PARA EL CAMINO

  • Tiempos de alivio

  • abril 22, 2012
  • Rev. Dr. Gregory Seltz
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Hechos 3:18-21
    Hechos 3, Sermons: 1

  • Hay ciertas cosas que sólo van a estar bien en nuestros corazones y mentes, cuando nos reconciliemos con el Señor que nos creó y redimió.

  • Acabo de leer una historia sobre un negocio que hace unos años se instaló en el Shopping de las Américas en la ciudad de Minneapolis, Minnesota. El propósito de este negocio es «ofrecer descanso a los compradores», para lo cual ofrece lugares confortables donde los compradores pueden tomar siestas, pagando 70 centavos el minuto. Para hacerlo más atractivo, tienen salones ambientados con distintos temas. Por ejemplo, uno se llama ‘La isla tropical’, otro ‘La bruma asiática’, y otro ‘El espacio profundo’. Las paredes son suficientemente gruesas como para ahogar el ruido de los niños y del resto de las personas que anda comprando y paseando por el shopping.

    Su página web anuncia: «Escape de las presiones del mundo real yendo a los placeres del mundo ideal», mientras que en un comunicado de prensa, dicen: «No se trata simplemente de tomar una siesta. Algunas personas preferirán escuchar música, levantar las piernas, descansar la vista contemplando las caídas de agua, respirar aire puro, disfrutar de un masaje, o escapar por unos momentos del estilo de vida ajetreado de estos tiempos.»

    Mi primera reacción al leer todo eso, fue: ‘¿Quieren decir que también necesitamos descansar cuando salimos a hacer compras?’ Yo creía que el ‘ir de compras’ era un respiro del trabajo de todos los días, pero parece que hasta las actividades que supuestamente deberían distraernos, en realidad nos cansan. El problema es que lo que necesitamos no es escapar a un mundo ideal o utópico, sino recibir alivio real para nuestra vida.

    Pero parece que ese alivio es lo que menos encontramos. Y para ello hay una buena razón. Así lo dice el texto elegido para hoy donde el apóstol Pedro, discípulo de Jesús, habla acerca de los tiempos de alivio que vienen no como resultado de nuestra propia creación, de nuestros esfuerzos personales, o de nuestros escapes, sino del arrepentimiento y de volvernos a Dios por fe. Hay ciertas cosas que sólo van a estar bien en nuestros corazones y mentes cuando nos reconciliamos con el Señor que nos creó y redimió.

    De hecho, cuando Pedro les habla a los israelitas, les recuerda que Dios ha estado involucrado en la salvación de la humanidad desde los comienzos del tiempo. Sin Dios, no hay nada en este mundo que pueda satisfacernos totalmente o darnos la paz restauradora que necesitamos. La gracia que Dios nos ofrece no es una suspensión pasajera de las tragedias y penas de esta vida. No. La gracia que él nos ofrece es una oferta de la vida eterna de Cristo en medio de las realidades de esta vida, es un alivio en su Nombre en medio de los desafíos y sufrimientos de la vida, y es la promesa de la resurrección para todos los que creen en él.

    San Pedro exhortó a las personas de su época, y nos exhorta a ti y a mí hoy, a arrepentirnos y volvernos a Dios para recibir el perdón de nuestros pecados y ser restaurados a una relación de fe con Jesús, el Mesías, para que así Dios envíe sobre nosotros un tiempo de alivio como sólo su gracia puede proveer. Volvemos a leer el texto de Hechos elegido para hoy:

    «Pero Dios cumplió de esta manera lo que ya había anunciado por medio de todos sus profetas, es decir, que su Cristo tenía que padecer. Por lo tanto, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, para que sus pecados les sean perdonados y Dios haga venir sobre ustedes tiempos de alivio y les envíe a Cristo Jesús, que ya les fue anunciado.»

    Este llamado al alivio a través del arrepentimiento viene en medio de un acontecimiento público tumultuoso. Resulta que Pedro y Juan estaban siendo confrontados por un hombre cojo que mendigaba cerca del templo. Esto no era para nada inusual, ya que los mendigos vivían de la caridad de las personas que iban al templo. Este hombre se acercó a Pedro y a Juan y les pidió dinero, que era lo que él creía necesitar. Pero en vez de darle dinero, Pedro y Juan le dieron sanidad para su cuerpo y su alma. Lo que Pedro le dio a ese mendigo, y a todos los que escucharon su mensaje, fue: «No tengo oro ni plata, pero de lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!»

    En este caso, el nombre de Jesucristo vino con una curación muy pública que hizo que la gente pensara que Pedro y Juan tenían poderes o bendiciones propias especiales. Pero Pedro no iba a permitir que nada de eso prosperara. Su mensaje siempre había sido, y continuaría siendo, acerca del Nombre de Jesús y la bendición de Jesús. Esta sanidad no era más que otra manera de proclamar las aún mayores bendiciones del perdón, vida, salvación, y alivio eterno que Dios ofrece a todos los que creen en Jesús como el Mesías, el Salvador del mundo.

    ¿Alivio en el arrepentimiento? Eso es lo que Pedro ofreció ese día, y es lo que también nos ofrece hoy a ti y a mí. Pero, ¿por qué necesitamos hacer de esto algo tan espiritual? Si estoy sobrecargado, apabullado, o cansado (como tantos de nosotros lo estamos hoy), ¿no es suficiente con que me tome unas pequeñas vacaciones, o que duerma unas horas más, o que me distraiga un poco de las tareas habituales? ¿No es suficiente con que trabajemos menos y nos divirtamos un poco más? ¿No es suficiente con que tomemos un refrigerio espiritual de vez en cuando?

    Se me ocurre que todo depende de qué sea lo que nos está cansando o debilitando. Si uno está simplemente extenuado, o si necesita recuperar sus energías, entonces sí, una buena siesta, una caminata por el parque, o un poco de ejercicio pueden ayudar. Pero, ¿qué hacer si las cosas que nos afectan no pueden solucionarse con una siesta? ¿Qué hacer cuando hay algo que, a pesar de todo lo que hagamos, no logramos solucionar? Me refiero a esas cosas que nos despiertan en la mitad de la noche, las cosas que no podemos solucionar con dinero, las cosas que pesan en nuestro corazón y que nunca podemos apartar de nuestra mente, los lamentos por las oportunidades perdidas o las desilusiones profundas.

    El arrepentimiento alivia todos esos temas que tienen que ver con un costo y un pago eterno, llevándolos a la cruz donde Jesús, el Mesías, cargó sobre sí mismo el pecado, el fracaso y la rebelión que existe en cada uno de nosotros, y literalmente los borra con su muerte. El arrepentimiento nos lleva a los pies del Salvador sufriente que se entregó para que tú y yo pudiéramos recibir alivio.

    El Rey David, en el Antiguo Testamento, conoció muy bien el poder del arrepentimiento y de la sanidad y el alivio de la gracia de Dios, como consecuencia de su historia con Betsabé. Es un recordatorio brutal que las tentaciones, la lujuria y el libertinaje no sólo destruyen nuestra relación con Dios y con los demás, sino que también nos destruyen a nosotros. Escuchemos cómo habla el Rey David sobre esas cosas en el Salmo 32:1-5: «Dichoso aquél cuyo pecado es perdonado, y cuya maldad queda absuelta. Dichoso aquél a quien el Señor ya no acusa de impiedad, y en el que no hay engaño. Mientras callé, mis huesos envejecieron, pues todo el día me quejaba. De día y de noche me hiciste padecer; mi lozanía se volvió aridez de verano. Te confesé mi pecado; no oculté mi maldad. Me dije: ‘Confesaré al Señor mi rebeldía’, y tú perdonaste la maldad de mi pecado.»

    Tú y yo necesitamos más que un poco de gracia y de ayuda de Dios. Pedro proclama el ofrecimiento de Dios del perdón real de sus pecados y culpa a las personas que, de otra manera, están destinadas a la autodestrucción. El mensaje de la Biblia es claro: arrepiéntete de tus pecados, de tu deseo de ser quien esté en control de tu vida, y cree en Aquél que te creó y te redimió, y que quiere reconciliarte con él para que seas refrescado por su gracia, asegurado en su amor, y fortalecido por su Espíritu.

    «Por lo tanto, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, para que sus pecados les sean perdonados y Dios haga venir sobre ustedes tiempos de alivio y les envíe a Cristo Jesús, que ya les fue anunciado.»

    Pero, si el arrepentimiento lleva al alivio sagrado, ¿cómo es que funciona? Bueno, la primera cosa que sucede con el arrepentimiento es que Dios, por el poder de su Espíritu, nos hace ver que nuestra vida está lejos de ser lo que podría ser y que, si seguimos por el mismo camino de indiferencia espiritual, actuando como santurrones, vamos a terminar en la muerte y destrucción eternas. Dios no quiere que vivamos así… y nosotros tampoco.
    El arrepentimiento es, entonces, un llamado a alejarnos de todo intento de vivir la vida en nuestros propios términos. Es un llamado a reconocer y lamentar todas esas cosas que deshonran al Dios del cielo que nos creó y nos redimió. Es un llamado a ver la profundidad de la desesperación de la cual hemos sido rescatados.

    El programa de televisión «El ancho mundo de los deportes» siempre comenzaba con las mismas escenas. Todavía puedo recordar las palabras que decían: «La emoción de la victoria, y la agonía de la derrota». «La agonía de la derrota» era ilustrada por un hombre cayendo fuera de control por una pista de esquí y chocando contra una cerca liviana de retención, hasta detenerse finalmente frente a un grupo de asombrados espectadores. ¿Se había caído, o había abortado el salto? ¿Se trataba de un atleta que había echado a perder un salto, o que audazmente había decidido cambiar de curso?

    Lo que los espectadores no sabían era que ese esquiador había elegido caer antes que terminar el salto. ¿Por qué? Porque, como luego lo explicó, la superficie se había vuelto demasiado rápida y, a mitad de la rampa de salto, se había dado cuenta que, si completaba el salto, iba a aterrizar fuera de la zona segura de aterrizaje, lo cual hubiera sido fatal. Por lo tanto, abortar el salto literalmente le había salvado la vida. Cambiar el curso en la vida puede ser dramático, e incluso hasta doloroso. Pero un cambio, por más doloroso que sea, siempre es mejor que un aterrizaje mortal.

    Arrepentirse es poder ver claramente que nuestro camino sin Dios termina en la muerte y la desesperación. Arrepentirse es recibir el poder del Espíritu de Dios que nos hace apartarnos de ese camino y nos vuelve a Dios por fe. Más adelante, en el capítulo 5 versículo 31 de Hechos, Pedro dice: «Pero Dios, por su poder, lo ha exaltado y sentado a su derecha como Príncipe y Salvador, dando a Israel la oportunidad de arrepentirse y de que sean perdonados sus pecados.» Está bien claro. Nuestro problema no es nuestra productividad o nuestra falta de descanso; tampoco es cuánto dinero tenemos o dejamos de tener, o cuánto tiempo necesitamos para nosotros. El mundo y la vida son difíciles y dolorosos porque están llenos de pecado y del mal. El gran desafío de la vida, una vida de refrigerio y alivio abundante, es la rebelión que vive en cada corazón humano y la separación de Dios que ese pecado provoca.

    La llave para recibir el alivio y el refrigerio que necesitamos se encuentra en nuestra relación con Dios. La única forma de recibir ese alivio es a través de la fe en ese Jesús que hace que el arrepentimiento sea posible, y nos bendice con su perdón y su vida abundante vivida en el poder de su Espíritu. La fe en él es la clave de todo, porque en él tenemos un lugar donde pararnos delante de Dios sin tener miedo ni temer su juicio, un lugar donde reina la esperanza de Cristo, un lugar cierto y seguro, un lugar en la presencia de Dios, el autor y sustentador de toda la vida.

    El pecado nos desconecta de Dios y nos aparta de esa fuente de agua viva que nos refresca y renueva, y que tan desesperadamente necesitamos. El arrepentimiento, por el poder del Espíritu Santo, nos reconecta con Dios porque nos hace salir de nosotros mismos, nos muestra lo que nos falta y, mejor aún, nos reconecta con Aquél que no sólo nos creó, sino que también nos redimió con su gracia. Y los beneficios de esa gracia se siguen sumando.

    Ese mendigo cojo no sólo recibió esperanza en el Señor, sino que también pudo ocupar su lugar en el templo y alabar a Dios. No sólo fue sanado, sino que fue restituido a la sociedad en maneras que sólo una sanidad proveniente del Señor podía hacerlo. Fue reconectado con otros porque fue reconciliado con Dios en el nombre de Jesús. Es que cuando el alivio del arrepentimiento es derramado sobre nosotros, nos aleja de nuestros intentos egoístas de querer controlar nuestras vidas… como si pudiéramos lograrlo, ¿no? El alivio del arrepentimiento viene cuando nos sumergimos en su Palabra, que es el pozo de agua viva del cual surgen las promesas llenas de su Espíritu y su gracia. Y cuando recibimos su alivio, recibimos poder para ser su pueblo para los demás, vasijas de su gracia.

    Por lo tanto, permitamos hoy que el alivio de Dios fortalezca nuestra habilidad para mantenernos firmes por su gracia en su presencia, y para continuar siendo testigos y mensajeros de su amor a quienes nos rodean. Y no dejes que ninguna otra cosa que no sea la gracia de Jesucristo te motive a ocuparte de los demás. Como Pedro y Juan aprendieron, hasta cuando compartimos a Jesús a veces hay problemas. Pero, aún así, las bendiciones de Cristo valen la pena ser compartidas y recibidas.

    Había dos hermanas solteras que habían tenido una pelea tan acalorada, que habían dejado de hablarse. Seguían viviendo en la misma casa, comiendo en la misma cocina, y durmiendo en el mismo dormitorio, pero no se hablaban. Con una tiza habían marcado en el piso de cada habitación una línea divisoria, así podían moverse libremente… cada una dentro de su área, sin chocarse entre ellas. Durante años vivieron en esas condiciones, ya que ninguna de las dos estuvo dispuesta a dar el primer paso para reconciliarse y restaurar la relación.

    Una noche, una de ellas se levantó para ir al baño y se cayó, rompiéndose la cadera. Al escuchar el golpe de la caída y el grito de dolor, la otra hermana se despertó y saltó de la cama. Cruzó la línea divisoria en el piso, y fue a asistir a su hermana. Luego de reprocharle cómo era posible que se cayera tropezándose con sus propios pies, se mantuvo en silencio hasta que llegaron los paramédicos y se la llevaron al hospital.

    Esta historia la contó el Juez Marshall, de la Suprema Corte de Justicia, agregando lo siguiente: «El sistema legal puede obligar a abrir puertas, y a veces a derribar paredes. Pero no puede construir puentes.» Marshall tenía mucha razón. El construir puentes es tarea de Cristo y su Iglesia.

    En el caso de esas hermanas, fue necesario mucho dolor para que triunfara la misericordia. El pueblo de Dios, en cambio, sabe que Jesús borró las líneas que nos separaban de Dios. Los cristianos sabemos que Jesús no sólo borró esas líneas sino que también las cruzó, trayéndonos misericordia, cuidado, y vida abundante. Los cristianos sabemos que todas estas bendiciones son para ser compartidas tanto y cuanto podamos. Eso es lo que Pedro y Juan estaban haciendo ese día en la puerta del templo.

    Pedro llamó a sus hermanos a la fe llamándolos al arrepentimiento y señalando a Jesús como su Salvador… porque cuando lo conocemos a él a través del arrepentimiento y la fe, conocemos el perdón, el amor, y la misericordia que sólo él puede proveer.

    Cuando todas las cosas de la vida moderna no logran darnos el alivio que necesitamos, cuando el descanso no nos alcanza, cuando el trabajo no nos alcanza, cuando ni siquiera las cosas que amamos en este mundo nos alcanzan, el llamado a la fe en Jesucristo permanece. En él nuestros pecados son perdonados, y nuestra vida es restaurada y reconciliada con Dios.

    Si podemos ayudarte a encontrar alivio para tu vida, comunícate con nosotros. Amén.