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PARA EL CAMINO
Jesús dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí». Él no es una verdad, parte de una verdad, o mi verdad. Jesús es la única verdad que salva.
El tema de este mensaje es la verdad.
La verdad es lo que el mundo más lucha por encontrar, y lo que más a menudo se nos es negado. No hace mucho prediqué en el aniversario de una iglesia. Durante el mensaje cité las palabras que dijera Jesús, registradas en Juan 14:6, donde dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí», y otros textos en los que Jesús dice que él es la verdad. El punto que quería hacer era que Jesús es la única verdad que puede salvar. Él no es una verdad, o parte de una verdad, o mi verdad. Jesús es la única verdad que salva.
Cuando terminó el servicio y estaba afuera conversando con la gente, se me acercó un joven y me dijo: «Pastor, está bien que usted predique acerca de que Jesús es la verdad, pero la semana pasada escuché a un musulmán que dijo que el islam era la verdad. Yo creo que las dos religiones tienen razón. ¿Acaso no enseñan las mismas cosas? ¿No le dicen a las personas que sean buenas y hagan el bien, así pueden estar seguras de ir al cielo?»
Ya que este joven había mencionado el islam, traté de explicarle las diferencias entre esa fe y el cristianismo. Le dije que el cristianismo adora la Trinidad, o sea, a Dios el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, mientras que los musulmanes creen que decir que Jesús es el Hijo de Dios es una blasfemia. Ellos también rechazan por completo que Jesús habia sido enviado del cielo para ser nuestro sustituto, y por supuesto niegan totalmente la creencia que nuestro perdón y salvación eterna dependen de la fe en el Salvador crucificado y resucitado. Hice lo mejor que pude para explicarle las diferencias pero, cuando terminé, con total honestidad me dijo: «¿Ve? Eso es lo que yo quiero decir. Las dos religiones están de acuerdo en lo mismo. Todos tratan de llegar al cielo… sólo que usan diferentes términos». Indudablemente, ese joven no pudo comprender lo que le traté de explicar: si el cristianismo está correcto, el islam no lo está, y si el islam está correcto, el cristianismo no lo está.
La verdad es lo que el corazón humano más ansía, y uno de los regalos de Dios que más nos cuesta creer. Si no me creen, piensen en Adán y Eva quienes, en el Jardín del Edén, estaban rodeados de las bendiciones inmaculadas de Dios. En su mundo no había lugar para dolores, sufrimientos, lágrimas, enfermedades, penas, o muerte. La perfección era la verdad que su amoroso Señor les había dado. Pero, a pesar de todo eso, fue una verdad que no pudieron recibir sin cuestionarla. Con demasiada facilidad creyeron a Satanás cuando los tentó diciéndoles: «¿No será que Dios les está escondiendo algo? ¿No será probable que hayan más cosas… muchas más cosas que puedan disfrutar? Miren, fíjense en esta fruta. ¿No les resulta tentadora? Sin lugar a dudas debe ser bien sabrosa. Tómenla, pruébenla. ¿Qué mal les va a hacer si la comen?» Lamentablemente, un mal tremendo.
La verdad es lo que el corazón humano más ansía, y uno de los regalos de Dios que más nos cuesta creer. Cuando Jesús fue llevado ante el representante romano Poncio Pilato para ser juzgado, no pasó mucho antes que éste se diera cuenta que estaba tratando con una persona excepcional, y concluyera que Jesús había sido traicionado, que en realidad era inocente, y que ciertamente no había cometido ningún crimen que mereciera que lo colgaran en una cruz. Hay que reconocer que, aún en medio de todos los engaños, Pilato pudo ver la verdad. Pero cuando le llegó el momento de elegir entre liberar a un criminal, o a Aquél en quien no había encontrado culpa alguna, Pilato simplemente se desentendió, echó por la borda la verdad, y prefirió adorar al «dios de la conveniencia».
La verdad es lo que el corazón humano más ansía, y uno de los regalos de Dios que más nos cuesta creer. Fijémonos en los acontecimientos del Domingo de Pascua. A través de su ministerio, Jesús les había dicho a sus discípulos lo que le iba a suceder. Mateo 16:21 dice: «Desde entonces comenzó Jesús a advertir a sus discípulos que tenían que ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas a manos de los ancianos, de los jefes de los sacerdotes y de los maestros de la ley, y que era necesario que lo mataran y que al tercer día resucitara». Bien claro, ¿no es cierto? En el capítulo siguiente, Mateo 17:22-23, nuevamente dice: «Estando reunidos en Galilea, Jesús les dijo: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Lo matarán, pero al tercer día resucitará.» Uno pensaría que con esto ya sería suficiente para que los discípulos comprendieran lo que le iba a suceder a su Maestro, y cuánto iba a sufrir para obtener nuestro perdón y salvación. Sin embargo, no fue así, porque una vez más Jesús dice en Mateo 20:18-19: «Ahora vamos rumbo a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen. Pero al tercer día resucitará.»
Tres veces Jesús dice que va a ser arrestado en Jerusalén, que lo van a llevar a juicio, y que va a morir en una cruz. Y luego, cada vez agrega que al tercer día va a resucitar de los muertos. Esta última parte es la que les debería haber llamado la atención a los discípulos. Es bien sabido que todas las personas mueren; pero generalmente nadie resucita. Yo he oficiado en cientos de funerales, pero ninguno de esos muertos se ha levantado de la muerte… al menos no todavía, que yo sepa. Eso es porque, cuando las personas se mueren, se quedan muertas. Es por ello que los discípulos deberían haber recordado todas las veces que Jesús había dicho que al tercer día iba a resucitar. Deberían haberlo recordado, pero no lo hicieron.
Pensemos en lo que sucedió ese primer Domingo de Resurrección. Ya antes del amanecer, las mujeres cercanas a Jesús habían estado juntando todo lo que necesitaban para ir a terminar de preparar el cuerpo de su Maestro. Esas mujeres no estaban celebrando una resurrección; al contrario, iban a terminar un entierro. Estaban despidiéndose de Aquél que ellas habían creído iba a cambiar el mundo. ¿Y los discípulos? En las horas que habían pasado desde que Jesús había muerto, los amigos de Jesús no habían estado ensayando un coro para cantar himnos en la tumba de Jesús. Ni los hombres ni las mujeres habían pasado el sábado decorando huevos de Pascua y comprando conejitos de chocolate para los niños. Tampoco habían estado cocinando para celebrar con una buena comida cuando Jesús saliera vivo de la tumba, así como él había dicho. No, nada de eso. Los discípulos estaban escondidos, muertos de miedo, temiendo que en cualquier momento los soldados romanos fueran a arrestarlos, enjuiciarlos, castigarlos, y crucificarlos como a su Señor. Para ellos, la verdad había sido el regalo de Dios que más les había costado creer.
Pero hubo otras personas que sí recordaban la promesa de Jesús de vencer la tumba. ¿Quiénes? Los enemigos de Jesús. Ellos lo recordaban bien. Por eso es que fueron donde Pilato y le pidieron que pusiera guardia frente el sepulcro, lo sellara, y tomara toda clase de precauciones para que la tumba de Jesús estuviera segura. Así es, los asesinos de Jesús lo recordaron, pero sus discípulos no, porque ellos no creyeron que Jesús fuera a resucitar… y las mujeres tampoco. Ellas estaban tan seguras que Jesús iba a permanecer muerto, que cuando él resucitó como lo había prometido, les costó aceptarlo. Al fin del primer día de resurrección, después que Jesús se había aparecido a las mujeres y a uno o dos de los discípulos, la mayoría de los seguidores de Jesús todavía hablaban de él en pasado. En el Evangelio de Lucas, capítulo 24 versículo 21, está registrado lo que unos discípulos, que iban camino a un pueblo llamado Emaús, dijeron: «Pero nosotros abrigábamos la esperanza de que era él quien redimiría a Israel». Estos discípulos estaban hablándole al Salvador, pero aún no lo sabían.
Esa misma noche Jesús se apareció a diez de sus más antiguos y queridos amigos… aquéllos que lo habían oído prometer que al tercer día iba a resucitar de la muerte… aquéllos que habían escuchado el informe de las mujeres que habían visto a Jesús. Cuando Jesús se les apareció en persona, ¿saben qué hicieron? Lucas 24:37-38 dice: «Aterrorizados, creyeron que veían a un espíritu. ‘¿Por qué se asustan tanto? -les preguntó Jesús -. ¿Por qué les vienen dudas? Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los tengo yo.'»
¡Por fin los discípulos podían comprender la verdad! Bueno, eso es lo que uno cree, pero no fue así. Es increíble la capacidad que tenemos para no aceptar la verdad… especialmente cuando esa verdad viene de Dios. Fíjense lo que sigue diciendo Lucas: «Como ellos no acababan de creerlo… les preguntó: ‘¿Tienen aquí algo de comer?’ Le dieron un pedazo de pescado asado, así que lo tomó y se lo comió delante de ellos. Luego les dijo: ‘Cuando todavía estaba yo con ustedes, les decía que tenía que cumplirse todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.’ Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras. ‘Esto es lo que está escrito -les explicó-: que el Cristo padecerá y resucitará al tercer día…» (Lucas 24:41-46).
Más tarde, cuando llegó Tomás, le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!» Pero Tomás les respondió: «Mientras no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré» (Juan 20:25). Ciertamente, la verdad es lo que el corazón humano más ansía, y uno de los regalos de Dios que más nos cuesta creer. Una semana después, Jesús fue a visitar a Tomás. Es interesante notar que Jesús no fue a reprenderlo o rezongarlo por su incredulidad. Jesús no fue a decirle algo así como: ‘Ya te había dicho que iba a resucitar, ¿no es cierto? Mandé ángeles para que les dijeran a todos que había resucitado. Me le aparecí a María y a las otras mujeres. Hablé con Pedro y Santiago y con los otros dos que iban camino a Emaús. Estuve con los diez discípulos. ¿Te contaron que hasta comí pescado con ellos? ¿Y aún después de todo esto no crees la verdad?’ No. Jesús no dijo nada de eso. Lo que hizo fue decirle a Tomás: ‘¿Necesitas pruebas? Aquí las tienes: mira mis manos; toca mi costado. Soy real.’ Y finalmente Tomás creyó lo que hasta entonces sólo había sido un deseo de su corazón.
Lo mismo sucede hoy en día. Al mundo incrédulo le cuesta mucho aceptar que Jesús cumplió la ley por nosotros, que resistió las tentaciones de Satanás por nosotros, y que venció la muerte por nosotros. Cuando mucho, conceden que Jesús vivió y murió. Pero cuando se trata de la resurrección, ahí sí que no dan el brazo a torcer. Muchos dicen que cayó en coma, pero que todavía estaba vivo cuando lo bajaron de la cruz y lo llevaron al sepulcro, y que el frío del sepulcro lo ayudó a revivir. Otros dicen que los discípulos ansiaban tanto ver a Jesús, que tuvieron algo así como una alucinación grupal. Y podría seguir mencionando más ejemplos de posibles explicaciones. Algunos dicen que los discípulos se olvidaron de dónde habían puesto el cuerpo de Jesús, y fueron al sepulcro equivocado. Otro dicen que los discípulos sabían dónde lo habían puesto, y que lograron burlar la guardia romana y robarlo. En definitiva, lo que todo esto nos está diciendo simplemente corrobora que lo que dice Pablo es cierto: «El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios» (1 Corintios 1:18). Porque esto que Pablo dice acerca de la cruz de Jesús, también lo podemos decir de su tumba vacía. Para el mundo, un Jesús resucitado es una locura, pero para quienes hemos visto al Salvador, para quienes junto con Tomás hemos dicho: «Mi Señor y mi Dios», un Señor Jesús resucitado es la garantía de salvación y vida eterna.
Y aquí es donde algunos tropiezan. Porque el mundo nos ha enseñado tan bien que la verdad no existe, que, cuando la tenemos en frente de nuestras narices, nos cuesta aceptarla. En nuestra sociedad ya a los niños se les enseña que el proceso para llegar a la verdad es más importante que la verdad en sí misma, y que el único juicio que deben emitir es no juzgar a nada ni a nadie. Que cada uno crea en lo que quiera y cuanto quiera, y todos vamos a encontrar nuestra propia verdad y ser felices con ella.
El único problema es que Dios ha puesto en nuestros corazones la necesidad de sentirnos seguros, pero así no lo logramos. Sólo en Jesús podemos encontrar la seguridad que nuestro corazón anhela. Si todavía le cuesta creerme cuando le digo que «¡Jesucristo ha resucitado!», una vez más le invito a que lo crea, porque es la verdad.
En este mensaje hemos hablado de cuánto les costó creer a los discípulos. Nada diferente a lo que sucede hoy. Pero finalmente pudieron ver al Salvador, y ya no lo pudieron negar más. Y cuando alguien les preguntaba: «¿Qué debo hacer para ser salvo?», la respuesta era: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo».
La resurrección es la prueba de Dios de que el castigo por nuestras culpas ha sido pagado. Créalo, porque es la verdad. ¡Jesucristo ha resucitado!
Si podemos ayudarle a celebrar la victoria de Cristo sobre la muerte, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.