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PARA EL CAMINO
TEXTO: Marcos 12:38-40
Es mucha la injusticia y desigualdad que podemos acumular a lo largo de nuestra vida. Pero, ¿acaso alguien nos prometió que la vida siempre va a ser justa? Veamos lo que nos dice Dios al respecto.
Unas semanas atrás, cuatro hombres irrumpieron en una compañía que abastece a restaurantes, en el barrio de Harlem, en la cuidad de Nueva York. Armados con pistolas, trataron de ponerles esposas a dos empleados. Temiendo lo que podría sucederle al estar esposado, uno de los empleados se resistió, ante lo cual el delincuente lo golpeó con la pistola en la cabeza. Al ver que maltrataban a sus empleados, el dueño de la tienda, de 72 años de edad (quien ya había sido robado con anterioridad) decidió utilizar su escopeta. A pesar de su edad, sus disparos fueron bien precisos, pues terminó matando a dos ladrones, e hiriendo a los otros dos.
Es interesante ver las diferentes reacciones que tuvieron las personas al enterarse de este hecho. Una dijo: «Historias como estas me dan ánimo.» Otra: «¡Eso sí que es hacer justicia!» Y otra: «Le deseo lo mejor al dueño de la tienda.» Una persona, hablando por muchos, dijo: «Recibieron lo que se merecían.»
Usted puede estar de acuerdo o no con este último comentario de que «recibieron lo que se merecían», pero lo cierto es que la mayoría de nosotros nos sentimos bien cuando alguien que es obviamente culpable de un crimen atroz, recibe lo que se merece. Los familiares y las personas más allegadas a la víctima son quienes con mayor razón comparten este pensamiento. Es por ello que, si un violador, un asesino, un ladrón, o cualquier otro delincuente, recibe una sentencia dura, podemos estar seguros que alguien, un miembro de la familia o un amigo de la víctima, dirá frente a las cámaras de televisión: «Doy gracias que se ha hecho justicia. Por fin recibió lo que se merecía, aunque hubiera querido que el castigo fuera mayor. Ojalá le hubieran hecho lo mismo que él hizo a otros.»
¿Cómo se siente usted cuando, debido a un detalle técnico legal, la justicia no condena a alguien que ha confesado haber cometido un delito? ¿Cómo se siente cuando el criminal termina en la calle, libre para volver a cometer otro crimen? ¿Cómo se siente cuando, una y otra vez, la corte deja salir sin castigo a un conductor ebrio? ¿Cuál es su reacción cuando ese conductor ebrio vuelve a conducir un auto y le quita la vida a toda una familia? ¿Acaso no diría: «si le hubieran dado lo que se merecía, eso no habría sucedido»?
¿Cómo se siente cuando un banquero continúa recibiendo sus jugosos bonos, mientras que su vecino está por perder su casa? ¿O cuando es ignorado para un ascenso y su compañero, que nunca hace nada, escala posiciones en la compañía?
¿Cómo se siente cuando su hijo se queda sentado en el banco de los suplentes mientras que otros, que no juegan tan bien como él, juegan el partido completo? ¿Cómo se siente cuando le dan un ticket por ir demasiado rápido, cuando acababan de pasarlo otros automóviles a mucha mayor velocidad? ¿Cómo se siente cuando el profesor le da una «A» al estudiante que ha copiado, mientras que con gran esfuerzo, y luego de horas de ardua investigación usted sólo recibe una «C»?
¿Cómo se siente cuando su tía le deja su pequeña pero significativa fortuna a la oveja negra de la familia y lo ignora a usted, que tanto la cuidó, llevándola de compras cada semana, e invitándola a su casa para todas las fiestas? ¿Cómo se siente cuando, a pesar de comer saludablemente, dormir ocho horas cada día, y hacer ejercicio regularmente, siempre se enferma, mientras que su hermano, que no se cuida, tiene sobrepeso, y nunca va al médico, siempre está sano?
¿No siente una sensación de indignación ante tanta injusticia? ¿No dice cosas como: ‘¡no es justo!’ O ‘yo soy bueno, y si no soy totalmente bueno, ¡al menos soy mejor que ellos!? ¿Cuándo van a recibir lo que se merecen, y cuándo voy a recibir yo lo que me merezco?’
Es increíble la cantidad de injusticia y desigualdad que puede acumular una persona en la vida. Y todo se debe a que creemos que la vida debe ser justa con nosotros. Creemos que el malo debe ser castigado, y que el bueno debe ser recompensado. Así es como debería ser, por eso es que nos enojamos cuando no sucede.
Nos enojamos con la suerte, el karma, la fortuna, y el destino. Incluso nos enojamos con la Divinidad; ni siquiera el bueno y misericordioso Dios Trino escapa de los retos humanos: ‘No es justo, Señor. ¿Cuándo serás justo? ¿Cuándo van a recibir ellos su castigo, y yo lo que me corresponde?’
No sé si le sirve de consuelo saber esto, pero usted no es el primero en hacerle estas preguntas al Señor. En el Antiguo Testamento, el afligido Job quería saber: (extracto de Job 21:7-13) «¿Por qué siguen con vida los malvados, cada vez más viejos y más ricos?… Tienen paz en su hogar, y están libres de temores… Pasan la vida con gran bienestar…»
Por su parte, el autor del Salmo 94 pregunta: «… ¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo habrán de ufanarse los impíos? … a tu pueblo, Señor, lo pisotean… Matan a las viudas y a los extranjeros; a los huérfanos los asesinan.» Incluso los mártires en el libro de Apocalipsis (6:10) quieren saber: «¿Hasta cuándo, soberano Señor, santo y veraz, seguirás sin juzgar a los habitantes de la tierra y sin vengar nuestra muerte?»
Todos queremos saber cuándo recibiremos lo que merecemos.
Le voy a dar la respuesta, pero le advierto que quizás no sea la respuesta que usted espera escuchar. Si Dios fuera a darnos lo que realmente merecemos, estaríamos totalmente perdidos; teológicamente hablando, estaríamos condenados. Seguramente usted está convencido que es una persona muy buena, al menos la mayor parte del tiempo. Casi todos nosotros nos consideramos buenos, ya que no hacemos las cosas malas que otros hacen, no somos asesinos, no robamos bancos, ni vendemos drogas a los niños. Cuando nos comparamos con delincuentes, nos sentimos bien.
Pero el pensar así presenta un problema, porque cuando Dios nos juzga, no nos compara con nadie más que consigo mismo. Comparados con los demás podemos aparecer tan buenos como la Madre Teresa, pero comparados con Dios, no somos más que un montón de deshechos. Es por ello que, si Dios nos diera lo que realmente mereciéramos, no estaríamos muy contentos. Cuando Dios mira a la humanidad, lo único que ve son pecadores: pecadores grandes, pecadores pequeños, pecadores esporádicos, y pecadores continuos. En resumen: si usted es un pecador, y lo es, debe ser castigado. ¿Quiere saber qué es lo que se merece? El Señor lo dice muy claramente: «Todo el que peque, merece la muerte.» (Ezequiel 18:20a)
¿Le parece injusto? Seguramente sí. El mundo dice que eso no está bien, que al bueno le tienen que pasar cosas buenas, y que el malo debe ser castigado con cosas malas… y cuanto más malo, más castigo. Si es eso lo que usted está pensando, le complacerá saber que Dios está de acuerdo con ello. Dios también dice: «Si usted es pecador será castigado, y si es un pecador malvado, recibirá un castigo mayor.» Si quiere una prueba, fíjese en lo que dice Jesús en el capítulo 12, versículo 40 del Evangelio de Marcos: «Se apoderan de los bienes de las viudas y a la vez hacen largas plegarias para impresionar a los demás. Éstos recibirán peor castigo.»
Antes de continuar, voy a explicar un poco lo que estaba sucediendo cuando Jesús dijo esas palabras. Era la última semana de la vida de Jesús. El domingo, Domingo de Ramos, las multitudes de Jerusalén le habían dado la bienvenida como el Hijo de David. El lunes, Jesús había echado a los vendedores del templo. Ahora ya era martes. El día había estado muy ocupado. Casi desde el momento en que Jesús entró en el templo, sus enemigos, incluyendo a quienes conspiraban en su contra para matarlo, trataron de desacreditarlo delante de sus seguidores. Tanto el Sanedrín (la Suprema Corte judía) como los saduceos, trataron de encontrar alguna razón para condenar a Jesús, haciéndole preguntas con doble intención y tendiéndole trampas.
Cuando terminaron con sus inútiles esfuerzos, Jesús se dirigió a los que habían estado escuchando, y les dijo que tuvieran cuidado. Básicamente, el Salvador les dijo algo así como: «Fíjense en ellos. Todos son muy inteligentes, han estudiado la Biblia, conocen los mandamientos de Dios, y en las cosas en las que Dios calla, están dispuestos a agregar sus propios mandamientos. Cuando se miran al espejo están convencidos de que Dios no podría haber creado a nadie mejor que ellos. Por eso se visten con tanto lujo: porque quieren impresionarlos. Por eso es que les gusta ser reconocidos por otras personas importantes como ellos. Para que ustedes los puedan ver y sentirse inspirados por ellos y por su ejemplo, piden pases para todos los conciertos, y las mejores mesas en los restaurantes.’
Es allí cuando Jesús agregó algo así como: ‘Amigos, ellos pueden lucir bien y pueden parecer buenos y sus palabras pueden sonar bien, pero todo eso es sólo superficial. Ustedes están impresionados porque sólo ven lo que hay afuera. Pero Dios ve lo que hay dentro de las personas, y cuando las mira a ellas, ve a pecadores. Pero no termina allí. Cuando Dios los ve, también los ve como pecadores a quienes ha bendecido con el conocimiento de su Palabra y su voluntad; ve pecadores que se sirven a sí mismos y no a Él; todos los pecadores van a ser castigados, pero ellos van a recibir un castigo peor.’ Esa fue la forma de Jesús de decir: ‘Ellos, que quieren ser los primeros en la fila, y que quieren lo mejor de todo, van a recibir lo que desean. Dios les va a dar lo que se merecen, que es un castigo especial que Él les tiene reservado.
Así es que, si usted quería saber si va a recibir lo que merece, ahora ya lo sabe. Si usted es un pecador, recibirá castigo; y si usted es un pecador que ha rechazado al Hijo de Dios, se ha reído de su amor, y ha ignorado su misericordia, descubrirá que su castigo será mayor. Por supuesto que yo podría decirle que todo está bien, pero eso no sería la verdad. Si quiere pruebas, haga este pequeño experimento: piense en lo peor que alguna vez haya hecho. Con ese pensamiento en su mente, responda la siguiente pregunta: ¿le contaría ese pecado, con todos los detalles, a su madre? Probablemente no. ¿Cree que su madre se sentiría decepcionada de usted si se enterara de lo que hizo? Probablemente sí. Si su mamá, siendo una pecadora común y corriente, se decepcionaría ante su pecado, imagínese cómo se debe sentir Dios, quien es perfecto, cada vez que nosotros pecamos.
Mi amigo, somos pecadores, y lo único que merecemos como tales, es el castigo de Dios y la muerte eterna. Pero, gracias a la gran misericordia de Dios, este mensaje no va a terminar con palabras de condenación, porque, en medio de tanta mala noticia, le tengo una buena noticia. «Buena noticia» fue como el ángel llamó al Niño que había nacido en Belén. «No tengan miedo«, dijo el ángel, y luego explicó por qué no debemos temer, diciendo: «Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor.» (Lucas 2:10-11)
Al comienzo de la historia humana, cuando Adán y Eva rechazaron a Dios y decidieron ir por su propio camino, al reconocer que habían pecado tuvieron vergüenza y sintieron miedo. Dios había sido claro: la paga de su desobediencia sería la muerte. Es por ello que se escondieron de Dios; porque sabían que iban a recibir lo que merecían, y lo que merecían era la muerte. Cuando Dios encontró a sus hijos caprichosos escondidos y con miedo, y vio lo indefensos y desesperados que estaban, sintió compasión de ellos. Decepcionado por lo que ellos habían hecho y sabiendo lo que Él debía hacer, el Padre sintió compasión.
El Padre sabía lo que debía hacer. Por eso es que, dejando de lado la gran decepción que había sufrido, prometió que iba a enviar a su Hijo como salvador del mundo. Dios dijo que su Hijo iba a ocupar nuestro lugar, cumpliendo los mandamientos que nosotros a menudo quebrantamos. Cuando Jesús viniera al mundo, iba a resistir cada tentación de Satanás que a nosotros nos seduce. En el momento justo, Jesús iba a nacer, vivir, y morir la muerte que nosotros merecíamos. Era un buen plan, un plan divino, un plan misericordioso que, de dar resultado, evitaría que Dios nos diera lo que merecíamos. Él nos daría el perdón, la fe y la vida eterna que su Hijo había logrado.
¿Buenas noticias de gran alegría? ¡Las mejores noticias! ¡Las noticias más alegres! «Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.» (Romanos 6:23) «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.» (Efesios 2:8-9) Eso es lo que las Escrituras dicen. Una y otra vez dicen: ‘no tienes que recibir lo que mereces’. Demos gracias al Padre celestial por el increíble regalo de su Hijo, quien es buenas noticias de gran alegría.
Nicolás Copérnico fue matemático, médico, artista, jurista, gobernador, líder militar, diplomático y economista. Pero lo que lo hizo famoso fueron sus logros en astronomía, con la publicación del libro: «Sobre las revoluciones de la esfera celeste.» Este libro marca el comienzo de la astronomía moderna y del método científico. Fue tan importante, que se lo pusieron en sus manos en su lecho de moribundo en mayo de 1543. Pero, por más importante que fuera, Copérnico sabía que en ese libro no iba a encontrar el consuelo que buscaba. Es por ello que, desde su lecho de muerte, Copérnico se dirigió al Salvador, diciendo: «No pido el favor que San Pablo recibió, ni siquiera la gracia obtenida por San Pedro; pero sí lo que le diste al ladrón en la cruz, Jesús, fervientemente te pido que me lo des.» Copérnico no quería lo que él había ganado o lo que merecía: quería, y recibió, la gracia del Salvador.
Si ese es el deseo que el Espíritu Santo ha depositado en su corazón, y si de alguna forma podemos ayudarle a acercarse al Salvador, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.