual muchos, en esa época, pensaban que no pertenecía a la iglesia de Dios. Dios le va a enseñar a Pedro, como nos enseña a nosotros, que su amor es el único amor que puede atravesar cualquier barrera que pretenda separarnos, y unirnos en una familia: la familia de la fe.
Volvemos a leer las palabras de Pedro: «‘En verdad comprendo ahora que Dios no hace acepción de personas, sino que a él le agrada todo aquel que le teme y hace justicia, sea de la nación que sea.'»
La semana pasada dijimos que el poder de la vida cristiana se encuentra en la fe que tenemos en Jesucristo. Dijimos que él es la vid y nosotros sus ramas y que, cuando permanecemos conectados a él por la fe, recibimos la fuerza y el poder necesarios para todo lo que hacemos. Porque cuando nos alimentamos de él, él produce en nosotros los frutos de la fe para que los demás puedan probar y ver cuán bueno es su amor.
Hoy aprendemos, junto con Pedro, que Dios continúa dirigiéndonos hacia nuestro prójimo en amor. Dios nos llama a ser imparciales en nuestra buena disposición para compartir el Evangelio de Jesucristo con los demás, así como también en celebrar cuando personas de otra raza, lengua, o cultura, llegan a su amor. Dios nos desafía a que, al igual que Pedro, reconozcamos que su amor es 100% gracia, sin necesidad de pertenecer a ningún grupo especial, y sin que se requiera ninguna obra o esfuerzo de parte nuestra.
El problema es que nos gusta quedarnos en lo que nos resulta cómodo, confortable, y conocido. Nos gusta juntarnos con quienes son como nosotros, con quienes hablan, se visten, y actúan igual que nosotros. Así es como funcionamos… así es como funciona el mundo en general: como un club. ¿No me crees? Trata de conseguir un trabajo en Hollywood o en el gobierno, diciendo públicamente que eres cristiano. Hasta en el sector privado, por mejor preparado que uno esté, se está haciendo cada vez más difícil mantenerse fiel a la fe que uno profesa.
Es que la parcialidad es inherente al corazón humano. Es lo que nos hace ser amables sólo con las personas que apreciamos, y nos hace querer sólo a quienes son queribles. Es el pecado que infecta no sólo al mundo en que vivimos, sino también a cada iglesia. Debemos reconocer y admitir que no siempre hemos amado a los demás de la forma en que Cristo nos ama, ni siempre hemos abierto nuestros brazos y nuestros hogares para acoger a quienes no son como nosotros. Por lo tanto, necesitamos aprender la misma lección que aprendió Pedro: que el Señor no hace acepción de personas, pues todos hemos pecado y estamos apartados de la gloria de Dios… pero también que el amor de Dios está disponible para todos los que creen en Jesucristo como su Salvador.
En el capítulo 10 del libro de Hechos, Dios también le recordó a Pedro que su amor hace todo lo que es necesario para reconciliar consigo a la humanidad pecadora. Cuando él dice que algo es puro, es puro. Cuando Dios perdona a una persona, esa persona es perdonada. Pedro estaba asombrado por la inmensidad del amor de Dios. Fue por ello que, arrepintiéndose de la estrechez de su comprensión de la gracia de Dios, y luchando consigo mismo con la tentación de amar sólo a aquéllos a quienes él creía eran dignos de ser amados, le abre su corazón a Cornelio y lo recibe como a un hermano en la fe. Hay veces en que es necesario que alguien nos recuerde quiénes somos, ¿no es cierto?
Una de las cosas especiales del Día de la Madre es que, en este día, celebramos el amor especial de las madres. De hecho, algunos de nosotros comenzamos a comprender el amor incondicional de Dios a través del amor que recibimos de nuestras madres. Así le sucedió a un niño. Era una tarde común y corriente. Su mamá estaba preparando la cena cuando él se le acercó y le dio un papel. Ella se secó las manos y se agachó a su lado para leer el papel que él le había dado: era una lista de todas las cosas que el niño había hecho… junto con lo que ellos le debían por sus servicios. Por cortar el césped: $5 dólares; por limpiar su dormitorio: $1 dólar; por cuidar a su hermanito mientras sus padres habían ido de compras: $2 dólares; por sacar la basura: $1 dólar. Y la lista seguía, hasta que al final decía que, en total, le debían $15 dólares.
Por la forma en que la madre lo miró, el niño se dio cuenta que estaba pensando seriamente en lo que él había escrito. Pero, sin decir una palabra, ella tomó una lapicera, dio vuelta el papel, y comenzó a escribir su respuesta. Cuando terminó, se la leyó. Decía lo siguiente: los nueve meses que te llevé dentro de mí mientras te estabas formando y estabas creciendo: gratis; todas las noches que no dormí por cuidarte: gratis; todas las veces que lloré por causa tuya: gratis; todas las veces que te cambié los pañales y te alimenté: gratis; todos los juguetes, comida, y ropa que te compré: gratis. Hijo, cuando te pones a sumar, lo que debes pagar por mi amor es: gratis.
Cuando la mamá terminó de leer, con los ojos llenos de lágrimas el niño le dijo: «Mami, ¡te quiero mucho!» Y luego, con letras bien grandes, escribió sobre su cuenta: «CANCELADA».
Cuando con nuestro amor reflejamos el amor de Dios, muchos son bendecidos. Su amor es tal, que paga el precio que debe ser pagado. Su amor es tal, que nos deja asombrados, así como lo dejó a Pedro. Su amor es esa clase de amor que puede echar por tierra todas las barreras y construir puentes… porque es el amor de Cristo en acción a través de nosotros.
Cuando comprendemos que Dios NO nos salvó porque merecíamos ser salvos sino solamente por gracia a través de la obra de Jesucristo, y nada más que gracias a él… entonces recibimos su amor a través del arrepentimiento, y la fe nos abre a las personas de una manera totalmente diferente.
¿Recuerdas la historia de Jesús con su madre y sus hermanos? Sé que no es la historia ideal para contar en el Día de la Madre, pero aquí va. En Marcos 3:32 se nos dice que, mientras Jesús estaba enseñando dentro de una casa, le avisan que su madre y sus hermanos están esperándolo afuera. Jesús parece no darle importancia al anuncio, pues dice: ‘¿Y quién es mi madre y mis hermanos?’ Y luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, él mismo contestó: ‘Mi madre y mis hermanos están aquí. Porque todo el que hace la voluntad de Dios es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.’ Vale aclarar que, al decir esto, Jesús no estaba menospreciando a su familia, sino al contrario, ¡la estaba expandiendo! Porque la relación que tenemos con Dios a través de la fe, por la cual lo conocemos y confiamos en su amor por sobre todas las cosas, es la llave para la vida y el poder para todos los otros «amores» de este mundo. Porque con su amor podemos echar abajo todas las barreras y vencer todos los obstáculos. Con su amor podemos ocuparnos de los demás de la misma forma que Dios, en Cristo, se ocupa de nosotros.
Si has sido herido o traicionado, quiero que sepas que hay un amor que puede vencer ese dolor. Si tu familia está siendo atacada por las injusticias de este mundo, aún cuando no hayan hecho nada para merecerlo, quiero que sepas que hay un amor que puede protegerles y sostenerles. Si te cuesta creer que exista un amor así, prepárate, porque el amor de Cristo, el amor de Dios en acción, te va a encontrar. Jesucristo fue a la cruz por ti y, en el poder de su resurrección, está viniendo con su Palabra para sanarte, perdonarte, y amarte. Su Iglesia está llena de personas que, al igual que Pedro, día a día descubren que Dios ama a todas las personas por igual, y que él derrama su amor sobre todas las personas por gracia a través de la fe. Ese amor echa por tierra todas las barreras y construye puentes, para que muchos más puedan verlo y experimentarlo en sus vidas.
No es fácil confiar en los demás, ¿no es cierto? Cuanto más leo las noticias, más me convenzo que los políticos no nos van a salvar. Como tampoco nos van a salvar nuestras posesiones o nuestras cuentas de ahorros. De hecho, cuantas más cosas y ganancias acumulamos, más motivos de preocupación y temor tenemos, pues la codicia y el crimen abundan. Hasta las cosas buenas de este mundo parecen querer separarnos y dividirnos. Es por ello que, con más razón aún, el amor de Dios en Cristo es la única esperanza que tenemos. Sólo el Evangelio puede superar las fronteras de los idiomas, las costumbres, las culturas, las tradiciones y las nacionalidades, y unirnos por gracia, a través de la fe en Jesucristo en un solo cuerpo.
Dios es real. Su Hijo Jesús vivió, murió y resucitó por ti y por mí. Y lo hizo no sólo para que podamos ser salvos, sino también para que seamos parte de su familia. Es por ello que todos los que creemos en él estamos unidos… porque nos une el amor del mismo Salvador. Si realmente somos cristianos, no podemos menos que desear que nuestra familia, nuestros amigos, nuestros vecinos, e incluso nuestros enemigos, también lo sean. Una vez que conocemos lo que es tener un amor en común que no es un amor común, no podemos menos que desear que los demás también lo experimenten.
Hace unos años salió una película titulada «Los cuatro hermanos». Era la historia de cuatro jóvenes incorregibles, dos blancos y dos negros, de la misma familia. No compartían siempre la misma casa, y tampoco tenían los mismos padres. Pero sí tenían la misma madre: su nombre era Evelyn, y era la madre adoptiva de estos cuatro jóvenes. Es una película muy dura, pero con un mensaje importante: aun en un mundo de violencia y discordia, aun en un mundo en el cual reinan las drogas y las pandillas… puede haber redención, puede haber algo tan poderoso como para vencer el mal. En este caso, es el amor de una mujer que elije ser la madre de esos jóvenes cuando nadie más quiere serlo. En un momento de la película, un detective dice: «Si esta mujer es tan buena, ¿cómo es posible que termine criando a cuatro perdedores?» A lo que el teniente le responde: «Esta mujer rescató a cientos de jóvenes de la calle. En 30 años sólo tuvo cuatro causas perdidas. Créeme que estos jóvenes son un lujo comparados con lo que hubieran sido si ella no los hubiera adoptado.»
La Iglesia de Jesús nunca ha dicho que sus miembros sean excepcionales. Todos sufrimos las mismas tentaciones y problemas que el resto del mundo. Más bien, los cristianos proclamamos un amor excepcional que está a disposición de todas las personas. La iglesia cristiana proclama que, aun cuando nos falle el amor de nuestro padre o de nuestra madre, o aun cuando fallemos nosotros en amar de la manera que el otro necesita, existe un amor mayor que está dispuesto a rescatarnos y unirnos como familia. Su amor nos une cuando todo lo demás nos divide, y no sólo como familia. Porque no sólo estamos unidos por su amor en una misma fe y en una misma causa, sino que la Biblia dice que, en Cristo, Dios derrama sobre todos nosotros su Espíritu Santo y que, quienes creemos, somos «templo del Espíritu Santo» (1 Corintios 6:19), y miembros de su cuerpo (1 Corintios 12).
En el Día de la Madre celebramos el amor de todas las madres del mundo. Un amor que se sacrifica y protege, un amor que está dispuesto a luchar por los suyos contra viento y marea. Pero hoy también recordamos y celebramos un amor aun mayor, uno que las madres fieles les han enseñado a sus hijos a través de la historia: el amor de Dios en Jesucristo. Hoy celebramos lo que Pedro volvió a aprender: la inmensidad del amor de Dios para todos. Estando en la casa de Cornelio, Pedro necesitó ver que el amor de Dios no sólo no tenía fronteras, sino que además es el único amor que realmente puede echar abajo todas las barreras, reconciliar a quienes están distanciados, y hasta hacer que los enemigos se vuelvan amigos eternos. En medio de la intolerancia y el odio, y de la alienación y la discordia, Pedro confiesa el poder del amor de Dios cuando dice: ‘En verdad comprendo ahora que Dios no hace acepción de personas, sino que a él le agrada todo aquel que le teme y hace justicia, sea de la nación que sea.’
Hoy, por fe, tú también puedes celebrar y compartir ese amor.
Y si podemos ayudarte a encontrar o experimentar el amor de Dios en Cristo Jesús, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.