PARA EL CAMINO

  • Toda la sabiduría divina se resume en Cristo

  • septiembre 19, 2021
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Santiago 3:13-18
    Santiago 3, Sermons: 4

  • Sólo hay dos maneras de vivir: de acuerdo con la sabiduría de este mundo, con todas sus cargas pecaminosas, o de acuerdo con la sabiduría recibida de lo alto, con su poder de traer humildad, paz, compasión y muchos buenos frutos.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    «A buen entendedor, pocas palabras», dice un viejo refrán. Con esto se hace referencia a que cuando una persona es «sabia y entendida» como dice el pasaje bíblico, no necesita que se le explique mucho. Parece que para Santiago, en el texto de hoy, los «entendidos y sabios» a quienes él les escribe sí necesitan de muchas palabras y de una buena explicación de qué significa verdaderamente lo que es ser un «buen entendedor». Entre los miembros de la iglesia primitiva que estaba fuera de Palestina había más de uno que se creía más de lo que era y pretendía enseñar a otros sobre la fe cristiana, cuando en realidad su vida y su conducta mostraban que su sabiduría no venía de Dios.

    Santiago explica que hay una sabiduría terrenal, humana y diabólica, muy diferente a la sabiduría que viene de lo alto. ¿Una sabiduría diabólica entre los miembros de la iglesia? ¿De qué se trata esto? Estas preguntas me llevaron al tiempo de mi niñez en la escuela primaria. En mi cultura, cuando en la escuela la maestra hacía una pregunta, los que sabíamos la respuesta levantábamos la mano y a voz en cuello decíamos: «Yo, señorita, yo señorita, yo señorita.» Y claro, ¿a quién no le gusta demostrar lo que sabe? Todos los que levantábamos la mano y pedíamos hablar queríamos demostrar que sabíamos. ¿Qué había detrás de todo eso? Siempre había algo de rivalidad, celos, arrogancia y también vanidad porque queríamos demostrarle a toda la clase que nosotros sabíamos.

    Al principio de nuestro texto, Santiago describe lo que estaba pasando entre los hermanos de las primeras congregaciones cristianas. Definitivamente había rivalidades y ambiciones personales de liderazgo que no estaban de acuerdo con el modelo del reino de Dios. Esto no debe extrañarnos. Los mismos discípulos de Jesús rivalizaron entre ellos para ver quienes ocuparían puestos de honor en el reino de los cielos. En el capítulo 9, el evangelista Marcos lo registra así: «[Jesús y sus discípulos] llegaron a Cafarnaún, y cuando ya estaban en la casa, Jesús les preguntó: ‘¿Qué tanto discutían ustedes en el camino?’ Ellos se quedaron callados porque en el camino habían estado discutiendo quién de ellos era el más importante» (vs 33-34). Y apenas un poco tiempo después, en el capítulo 10, nuevamente el evangelista Marcos registra una situación similar, diciendo que «Jacobo y Juan se acercaron a Jesús y le dijeron … ‘Concédenos que, en tu gloria, uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda’ …Cuando los otros diez oyeron esto, se enojaron contra Jacobo y Juan.»

    Así es; aun entre los propios discípulos, a veces a espaldas de Jesús y otras veces de frente y descaradamente, practicaron lo que nos sale tan bien a todos los seres humanos: la vanidad, la envidia, la rivalidad, la codicia y el enojo. Así fue también entre los primeros cristianos a quienes les escribe Santiago, y así es también entre nosotros muchas veces.

    Santiago afirma que la rivalidad, la arrogancia y la envidia provienen del pecado, del diablo mismo que le quiere hacer creer al creyente que su sabiduría humana le da derecho a la arrogante actitud de trepar sobre los demás y de buscar lugares de honor en la comunidad y, ciertamente, también en la iglesia.

    Santiago les escribe a todos los que ejercen la tarea de enseñar en la congregación y les propone un concepto diferente de sabiduría. Al principio de su carta vemos que había algunos que se consideraban sabios según su propia opinión, y que su actitud y comportamiento no condecían con la sabiduría divina. De ahí la amonestación en el capítulo 1:5: «Si alguno de ustedes requiere sabiduría, pídasela a Dios.» La sabiduría que Dios da se reconoce en sus efectos, es activa en humildad, hace el bien sin mirar a quién y no saltea ni atropella a nadie.

    El mensaje de Santiago para nosotros es en realidad muy simple. Hay solamente dos maneras de vivir: vivimos de acuerdo con la sabiduría de este mundo, con todas sus cargas pecaminosas, o vivimos de acuerdo con la sabiduría recibida de lo alto, con su poder de traer humildad, paz, compasión y muchos buenos frutos. Lo que debemos tener presente nosotros ahora es que la sabiduría del mundo la heredamos. La tenemos desde nuestro nacimiento y la llevamos con nosotros a todas partes. Muchas veces alimentamos esa sabiduría con arrogancia y vanidad, y así nos metemos en un círculo vicioso que nos vuelve cada vez más egoístas y más centrados en nuestro propio orgullo y satisfacción.

    La otra sabiduría es un regalo que viene de lo alto, y aunque Santiago la describe como pacífica, amable, benigna, llena de compasión y de buenos frutos, ecuánime y genuina, nosotros podemos darnos una mejor idea de cómo es la sabiduría divina cuando miramos a Cristo. En su Primera Carta a los Corintios, San Pablo les explica a los cristianos de la iglesia primitiva que «para los llamados… Cristo es poder de Dios, y sabiduría de Dios» (1:24). Todos los que somos cristianos hemos sido llamados alguna vez por Dios. Yo he sido llamado e investido de sabiduría divina en mi bautismo. Fue durante mi bautismo que Dios me llamó para lavarme del pecado heredado, esa sabiduría maligna con la cual todos nacemos. En mi bautismo el propio Jesús, la sabiduría encarnada de Dios, vino para darme otra sabiduría, la suya, que es la sabiduría que ejercita la compasión y que perdona, acompaña y produce buenos frutos.

    ¿Cuál es tu experiencia, estimado oyente? ¿Has sido bautizado? Si es así, retoma ese don divino del lavamiento de tus pecados y alégrate en la sabiduría que Dios te regala al otorgarte el perdón y quitarte la culpa. Afírmate en la verdad de las Sagradas Escrituras que nos enseñan que «el que crea y sea bautizado, se salvará» (Marcos 16:16). Estas son palabras del mismo Jesús, y más que palabras son una promesa de salvación. ¡El bautismo nos fue dado para salvación! Y si no sabes o no has sido bautizado, considera esta promesa de Dios y comunícate con nosotros. Te ayudaremos con más información al respecto.

    ¡Qué sabio que es Dios! Él sabe que nosotros, por ser humanos nacidos en pecado y bajo condenación, no tenemos ningún poder ni conocimiento ni sabiduría para salir de la vida miserable y desgraciada en la que nacimos. Por eso, en su infinita gracia, Dios quiere convertir nuestra vida desgraciada en una vida llena de su gracia. Para eso, él mismo vino al mundo en la persona de Jesús. La sabiduría divina, descrita tan magistralmente en el libro de los Proverbios, vino a estar con nosotros. Proverbios 8 hace hablar a la sabiduría de esta manera: «Desde el principio, el Señor me poseía; desde antes de que empezara sus obras. Desde el principio mismo fui establecida, desde antes de que la tierra existiera… Mientras él formaba los cielos… Yo estaba a su lado, ordenándolo todo, danzando alegremente todos los días, disfrutando siempre de su presencia, regocijándome en la tierra, su creación; ¡deleitándome con el género humano!» (vs 22-31).

    Jesús, la sabiduría divina encarnada, nació de una virgen para venir a nuestro mundo y deleitarse con el género humano. Él estaba danzando de un lado al otro mientras Dios creaba este mundo en el cual nacimos tú y yo. Jesús, la sabiduría divina, sabía que vendría voluntariamente para rescatarnos de la condenación eterna, para traernos nuevamente a la presencia de Dios y para estar con él para siempre. El Cristo pre encarnado danzaba al pensar en la alegría que nos traería su rescate.

    Cuando Jesús estuvo en la tierra se sometió voluntariamente a todo lo que Dios el Padre esperaba de él. Jesús llamó a sus seguidores, primero a los doce, luego a muchos más, y les enseñó con sabiduría divina. Les habló sobre humildad y servicio mientras combatía la vanidad y la arrogancia. Les enseñó obediencia a la palabra de Dios y sometimiento a su voluntad. Y para coronar toda su enseñanza, él la vivió en carne propia. Fue obediente a la voluntad de Dios de someterse a las autoridades civiles, quienes lo enjuiciaron y lo mataron de la manera más cruenta. Lo colgaron vivo a una cruz para dejarlo morir desnudo, a la vista de todos. Los romanos, que fueron los agentes de su muerte, querían que las personas que lo veían colgado de la cruz lo tomaran como ejemplo de cómo los romanos tratan a los rebeldes.

    Pero Jesús fue otro tipo de ejemplo. Cristo fue el ejemplo perfecto de obediencia a la voluntad divina. Y no fue obediente para quedar bien con nadie, fue obediente porque estaba en su naturaleza divina y humana santa el ser así. Fue también obediente a la voluntad de su Padre porque esa era la única manera de morir como nuestro sustituto. El obediente murió por los desobedientes. El sabio murió por los ignorantes, el justo murió por los injustos. ¿Por qué? Porque la voluntad divina es sacarnos de la vida desgraciada que nos condena para siempre y traernos a su presencia, perdonados y cambiados para estar con él para toda la eternidad.

    En la cruz Jesús nos dio un ejemplo de entrega absoluta a la voluntad de Dios y de su amor eterno por nosotros, sus criaturas. El autor de la Carta a los Hebreos dice en el capítulo 12: «Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios» (v 2). Mientras el mundo era creado, el Cristo eterno danzaba alegremente todos los días… ¡deleitándose en el género humano! Cuando Jesús vino a la tierra, soportó la vergüenza y el dolor que nuestros pecados le causaron y que lo llevaron a la cruz porque quería rescatarnos y danzar con nosotros por toda la eternidad. ¿Buscamos sabiduría y entendimiento? Fijemos nuestra mirada en la cruz. Allí está colgada la entrega total de Dios por nosotros. Fijemos también la mirada en la tumba vacía, que es la evidencia certera de que Cristo triunfó sobre el pecado, el diablo y la muerte. La sabiduría de Dios es extraña a nuestro mundo pecaminoso, pero es activa, se entrega sin egoísmos y produce el mayor fruto de justicia: el perdón completo de todos nuestros pecados.

    Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a ver en Cristo la sabiduría divina, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.