PARA EL CAMINO

  • Somos perdonados

  • mayo 10, 2009
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 1 Juan 4:10
    1 Juan 4, Sermons: 2

  • Jesús amó y todo lo hizo para que usted y yo, y toda la humanidad, podamos recibir la fe y ser salvos de la esclavitud del pecado, de las ataduras de Satanás, y de la condenación de la muerte. ¿Conoce usted este amor?

  • Si no contamos el Cuarto Mandamiento («Honra a tu padre y a tu madre» – Éxodo 20:12ª), el Día de la Madre no es mencionado para nada en la Biblia. Sin embargo, hoy en día ningún predicador se atreve a subir al púlpito sin hacer al menos una referencia a las madres que se encuentran presentes. No malinterpreten lo que estoy diciendo. Esas madres están en la iglesia porque quieren, es más, porque necesitan escuchar una vez más que el Hijo de Dios vino a este mundo para obedecer los mandamientos y para vencer al pecado, al diablo y a la muerte. Pero muchas, o la mayoría de ellas, se sentirían desilusionadas si el vocero del Señor no reconociera públicamente de alguna manera su rol de madres.

    De más está decir que en este Día de la Madre no hay ninguna madre aquí conmigo en el estudio, así que no hay nadie que ponga cara rara por lo que estoy diciendo, y tampoco hay nadie que podría quejarse si no dijera algo sobre el Día de la Madre. Pero no se preocupen que no lo voy a hacer.

    Hace 39 años que mi esposa y yo estamos casados, por lo que en 1967 comenzamos a hablar del Día de la Madre, un día que se supone debe ser lindo y feliz. Pero ese Día de la Madre no comenzó bien, ya que mi esposa se despertó con un terrible dolor de cabeza. Al enterarse, nuestra hija de 7 años decidió hacerse cargo de la situación… y de cuidar a su mamá. Desde la puerta del dormitorio, preguntó: «Mami, ¿qué puedo hacer para ayudarte?» Sonriendo a pesar del dolor, la mamá le contestó: «Nada querida. Sólo necesito quedarme en la cama un poco más.» «Está bien», le contestó. A los cinco minutos regresó y volvió a preguntar: «¿Puedo hacer algo para ayudarte?» «No necesito nada, querida, ya se me va a pasar.», fue la respuesta de la mamá. No habían pasado ni tres minutos y la pequeña estaba una vez más en la puerta del dormitorio preguntando si podía ayudar en algo. Al darse cuenta que la niña no la iba a dejar descansar hasta que le pidiera que hiciera algo, la mamá le dijo: «¿Me podrías traer una taza de té?»

    El deseo de la mamá fue una orden para la niña, quien salió disparando hacia la cocina. Al cabo de unos minutos apareció en el dormitorio con la taza de té. La mamá se sentó en la cama y comenzó a tomar el té que estaba sorprendentemente rico. Mientras lo hacía, observaba la expresión de satisfacción que tenía el rostro de su niña. «Muchas gracias por el té. Está realmente rico. ¿Tuviste algún problema para hacerlo?» «No, al contrario, fue más fácil de lo que pensaba», le respondió la niña. «Lo único fue que no pude encontrar el colador para el té, y no quise molestarte, así que en su lugar usé la palita matamoscas». Debo reconocer que la mamá logró disimular bastante bien el asombro y la repulsión que sintió, pero aún así la niña se dio cuenta que lo que había hecho no estaba del todo bien, por lo que, para tranquilizarla, le explicó: «No te preocupes mami que no usé la palita nueva, sino la vieja». La mamá asintió, sonrió… y terminó de beber el té. Como dice la Escritura: «… el amor cubre multitud de pecados» (1 Pedro 4:8).

    Permítanme preguntarles: ¿por qué creen que esa pequeña estaba tan preocupada por su mamá, y tan dispuesta a ayudar? Y más importante aún: ¿de quién aprendió a ser compasiva? Estoy seguro que la mayoría de ustedes estarán de acuerdo conmigo en que la niña había aprendido todo eso de su madre. Es cierto que también hubo otras personas involucradas en la formación de su personalidad: el padre, los abuelos, maestros, amiguitos, pastores, y también los libros que leyó y los programas de televisión que vio y los que no se le permitieron ver. Todo esto tuvo un lugar en su formación, pero quien le enseñó a esa niña a amar, fue su madre.

    Antes de que naciera, su mamá ya la amaba. Para que creciera sana en su vientre, la mamá cuidaba lo que comía y bebía, e iba regularmente al médico para asegurarse que todo estuviera bien. Poco a poco fue armando el ajuar y preparando todo lo necesario para esperar la llegada al mundo de su bebé. Antes que ese bebé pudiera siquiera abrir sus ojos o tener idea de quién era, ya se sentía amada y segura en el regazo de su mamá. El amor de su mamá fue parte de su vida desde antes que pudiera reconocer su voz o ver su rostro. Recién después de ella misma convertirse en madre, pudo comprender el amor sacrificial de su madre.

    Si usted comprende lo que he estado diciendo, porque de alguna manera usted también ha experimentado el amor de madre, entonces también puede comenzar a comprender las palabras del apóstol Juan, quien inspirado y dirigido por el Espíritu Santo, escribió: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados.»

    El concepto del amor ocupa un lugar muy importante en la Biblia. Casi todos los escritores del Nuevo Testamento hablan sobre él. En la carta de Santiago (2:8), dice: «Hacen muy bien si de veras cumplen la ley suprema de la Escritura: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo‘.» En su carta a los romanos, Pablo dice (13:8a): «No tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a otros.» Y en su primera carta, Pedro dice: «Ahora que se han purificado obedeciendo a la verdad y tienen un amor sincero por sus hermanos, ámense de todo corazón los unos a los otros

    Estos hombres no estaban más que repitiendo y explicando lo que le habían escuchado decir a Jesús, su Salvador, quien se había asegurado de hablarles repetidamente sobre el amor. Tanto antes como después de Jesús, los maestros sabios enseñaban a sus alumnos a que trataran amablemente a sus amigos y familiares y a que respetaran a los demás. Pero en contraste con esa enseñanza llena de sentido común, Jesús instruyó a sus discípulos a que amaran y rezaran por sus enemigos, por quienes los perseguían, y por quienes los oprimían; que amaran a sus adversarios tanto como a sus amigos más cercanos (Mateo 5:43-44). Cuando un abogado le preguntó a Jesús cuál era el mandamiento más importante de la ley, el Salvador rápidamente le contestó: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente«. Y enseguida agregó: «Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a éste: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo‘.» Y luego concluyó, diciendo: «De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.» (Mateo 22:37-40) Si queremos comprender la historia de la humanidad desde la perspectiva de Dios; si queremos resumir los 39 libros del Antiguo Testamento; si queremos aunque más no sea tener un fugaz vistazo del corazón y la mente de Dios, es necesario que sepamos que todo comienza y termina en el amor que Dios nos tiene.

    Cuando Dios creó el mundo e hizo a Adán y Eva, los amó. Cuando Adán y Eva desobedecieron el único mandamiento que habían recibido, Dios hizo algo que ninguno de nosotros hubiera hecho: siguió amándolos, hasta el punto de prometerles enviar un salvador para rescatarlos del pecado, de la muerte y del diablo. Cuando la humanidad se dejó llevar por las tentaciones del diablo, el amor de Dios no permitió que quien había permanecido fiel fuera destruido con el resto del mundo en las aguas del diluvio. Dios amó a los patriarcas de antaño, y también amó al pueblo de Israel con todas sus desobediencias, errores e infidelidades. La Escritura no exagera cuando dice que «Dios es amor» (1 Juan 4:8). Y en ninguna parte se ve con más claridad el amor del Señor que en la persona de Jesucristo, quien, hablando del amor, dijo a sus seguidores: «Así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.» Y para que no hubiera lugar a ningún malentendido, luego simplificó las cosas diciendo: «Y éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado» (Juan 15:12).

    Pero, ¿cómo amó Jesús? Veamos. El amor de Jesús no fue una inversión que hizo con el fin de obtener una retribución o recompensa inmediata, sino que su amor fue un regalo. Jesús amó cuando fue malinterpretado, cuando fue rechazado, cuando fue criticado, cuando fue amenazado, cuando fue falsamente acusado, arrestado, golpeado, coronado con espinas, azotado, y crucificado. Aún desde la cruz, y a pesar del tremendo sufrimiento por el castigo de nuestros pecados, Jesús amó tanto, que hasta perdonó a quienes lo habían puesto allí.
    ¿Cómo amó Jesús? Jesús amó sacrificialmente, completamente, consistentemente, totalmente. Su amor no aumentó cuando las multitudes lo proclamaron ‘Rey’, y tampoco disminuyó cuando pidieron que lo crucificaran. Su amor nunca falló; no se debilitó cuando lo acusaron y abandonaron, y tampoco se intensificó o aumentó cuando fue aclamado y aplaudido. Desde su primer respiro en Belén hasta su último grito de victoria en la cruz del Calvario, Jesús amó. Amó a sus amigos, a sus enemigos, y a todos los que estuvieron en el medio. Y todo esto lo hizo para que usted y yo, y toda la humanidad, podamos recibir la fe y ser salvos de la esclavitud del pecado, de las ataduras de Satanás, y de la condenación de la muerte. Juan tenía razón cuando escribió: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados» (1 Juan 4:10).

    Ahora, así como lo indicó Jesús, la tarea del pueblo redimido de Dios es seguir su ejemplo y reflejar su amor a los demás, lo cual, por supuesto, causa problemas. La mayoría de nosotros no tenemos problemas con Jesús ni con lo que él ha hecho. El problema lo tenemos con otros cristianos. Las palabras de la Escritura son tan consistentes en alentar a los hijos de Dios a amar a los demás, que no hay cómo entenderlas mal. Sin embargo, como los cristianos seguimos siendo seres humanos pecadores, todavía hay quienes se las arreglan para malinterpretarlas. Con sólo fijarnos un poco en la historia de la iglesia veremos cómo las palabras de aliento que se encuentran en las Escrituras para alentar al pueblo de Dios a amar, han sido transformadas en cosas totalmente diferentes.

    En el año 1209, durante la cruzada contra los herejes Cátaros en el sur de Francia, las fuerzas ortodoxas sitiaron la ciudad de Beziers. Finalmente, cuando las murallas de la ciudad comenzaron a ser infiltradas, el comandante de la cruzada con mucho acierto dijo que no todos los habitantes de la ciudad eran herejes, y se preguntó cómo podría hacer para reconocer a los cristianos fieles cuando capturaran la ciudad. El abad dio la siguiente respuesta: «Mátelos a todos. Dios va a reconocer a los suyos». Y eso fue lo que hicieron.
    Como ven, no hace falta buscar demasiado para encontrar historias de persecución, tortura y asesinato a cristianos. Es imposible ignorar los siglos durante los que tribus y razas enteras fueron esclavizadas en el nombre de Jesús. También es imposible olvidar la conquista de las Américas, cuando los nativos fueron esclavizados y obligados a convertirse a la cruz del cristianismo. El cristianismo no puede ignorar la guerra sangrienta que ha provocado entre distintas religiones, así como tampoco puede esconder la espada ensangrentada de las Cruzadas. No podemos dejar de confesar que no hemos amado a los demás como Jesús nos amó a nosotros.

    Venimos ante ti, Señor y Salvador nuestro, para pedirte perdón por nuestras faltas, por nuestros errores, y por nuestros defectos, de los cuales estamos profundamente arrepentidos. Sabemos que Jesús nos perdona lo malo que hemos hecho y lo bueno que hemos dejado de hacer.

    Pero, ¿y usted? Muchos de ustedes todavía están ofendidos por cosas que otros les hicieron y no logran ver en nosotros al Salvador. Si usted se siente así, considere lo siguiente. Que nosotros cometamos errores no quiere decir que los demás no necesiten también al Salvador; al contrario, nuestros errores muestran cuánta necesidad hay del Salvador. La salvación no comienza con nosotros y nuestra conducta. Escuchemos nuevamente con atención lo que escribió el apóstol Juan: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados.»

    ¿Entendió bien? No es nuestro amor, o la falta de él, lo que es importante; no es nuestra fidelidad lo que va a llevarle a usted a Cristo, ni tampoco nuestros errores los que van a hacer que usted se aparte de él. En esto consiste el amor: Dios envió a su Hijo para salvarlo a usted… para vivir por usted, para sufrir por usted, para ser coronado con espinas por usted, para cargar sus pecados en la cruz por usted, y para morir por usted. Y todo esto lo hizo para que usted pueda ser perdonado, rescatado, y para que pueda recibir vida eterna.

    Mis amigos, no permitan que Satanás, el padre de toda mentira, utilice nuestros errores y fallas para nublar el tremendo amor que Dios le ha dado a ustedes a través del Salvador. No permita que nuestros defectos anulen la alegría que sólo se encuentra en Jesús. Sin lugar a dudas su madre le ama, pero Jesús le ama mucho más. Sin lugar a dudas su madre ha hecho sacrificios por usted, pero Jesús ha hecho un sacrificio muchísimo mayor aún para rescatarlo y darle vida eterna. Sin lugar a dudas su madre estaría dispuesta a dar su vida por usted, pero Jesús ya lo ha hecho. Mire la cruz y la tumba vacía del Salvador resucitado. Mire al Cristo, y aprenda a amar.

    Y si necesita saber más acerca del amor del Salvador, comuníquese con nosotros a Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.