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PARA EL CAMINO
Sin importar quién eres o de dónde vienes, puedes estar seguro que este mensaje está dirigido a ti. A través del profeta Isaías, Dios nos dice que su casa será una ‘casa de oración para todos los pueblos’.
Cuando yo era niño, mucho antes que existieran todas las ligas de béisbol y fútbol para niños que existen hoy, para poder jugar en los partidos que se armaban en el barrio uno tenía que esperar hasta ser elegido. ¡Todavía recuerdo los nervios que pasaba mientras esperaba que me eligieran! Los muchachos más grandes (o los que jugaban mejor) siempre eran los capitanes, así que ellos se encargaban de ir armando sus equipos, llamando a cada uno de nosotros por nuestro nombre. Inevitablemente siempre había uno que era el último en ser elegido.
Pensemos un poco en las razones que los capitanes tenían para hacer su selección. Cuando elegían a los que eran buenos jugadores y a los que tenían una buena reputación en el barrio, todo estaba bien. Pero el problema era que, la mayoría de las veces, elegían a los que eran sus amigos. Entonces ya no se trataba de ver quién ganaba o perdía un partido, sino de quién formaba parte del grupo especial del barrio.
Es que son innumerables las cosas que hacen las personas para determinar quién pertenece a un determinado grupo, y quién no. Así funciona nuestro mundo. Como pecadores que somos, nos aseguramos de establecer límites y exigir ciertos requisitos para asegurarnos que las personas que «no corresponden» se mantengan alejadas, y las que sí corresponden puedan estar tranquilas. Como pecadores que somos, sabemos cómo hacer para que los demás sientan que ese lugar no es para cualquiera, sino que está reservado para personas especiales. Como seres humanos necesitamos sentir y saber que pertenecemos, pero lamentablemente tendemos a usar esa necesidad contra nuestro prójimo.
¿Quién puede pertenecer? ¿Quién puede ser parte del grupo? El profeta Isaías nos hace una pregunta similar, pero la suya tiene que ver con nuestra relación espiritual con Dios. ¿Quién puede pertenecer? ¿Quién puede ser parte del equipo de Dios, parte de la familia de Dios? Gracias a Dios que él no es como nosotros, porque si no, ninguno de nosotros seríamos elegidos para estar en su equipo, o invitados a su gran banquete. Ninguno de nosotros es un amigo especial de Dios. Sus estándares son eternamente rectos y justos, al igual que su casa de oración. Sin su gracia y misericordia nadie puede estar en su presencia. Sin embargo, milagrosamente, el profeta Isaías nos dice hoy que el favor de Dios, su bondad, su bendición, y hasta la vida eterna, son ofrecidos como un regalo a todas las personas.
Isaías dice que Jehová, el Señor, está reuniendo un pueblo en su monte sagrado… está reuniendo un pueblo en su casa de oración, para una celebración que no tendrá fin; una celebración que es para todos, dada como un regalo, fruto de su gracia y misericordia.
Isaías nos recuerda que es Dios mismo quien dice: «mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos». Es una casa de oración para todas las personas sin distinción, porque en esta casa es proclamado públicamente el mensaje único de la gracia de Dios. En otras palabras, esto quiere decir que, sin importar quién eres o de dónde vienes, puedes estar seguro que este mensaje está dirigido a ti.
Mis padres siempre me dijeron que, pasara lo que pasara, tuviera los problemas que tuviera, su casa siempre estaría abierta para mí, siempre podría regresar a ella. Ellos hicieron todo lo necesario para que nosotros pudiéramos tener una segunda oportunidad… es que alguien siempre tiene que pagar el precio para que otro pueda tener una segunda oportunidad, ¿no es cierto? Y eso se da primeramente en el hogar. Uno siempre puede comenzar otra vez en el hogar; el hogar es ese lugar de bendición, no sólo porque allí encontramos una segunda oportunidad, sino porque allí hay amor, comunicación, disciplina, y apoyo.
Sin embargo, ni los mejores hogares son lugares a los que uno puede siempre regresar… a veces hasta el amor de un padre se agota… otras veces un hijo se desvía y no logra encontrar el camino de regreso a su hogar. Entonces la pregunta se hace más profunda: ¿puede haber un lugar donde haya amor permanente y duradero, un lugar donde el amor sea siempre suficiente para cubrir las dificultades que nos toca vivir? ¿Puede haber un lugar que nos encuentre cuando estamos perdidos? Y si existe un lugar así, ¿es para todas las personas, sin importar las barreras culturales, o los miedos y dificultades que tengan? La respuesta es sí, ese lugar existe: Dios, en su gracia y misericordia, promete su casa de oración a todos los que le amen y le sirvan. Sólo en ese lugar las barreras de idolatría pueden ser vencidas, los enemigos pueden convertirse en amigos, y los extranjeros y marginados pueden ser restaurados como hijos redimidos de Dios.
Se cuenta la historia de un jugador profesional de fútbol americano que finalmente comprendió este mensaje. Su vida cambió por completo cuando se dio cuenta de la posibilidad de ser un hombre de Dios para los demás. Un compañero, también cristiano, lo cuenta de la siguiente manera: «Hace unos años, uno de los miembros de nuestro equipo se convirtió a Cristo. ¡Qué testimonio que fue! Un día se me acercó, y me dijo: ‘Nos vamos a entrenamiento por unos días; necesito que me digas qué debo estudiar’. ‘Está bien’, le dije, ‘lee la carta a los Efesios’. ‘¿La qué?’, me dijo. ‘La carta a los Efesios’, le repetí, y le expliqué dónde encontrarla en el Nuevo Testamento.
Cuando regresa, me entero que había leído seis veces la carta a los Efesios… ¡cada día! Cuando nos encontramos, me dijo: ‘Nos tenemos que juntar para hablar. ¿Recuerdas la tarea que me diste?’ Le dije que sí. ‘¡Me mató!’, me dijo. Le contesté: ‘Está bien, vamos a hablar’. Así que nos reunimos, él abre la Biblia en la carta a los Efesios, y me dice: ‘Aquí, donde dice ‘Esposos, amen a sus esposas como Cristo amó a la iglesia’… ¡Eso es algo imposible de hacer!’
Le contesté que acababa de hacer el descubrimiento más importante de su vida como cristiano: que la vida cristiana no es difícil… sino ¡imposible! Entonces le dije: ‘Dime una cosa que tú aprecias de tu esposa’. Como todo buen hombre, dijo: ‘Bueno, ella hace un montón de cosas. Por ejemplo, es muy buena cocinera’. ‘Muy bien’, le dije, ‘esa es tu próxima tarea. Cuando llegues a tu casa, le dices a tu esposa cuánto aprecias su comida’. ‘O, no, para que pueda hacer eso haría falta un milagro’, me dijo. Le respondí: ‘Exacto. No te olvides que Dios se especializa en hacer milagros’. ‘Entonces más vale que oremos antes que vuelva a casa’, me dijo. Así que nos arrodillamos, y nunca me voy a olvidar de la oración que hizo: ‘O, Dios, me has dado una tarea muy difícil’… Él tampoco se va a olvidar nunca que su esposa hizo ese día la mejor comida de su vida, con entrada, plato principal y postre, y a la luz de una vela.
Cuando lo volví a ver, le pregunté: ‘Y, ¿qué tal fue la comida?’ ‘Fue terrible’, me dijo. ‘¿Por qué?’, le pregunté. ‘Yo estaba ahí sentado pidiéndole a Dios que me ayudara a apreciar el trabajo de mi mujer’. ‘¿Y, qué pasó?’ ‘Bueno, finalmente el Señor me dio coraje para levantarme de la mesa, fui al lado de ella y le tomé la mano… ella se puso blanca como el papel… creo que se pensó que le iba a dar una mala noticia… la hice parar para poder mirarla a los ojos, y le dije: ‘Mi amor, la cena fue estupenda’.
Un tiempo después dio su testimonio en público. Los compañeros que lo escucharon no podían creerlo. Dijo: ‘Les aseguro que, en la intimidad de mi hogar, yo era el hombre más débil que se puedan imaginar. En el estadio puedo arrasar con cualquiera, hasta puedo enfrentar a dos o tres contrincantes a la vez. Pero en una situación íntima, quedo desarmado.’ Luego siguió diciendo: ‘Jesucristo vino a mi vida y me cambió completamente. Yo pensaba que el mundo giraba a mi alrededor, pero les aseguro que él tomó todo mi egocentrismo y mi orgullo, y comenzó a liberarme de mí mismo’.
En otras palabras: recibió la gracia de Dios. ¿Te das cuenta que la única forma de estar en la casa de oración de Dios es por fe? La fe es el antídoto a toda discriminación pecaminosa. La fe es lo que puede mover montañas y superar las barreras tontas que el pecado humano levanta. La fe es lo que nos permite pedir perdón y ofrecer nuestra ayuda a quien esté pasando por necesidad.
El profeta Isaías proclama que el Dios del universo ha hecho una promesa, un pacto de gracia y paz con el mundo… y que ha preparado una casa, un hogar, para que todos los que quieran puedan tener allí un nuevo comienzo con él. Isaías nos recuerda que la casa de Jehová, el Dios de la Biblia, «será llamada casa de oración para todos los pueblos», porque Dios la estableció para que todas las personas puedan conocer el amor y la gracia con que él quiere bendecirlas.
Me gusta mirar películas de misterio en las que el protagonista tiene que ir siguiendo las pistas que lo llevan a un tesoro escondido que nadie más ha logrado encontrar. Por ejemplo, las películas de Indiana Jones, en las que Harrison Ford lucha contra arqueólogos malintencionados, contra políticos y charlatanes, y logra encontrar tesoros espirituales más preciosos que el oro. En ambos casos, la búsqueda de pistas misteriosas lleva a un tesoro que siempre estuvo en el mismo lugar.
Tesoros escondidos, pistas misteriosas, cosas que sólo unos pocos pueden ver y creer. Todo esto es totalmente opuesto a la forma en que actúa el Dios de la Biblia. Dios ha mostrado abiertamente su plan de salvación, para que todos podamos verlo. Él hizo visible su promesa de gracia, para que todos la podamos encontrar. Adán y Eva, los primeros habitantes de la tierra a quienes Dios les había prometido que enviaría un Salvador, vivieron esperando ver el cumplimiento de esa promesa. A medida que la humanidad se hizo más numerosa, Dios literalmente concentró su promesa en una familia específica: la familia de Abraham, que se convirtió en la nación de Israel cuyo propósito fue dar a conocer que el plan de salvación de Dios era su regalo de gracia para todas las personas del planeta.
Todavía hoy, la iglesia cristiana existe por esa misma razón: para dar a conocer la invitación de Dios a través de Jesucristo. Pensemos un poco: hasta las palabras utilizadas en la Biblia fueron específicamente escritas para que tú y yo podamos recibir su invitación exclusiva de ir a su casa a estar con él… ¡como si fuera una carta personal de gracia escrita para ti y para mí!
Una de las mayores ideas equivocadas que anda dando vueltas sobre la Biblia y su mensaje es que el pueblo de Israel de antaño, así como la Iglesia Cristiana de nuestros días, fueron elegidos por Dios por ser especiales. ¡No! En realidad fueron elegidos para ser un pueblo especial… a pesar de ser como eran. Dios se encargó de hacerlos aptos de llevar tal mensaje.
Escuchemos lo que dice Isaías 49:6: «Muy poca cosa es para mí que tú seas mi siervo, y que levantes las tribus de Jacob y restaures al remanente de Israel. Te he puesto también como luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta los confines de la tierra». El pueblo de Dios de aquel entonces, y el pueblo de Dios de nuestros días, son especiales porque creen y proclaman el mensaje y el pacto de gracia, justicia y paz que Dios ofrece a la humanidad. La iglesia cristiana es la encargada de hacer conocer a todas las personas la invitación exclusiva de Dios a que vayan a su casa de oración, a que regresen a su hogar.
Tal mensaje e invitación son como una piedra preciosa, como una joya de gran valor pasada de generación en generación. Quien lo ve se da cuenta de cuánto vale. Es la promesa de Dios de redimir y restaurar la familia humana en su totalidad, así como fue escrita en los acontecimientos de la historia, registrada en los nombres de la Biblia, y hecha carne en la historia en la persona de Jesús para que todos podamos ser salvos. Tal mensaje histórico es mucho más grande que cualquier pueblo, tribu o nación. La invitación de Dios de ir a su casa de oración ha estado siendo preparada durante muchas generaciones… para todas las generaciones.
Hay un lugar en el que todos podemos reunirnos. Todos los que hemos sido golpeados y derribados por el mundo, los que luchamos con los ataques interminables del pecado y la tentación, ¡todos tenemos una casa de oración en la cual somos bien recibidos! En la época de Isaías, el templo de Jehová era el lugar en el que habitaba el nombre de Dios, su promesa y su salvación. Esta ‘casa de oración’ tenía un lugar físico a cual uno tenía que ir. Al escribir estas palabras, Isaías tenía en mente el templo en Jerusalén. Pero incluso este lugar específico era identificado y proclamado públicamente para que todos los que así lo quisieran pudieran encontrar la casa de Dios, y volver al hogar del Padre celestial.
Si bien eso era algo maravilloso para esa época, yo tengo algo aún mejor para ti hoy. ¿Qué dirías si te digo que hay algo mayor aún que la «casa del Señor» de la que habla Isaías? La Biblia hace otra increíble afirmación en Juan 1 y Juan 2:19, donde dice que el tabernáculo de Dios, el Templo de Dios, la Presencia real de Dios ha superado las fronteras de todas esas construcciones antiguas. El tabernáculo de Dios se hizo carne y tuvo pies, manos, hombros y piernas. Jesús, nacido en Belén, fue el Templo de Dios en este mundo, la bendición y el perdón de Dios para ti y para mí.
Uno no tiene que hacer un peregrinaje para llegar a él, sino que él viene a uno cada vez que escuchamos su Palabra. El mensaje de gracia para todas las personas está en constante movimiento, ofreciendo personalmente su exclusiva invitación de gracia, misericordia y paz que sólo Dios puede dar.
Entonces, ¿quién puede volver a casa, quién puede pertenecer a la casa del Señor, a su casa de oración? Todo el que responde a la invitación de Dios, al mensaje tan claramente ofrecido en la persona y obra de Jesús… porque en Cristo hay una casa de oración para todas las personas.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles, en el Nuevo Testamento, hay una pequeña sección en la cual vemos la proclamación de Isaías hacerse realidad. Sucedió un día cuando un eunuco de Etiopía iba viajando en su carruaje de Gaza a Jerusalén leyendo, en el libro de Isaías, acerca de un siervo que habría de sufrir por todos. Felipe, creyente y seguidor de Jesús, se encontró en el camino con este extranjero, y lo llevó a la fe en Cristo.
El origen de la iglesia de Etiopía se remonta a la conversión de este eunuco. Si bien él no pudo tener hijos que llevaran su apellido, su familia de fe vive en los creyentes de la iglesia de Etiopía de hoy día. Esta es sólo una muestra de que la gracia de Dios puede quebrar las barreras de las razas, lenguajes y culturas, haciéndonos a todos un solo pueblo. A través de la fe de Felipe y de un etíope, muchos más llegaron a la casa de oración de Dios.
Entonces, ¿quién puede pertenecer a la casa del Señor? Todos los que creen que la casa de Dios está construida en las promesas que fueron cumplidas por Jesucristo… promesas que han sido y siguen siendo proclamadas por su iglesia, para que todo el mundo pueda recibirlas. Todos los que saben y creen que el amor de Dios en Jesucristo es para todas las personas, así como él lo dice… y eso nos incluye a ti y a mí. Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.