PARA EL CAMINO

  • Un cuento de Navidad

  • diciembre 21, 2008
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 2:11
    Lucas 2, Sermons: 11

  • ¿Alguna vez se le ocurrió contar cuántas veces en estos días le desea a alguien que tenga una «Feliz Navidad»? Probablemente sean muchas más de las que se imagina. Pero, ¿qué es lo que hace que la Navidad sea feliz?

  • Esta semana el mundo cristiano va a celebrar el nacimiento del Salvador. Seguramente en algún canal de televisión, al menos aquí en los Estados Unidos, se podrá ver la película «Un cuento de Navidad», basada en el libro de Charles Dickens. Con excepción de la historia del nacimiento de Jesús que encontramos en el Evangelio de Lucas, este cuento de Navidad es uno de los más conocidos de todos los tiempos.

    Se trata de un viejo gruñón llamado Scrooge que, con la ayuda de un amigo ya muerto y de los espíritus de la Navidad del pasado, presente, y futuro, finalmente se arrepiente de haber sido miserable, de haber odiado la Navidad, y de haber sido indiferente a las necesidades de los demás. En una de las últimas frases del cuento, el narrador, refiriéndose al Scrooge convertido, dice: «Y para siempre se dijo que él supo como celebrar la Navidad como nadie más».

    Antes de continuar, debo aclarar que esa historia me gusta mucho. Es por eso que la semana pasada decidí leer toda la crónica del «Cuento de Navidad», tratando de encontrar qué fue exactamente lo que Scrooge descubrió, que le permitió celebrar la Navidad «como nadie más». Lo que encontré me sorprendió. En realidad, lo que me sorprendió fue lo que no encontré: en toda la historia, el nombre «Jesús» no fue mencionado ni una sola vez. La palabra Salvador no se dijo nunca, ni tampoco se habló acerca del sacrificio salvador del Niño Jesús. En ese cuento de Navidad tan famoso, el nombre de Cristo nunca es usado para describir al Redentor del mundo. Los personajes se desean una «Feliz Navidad», pero nunca hablan del Niño de Belén y de por qué su venida hace que la Navidad sea feliz. Al releer la historia no pude menos que preguntarme: si hace más de 150 años Dickens pudo escribir este magnífico cuento sin mencionar a Jesús, y si pudo decir que Scrooge celebró la Navidad tan bien o mejor que cualquier otra persona, pero todo lo hizo sin el Salvador, ¿cuántos oyentes de este programa estarán haciendo lo mismo?

    Mi pregunta se convirtió en preocupación cuando un pastor compartió conmigo la historia de una niña de su iglesia que había estado observando a su mamá y papá mientras estos hacían los preparativos para celebrar la Navidad. Al igual que Scrooge, ellos también querían ‘mantener el espíritu de la Navidad como nadie’. Pero lamentablemente, lo que la niña descubrió fue que lo que más preocupaba a sus padres parecía ser las fiestas y los regalos. Los domingos a la mañana en vez de ir a la iglesia iban de compras, y después de la cena se dedicaban a envolver regalos y escribir tarjetas. La niña sentía que tanto ella como el Niño Jesús estaban siendo dejados de lado. Finalmente, una noche la niña agregó un pedido a la oración que hacía cada noche antes de dormir. Dijo así: «Querido Padre que estás en los cielos, perdónanos por los preparativos que hacemos para la Navidad…». Al escuchar eso, sus padres se dieron cuenta que quizás no habían sabido «mantener el espíritu de la Navidad».

    Razón por la cual, este mensaje va a ser un poco diferente. Permítanme explicarles por qué la historia del nacimiento de Jesús es tan especial. No pretendo ni puedo mejorar lo que dice el Evangelio de Lucas, pero sí quiero hablarles a quienes estén confundidos acerca del nacimiento de Jesús, y a quienes hasta ahora no hayan prestado atención al establo de Belén porque piensan que allí no hay nada de importancia para ellos. Quiero hablarles a quienes han estado muy ocupados, y a quienes creen saber todo lo que sucedió en esa noche santa muchos siglos atrás. A todos quiero hablarles acerca de la importancia de Jesús, el Salvador del mundo, y de por qué su nacimiento es una noticia buena y de gran alegría para todos, y especialmente para usted.

    La historia del nacimiento del Salvador, según la encontramos en el Evangelio de Lucas, comienza así:

    Por aquellos días Augusto César decretó que se levantara un censo en todo el imperio romano.

    Es de notar que la historia del nacimiento de Jesús comienza en Roma, a más de 1400 millas de Belén. No comienza mencionando a Jesús, o a su madre o a su padrastro, sino a César Augusto, el hombre más poderoso de Europa. Preocupado por lo baja que estaba la moral pública y el miedo de que su país no fuera capaz de defenderse en el futuro, César había implementado varias leyes que castigaban a quienes eludían sus obligaciones cívicas. Para tener toda la información que necesitaba para comprobar si dichas leyes estaban dando resultado, y para poder predecir lo que podría suceder en el futuro, es que decidió convocar a un censo. Y así es cómo, ese decreto romano, hizo que un carpintero y su esposa embarazada y virgen emprendieran el viaje que los llevaría de Nazaret al lugar que Dios había anunciado en sus profecías.

    (Este primer censo se efectuó cuando Cirenio gobernaba en Siria.) Así que iban todos a inscribirse, cada cual a su propio pueblo.

    Sabiendo que llegaría el día en que los hombres tomarían la historia del nacimiento de Jesús como algo casi imposible de creer, y tratarían de reducir la narración bíblica a un cuento más, el Señor se aseguró de poner este acontecimiento en un contexto histórico. Dios quería que usted supiera que la redención de la humanidad tuvo lugar en un momento real de la historia, y tocó las vidas de personas reales.

    Este censo decretado por César Augusto se realizó cuando Cirenio servía como gobernante en la provincia romana de Siria. Más adelante habría otros, pero éste, que hizo que los ciudadanos judíos tuvieran que ir a su lugar natal, fue el que puso a José y a su bendita esposa en los caminos polvorientos y peligrosos. La Escritura está hablando de ese viaje de 90 millas cuando dice:

    También José, que era descendiente del rey David, subió de Nazaret, ciudad de Galilea, a Judea. Fue a Belén, la ciudad de David, para inscribirse junto con María su esposa. Ella estaba encinta…

    ¿Es usted una de las muchas personas que creen que todas las religiones son iguales, y que todos los líderes religiosos son lo mismo? Déjeme decirle que no lo son. Buda pudo haber dicho muchas cosas sabias, pero nunca nadie predijo su venida. Mohammed pudo haber sido un gran general y un poderoso líder de hombres, pero ningún profeta prometió o dio alguna señal de que iba a nacer.

    Jesús es diferente y único. Para que el mundo lo identificara como el Hijo de Dios, el Salvador prometido al mundo, personas inspiradas por el Espíritu Santo habían dado más de 100 indicadores exclusivos y excepcionales que describían la vida, pasión, muerte y resurrección del Redentor.

    Más de 700 años antes de que Jesús naciera, el profeta Miqueas había escrito (5:2): «Pero de ti, Belén… saldrá el que gobernará a Israel; sus orígenes se remontan hasta la antigüedad, hasta tiempos inmemoriales». Ya hemos dicho que César Augusto convocó a un censo. Ahora el Señor nos dice por qué hizo que el Emperador lo hiciera: si Jesús iba a ser el Salvador, debía cumplir la profecía que predecía que habría de nacer en la ciudad de David, y venir del linaje de David.

    … mientras estaban allí, se le cumplió el tiempo. Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada.

    El dueño de la posada de Belén siempre ha tenido mala fama. Se lo ha llamado inhumano, cruel, despiadado. Aún así, si somos fieles a la Palabra de Dios, debemos admitir que no sabemos su nombre, y ni siquiera sabemos si existió. Es probable que María y José hayan buscado alojamiento en los lugares que proveían refugio para los viajeros y sus animales. Siendo que la población de Belén había aumentado considerablemente con los ciudadanos que habían llegado obedeciendo las órdenes de César, no es de sorprenderse que María y José se encontraran en el piso de abajo (donde se dejaban los animales) cuando «se les cumplió el tiempo».

    Un hijo. Lucas cuenta la historia del nacimiento de Jesús sin grandes detalles. María dio a luz a su hijo primogénito. Podría haber dicho mucho más. Podría haber dicho que el nacimiento del Niño Dios era el cumplimiento de la promesa hecha a nuestros primeros antepasados después que ellos habían rechazado el amor y la paz perfecta de su Creador. Podría haber dicho cómo, mientras que todas las demás religiones del mundo dicen que uno debe esforzarse para llegar a Dios, el nacimiento en Belén muestra que el Hijo de Dios vino a nosotros. Lucas podría haber dicho que el nacimiento de Jesús fue el comienzo terrenal de una vida que, de principio al fin, habría de ser un regalo de Dios para nosotros. Podría haber dicho cómo, para que fuéramos perdonados, Jesús habría de cumplir con todas las leyes que nosotros hemos traspasado; cómo el Hijo de Dios habría de resistir cada tentación que a nosotros nos resulta tan… tentadora; cómo Jesús habría de morir la muerte que nosotros merecíamos. Lucas podría haber dicho cómo Jesús habría de levantarse de entre los muertos y, en el acontecimiento más maravilloso de toda la historia, asegurar el perdón de la humanidad, y su reunión con el Creador.

    Lucas podría haber dicho todas esas cosas, y habría estado en lo cierto. Pero todas esas cosas vendrían más adelante. En vez de decir todo eso, simplemente escribió: «Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre». Palabras simples, pero esas palabras son tan importantes, que produjeron un cambio en la tierra y en la eternidad, un cambio que hace que el almanaque que cuelga en su cocina, la fecha que aparece en su computadora, los acontecimientos importantes en su vida, sus cumpleaños, su aniversario de casamiento, y hasta su muerte, son calculadas a partir de la noche en que Jesús nació.

    Pero los sucesos de esa noche aún no habían terminado. La Escritura continúa diciéndonos:

    En esa misma región había unos pastores que pasaban la noche en el campo, turnándose para cuidar sus rebaños. Sucedió que un ángel del Señor se les apareció. La gloria del Señor los envolvió en su luz, y se llenaron de temor.

    El nacimiento de Jesús, ocurrido en un establo y no en un palacio real, le hace saber a la humanidad que Jesús vino a dar su vida en rescate por todos, y no sólo por unos pocos elegidos. Esta verdad es enfatizada cuando los ángeles de Dios comparten la historia del nacimiento del Salvador con unos pastores.

    Entendamos que los pastores no eran muy respetados por las personas cultas de la sociedad. Al contrario, los pastores eran considerados rufianes de clase baja, ordinarios e incultos. Y más aún, como los pastores eran impuros según las leyes ceremoniales de la época, las personas decentes de la sociedad hacían lo posible por esquivarlos. Años más tarde, Jesús habría de decir y mostrar que había venido para sanar a los enfermos, para buscar a los perdidos, y para liberar a los condenados. Esa noche, su Padre dijo lo mismo. Esto es lo que las Escrituras nos dicen:

    Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor».

    ¿Se da cuenta que los ángeles le están hablando a usted? No sé cuáles son las cosas que le atemorizan, pero podría empezar a hacer una lista: enfermedades; problemas financieros; dificultades en el matrimonio; hijos rebeldes; adicciones; perversiones; depresión; culpa por pecados cometidos o por obras buenas no realizadas… El temor ataca a nuestro mundo sin perdonar a nadie. Pero hoy el ángel le dice a usted: «No tenga miedo». ¿Suena tonto? Para nada. Sigue explicando: «Le traigo buenas noticias a usted y a todas las personas». No hay nadie que sea tan malo, tan deplorable, o tan detestable, como para estar excluido. Las buenas noticias de Dios son para nosotros. El Salvador es para nosotros. ¿Se siente culpable? Él le perdona. ¿Se siente solo? Él es un amigo que nunca lo abandonará. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, ha nacido en Belén y logrado nuestro perdón y salvación. Él es la buena noticia de gran alegría para todas las personas. Fue una noticia tan buena, que los pastores quisieron ir a verlo. He aquí las indicaciones de los ángeles:

    Esto les servirá de señal: «Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». De repente apareció una multitud de ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad».

    Si nunca se ha unido a los ángeles para darle gracias al Señor diciendo: «Gloria a Dios», éste es el momento de hacerlo. Mire su vida. Mire su futuro. ¿Qué le espera? Sin Jesús lo que hay es oscuridad; en cambio con él hay perdón y una eternidad sin dolor, sin lágrimas, y sin enfermedad. «Gloria a Dios en las alturas».

    Cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «Vamos a Belén, a ver esto que ha pasado y que el Señor nos ha dado a conocer». Así que fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al niño que estaba acostado en el pesebre.

    Si le dijera que encontré una gasolinera que vende el galón de gasolina a $1.00, con toda seguridad usted iría a llenar su tanque. Si a ustedes, señoras, les dijera que descubrí un lugar que vende carteras y zapatos de marca con un 90% de descuento, con toda seguridad irían a comprar. Si a ustedes, hombres, les dijera dónde podrían conseguir entradas gratis para el partido de béisbol, seguramente les interesaría ir. Si anunciara que tengo la cura para el cáncer o la diabetes o el Alzheimer´s, el mundo vendría a golpear a mi puerta.

    Todas esas cosas serían buenas noticias, pero aún así, serían insignificantes, casi intrascendentes, comparadas con las buenas noticias de Jesucristo. El Hijo de Dios nació para limpiar nuestras conciencias; para asegurarnos que, al final de nuestra vida, la muerte no va a tener la última palabra; para garantizar la eternidad en la alegría del cielo y no en los fuegos del infierno. Jesús es la buena noticia de gran alegría de Dios y está bien que, al igual que los pastores, usted vaya a ver lo que ha pasado y que el Señor le está dando a conocer.

    Ya no lo encontrará en el pesebre de Belén, ni en la cruz del Calvario, y ciertamente tampoco estará en la tumba prestada. Pero todavía lo puede encontrar y, al igual que los pastores, adorarlo. Esta semana, muchas iglesias cristianas van a tener servicios especiales en los que darán gracias a Dios por la llegada del Salvador. Le aliento a que se una a los pastores, aún si ésta es la primera vez, para ver la salvación de la que el Señor le está hablando. Y si ya ha ido con los pastores al establo de Belén a adorar al Hijo de Dios, le aliento a que dé un paso más y vaya con ellos a proclamarlo. Lucas escribe:

    Cuando vieron al niño, contaron lo que les habían dicho acerca de él.

    Compartir la historia del Salvador. Eso es lo que los espectadores del nacimiento, muerte y resurrección del Salvador deben hacer. ¿Sabe de alguien que necesita conocer las buenas noticias de gran alegría de Dios que nos trae Jesús? Cuénteselas. ¿Conoce a alguien que esté perdido, solo, deprimido, desalentado, o abatido? Invítele a estar con usted y hágale saber que el Salvador ha nacido. El Salvador, que es Cristo, el Señor.

    Que el Niño de Belén sea el motivo de su celebración en esta Navidad, y que la presencia del Salvador le acompañe y bendiga en estos días santos. Amén.