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PARA EL CAMINO
TEXTO: Lucas 2:21-40
Según tu palabra, soberano Señor, ya puedes despedir a tu siervo en paz. Porque han visto mis ojos tu salvación…», dijo Simeón luego de haber visto al Niño Jesús. ¿Has visto tú a Jesús?
En algunas iglesias se tiene por costumbre que los padres lleven a sus niños para presentarlos a Dios. Dependiendo de la edad del niño (o la niña), el pastor o ministro lo toma en brazos o de la mano, lo lleva al altar, le da gracias a Dios por la bella criatura, y en un sentido espiritual le pide a Dios que la reciba como sacrificio agradable para sus propósitos: «Señor, te presento a este niño. Haz con él lo que quieras.»
La costumbre de presentar a los niños ante Dios tiene sus raíces remotas en la historia que Lucas, el evangelista, nos relata en la lectura para el día de hoy. En ella Lucas nos habla de la presentación del niño Jesús en el templo, lugar de la presencia santa de Dios.
Según la ley de los judíos, era costumbre consagrar al Señor el varón primogénito, el primer hijo, de la familia. Así pues, José y María, que eran judíos piadosos, llevan a Jesús al templo de Jerusalén para cumplir con lo estipulado en la ley de Moisés. «Señor, te presentamos a Jesús. Haz con él lo que quieras.»
Hoy en día, muchos padres y madres que traen a sus niños a la iglesia para ser presentados lo hacen más que nada por tradición. El acto en sí de presentar a nuestros hijos ante Dios no es ni exigido ni prohibido por las Escrituras, sino que es una tradición que nos puede ayudar a recordar que todo lo que tenemos, incluyendo nuestros propios hijos, ha de ser siempre encomendado al cuidado y a la voluntad de Dios.
Pero también es importante recordar el enfoque del Evangelio para el día de hoy. El evangelista Lucas no está interesado en la presentación de nuestros hijos a Dios, sino que nos habla solamente de la presentación del niño Jesús. Lucas nos pide que nos enfoquemos solamente en ese Niño, y en el relato que él hace de su infancia.
Así pues, el texto nos habla primero de cuando el niño Jesús es presentado a Dios, y luego de cuando es presentado a los judíos y a todas las naciones de la tierra. Veamos lo que se nos dice. José y María llevan al niño Jesús al templo para ser presentado a Dios. Lucas nos pinta a un Jesús que ya desde la infancia empieza a vivir bajo la ley de Dios y a cumplir con todas sus demandas. A los ocho días de nacido, el Niño es circuncidado y, como varón primogénito, es también consagrado al Señor en el templo. Tanto su circuncisión como su consagración, son estipulaciones de la Ley a la cual el niño Jesús se somete en obediencia al Señor.
Después de presentar a Jesús en el templo de Jerusalén, José y María vuelven con el Niño a su hogar en Galilea. Luego Lucas cierra el relato de la presentación de Jesús, diciéndonos que «el niño crecía y se fortalecía; progresaba en sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba.»
Cuando Jesús tenía doce años, vuelve al mismo templo a pasar tiempo «en la casa de su Padre». Lo vemos dialogando acerca de la palabra de Dios con los maestros de la ley, escuchándolos y haciéndole preguntas. Se somete Jesús a la palabra de su Padre; su sabiduría y enseñanza están cimentadas en esa Palabra. Al relatar este regreso de Jesús al templo a la edad de doce años, Lucas nos dice que «Jesús siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente» (Lucas 2:52).
Pero volvamos a la presentación del infante a Dios. Sus padres José y María lo llevan al templo: «Señor, te presentamos a Jesús. Haz con él lo que quieras.» ¿Y qué hará el Señor con este Niño Jesús?
Un judío piadoso llamado Simeón viene a ser el instrumento mediante el cual Dios proclama a los padres del niño Jesús su voluntad para éste. Simeón le dice a María: «Este niño está destinado a causar la caída y el levantamiento de muchos en Israel, y a crear mucha oposición, a fin de que se manifiesten las intenciones de muchos corazones. En cuanto a ti, una espada te atravesará el alma.»
¡Qué difícil mensaje para una madre! «Tu hijo creará mucha oposición…y una espada te atravesará el alma.» La nota de sufrimiento es evidente. Quizás la joven María todavía no entendía todo lo que le decía Simeón en ese momento. Como muchas madres, María quizás no estaba pensando acerca del destino futuro de su hijo, sino acerca de las necesidades presentes del niño, tanto las espirituales como las físicas.
Lo importante por ahora era consagrarlo a Dios. Es posible que, como toda madre abnegada, María no estaba ni siquiera pensando en sí misma, o en su propio sufrimiento presente o futuro, ni se preocupara por el dolor de su alma, sino por el niño recién nacido y sus necesidades. Ya sabrá María con el tiempo lo que le esperará a su niño cuando éste crezca, y lo que ella sufrirá. Dice María: «Señor, te presento a Jesús. Haz con él lo que quieras.»
En su mensaje a María, Simeón le hace ver lo que ha de venir. Vivir bajo la ley de Dios, bajo su voluntad, en fidelidad a los propósitos de su Padre, no será fácil para Jesús. A Jesús Le espera una vida de oposición a su mensaje. Le esperan el odio y el ataque de la gente a la cual les hará ver su pecado, a la cual les hará ver las intenciones de sus corazones. Y su madre sufrirá de dolor por el destino que le espera a su hijo. Ser fiel a la ley de Dios, a la voluntad del Padre, llevará a ese niño Jesús al altar del sacrificio, a la cruz, y a la muerte. Será presentado al Padre en ese altar de la cruz. Pero, ¿con qué propósito?
Lucas no nos habla solamente de la presentación de Jesús a Dios. Nos habla también de la presentación de Jesús a los judíos y a todas las naciones. Aquí, el que presenta a Jesús a los judíos es el Espíritu Santo, quien le revela al anciano Simeón y a la profetisa Ana la identidad del niño Jesús.
Dice el Espíritu de Dios: «Simeón. Ana. Les presento a Jesús.» El Espíritu Santo le había prometido al anciano Simeón que no moriría sin antes ver al Mesías prometido de Dios, aquél que traería consolación y esperanza a su pueblo Israel. Cuando Simeón ve al primogénito de José y María, lo reconoce como el Mesías, lo toma en sus brazos, y alaba a Dios por haberle permitido ver su salvación.
El Niño sufrirá. Eso es lo que le dice Simeón a los padres del pequeño. Pero, ¿con qué propósito? Simeón también proclama una buena nueva: ‘Este Niño viene a salvarnos. Pueblo de Israel, alégrate. Este Niño es nuestro Salvador.’
La profetisa Ana, una anciana viuda que adoraba a Dios en el templo, también proclama la gran noticia. Al ver al Niño, Lucas nos dice que «Ana dio gracias a Dios y comenzó a hablar del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.» La anciana no puede dejar de hablar de la grandeza del Niño, del Redentor.
José y María llevan a Jesús ante Dios, pero al llegar al templo, es Dios quien al fin los sorprende a ellos. Es Dios quien les da a estos padres piadosos, y por medio de ellos a todos nosotros, un don inmenso, una grata noticia, un anuncio de esperanza. Nos dice el texto que los padres de Jesús se quedaron maravillados al escuchar las palabras del anciano Simeón.
Dice Simeón: «José. María. Les presento a Jesús.» La buena nueva es para ustedes también que son de la casa de Israel, el pueblo de Dios. La salvación ha llegado a su propio hogar. ¡Qué maravilla!
Pero el Espíritu Santo también le revela al anciano Simeón que el Niño no será sólo el Salvador de Israel, sino también el Salvador de todas las naciones, la luz que habrá de iluminar a todos los pueblos y hombres del mundo. «Pueblo de Israel. Gente de todas las naciones. Les presento a Jesús.»
Las palabras del anciano Simeón nos recuerdan las palabras del profeta Isaías en el Antiguo Testamento. Isaías proclamó la venida de un Siervo sufriente que daría su vida por muchos, cargando sobre sí las maldades de ellos, intercediendo por sus pecados ante Dios. Nos dice el profeta Isaías que, por medio de este Siervo, Dios no sólo habría de restaurar a su pueblo Israel, sino que también revelaría su salvación a todas las naciones.
Dice el Señor acerca de su Siervo: «Yo te pongo ahora como luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra.»
En su edad adulta, cuando Jesús es ungido con el Espíritu Santo en el Jordán, el Padre le dice: «Tú eres mi Hijo amado, estoy muy complacido contigo.» Esas palabras: «estoy muy complacido contigo», también son de Isaías, una de sus descripciones del Siervo. Es en el Jordán que Jesús empieza públicamente su misión como el Siervo sufriente de Dios, aquél cuyo destino será ir a la cruz para salvarnos.
Pero ya desde niño, al ser presentado en el templo, Simeón nos da un avance de lo que viene, del alcance universal del mensaje de Jesús, del impacto del Evangelio en las personas de todos los pueblos de la tierra. Ya la gente no tendrá que ir al templo de Jerusalén a presentar a sus niños a Dios, sino que Dios irá a los niños de todas las naciones por medio de Jesús, y la proclamación de su Evangelio será para todo el mundo, a todo pueblo, nación y raza.
Nos recuerda el evangelista Lucas también que las palabras de Simeón y Ana nos dicen algo acerca de la misión de la iglesia en el mundo. Simeón y Ana representan la iglesia que proclama el nombre de Jesús. Son profeta y profetisa de Dios, guiados por el Espíritu Santo, para anunciar a Jesús el Salvador. El mismo Espíritu Santo que guió a Simeón y a Ana, guía también hoy a la iglesia, y nos impulsa a compartir el mensaje de Jesús el Salvador con nuestras familias, vecinos, y comunidades.
Mi oración es que cada cristiano tenga la oportunidad de decirle a alguien, como Simeón le dijo a los padres de Jesús, o Ana a los judíos en el templo: «Te presento a Jesús.» Esta sería la oración de Lucas para la iglesia en todo tiempo y en todo lugar.
Hasta el día de hoy, la iglesia cristiana recuerda y celebra las palabras de Simeón, las que generalmente son dichas después de recibir el cuerpo y la sangre de Cristo en la Comunión o Santa Cena. He aquí una versión cantada de su oración:
«Ahora Señor despides a tu siervo en paz conforme a tu palabra. Porque mis ojos han visto tu salvación la que has destinado para todas las naciones. Ella es la luz que alumbra al mundo entero y llena de gloria a tu pueblo escogido. Gloria sea al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era al principio, es ahora y será para siempre. Amén.»
Oración: Padre nuestro, te damos gracias por la presentación de tu Hijo Jesús en el templo, por su cumplimiento de la ley, por su sumisión y obediencia a tu voluntad aún desde la niñez y finalmente hasta la cruz para así salvarnos del poder del pecado y la muerte y reconciliarnos contigo. Te pedimos que tu Espíritu Santo impulse a la iglesia y a cada cristiano a presentar a Jesús a todos los que necesitan escuchar que sus pecados son perdonados, que sus vidas quebrantadas pueden ser restauradas, y que la muerte no tiene dominio sobre ellos porque Dios se ha reconciliado con ellos por medio de su Hijo Jesucristo, en cuyo nombre oramos. Amén.
Si quiere saber más acerca del Hijo de Dios que se entregó a la muerte para darnos la vida, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.