PARA EL CAMINO

  • Un mundo de contrastes

  • diciembre 30, 2012
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Colosenses 3:12-17
    Colosenses 3, Sermons: 2

  • Delante de Dios, y gracias a lo que Cristo hizo por nosotros, ¡somos santos! Un significado de la palabra ‘santificar’, es ‘separar’. Por lo tanto, quien ha sido ‘santificado’, ha sido ‘separado’ por Dios para vivir de una manera diferente en un mundo también diferente.

  • Hay un grupo de comediantes muy conocido en Latinoamérica que es famoso por sus frases célebres. Una de esas frases dice: «Hay un mundo mejor, pero es carísimo.» En verdad, pareciera que es mejor tomarse en broma eso de que hay un mundo mejor, porque muchos hemos intentado mejorar nuestro mundo, el mundo personal, el mundo familiar, el mundo inmediato que nos rodea, y hemos tenido poco éxito. Un mundo mejor no es en todo caso muy caro, sino muy difícil de conseguir. Pienso también que si soñamos con un mundo mejor es porque conocemos un mundo peor.

    ¿Cómo es tu mundo? ¿Hay algún aspecto de tu mundo que quisieras que estuviera mejor? En mi mundo, las cosas no están siempre como me gustaría que estuvieran. Sufro demasiados altibajos, me gustaría un mundo más estable; el mundo en el que vivo no es ni caro ni barato, pero me llena de ansiedades, me produce desconfianza en el futuro, me atrapa en su desenfreno desordenado.

    Es que vivimos en un mundo de contrastes. Desde nuestra perspectiva humana, hay un mundo bueno y un mundo malo, un mundo oscuro y un mundo iluminado. Vivimos contrastes naturales cada día del año. Cada día tiene unas horas de luz, y otras de oscuridad. Cada año tiene un invierno y un verano, cada uno con marcados contrastes, al menos en la ciudad donde vivo. Me gustan esos contrastes, porque me ayudan a apreciar mejor la creación.

    Pero en la vida hay otros contrastes que no forman parte de la rutina de la creación y que no podemos prever. Contrastes que surgen de improviso. En un instante pasamos de la paz a la guerra, de la calma a la ansiedad, de la risa al llanto, de la aceptación al rechazo, del bienestar al dolor, de la felicidad a la tristeza. Me imagino que sabes muy bien de qué estoy hablando, y no es mi intención traerte recuerdos amargos, sino anunciarte el mundo mejor que Dios tiene para ti.

    En esos contrastes imprevisibles hay un elemento que produce el cambio, un agente que detona el explosivo o que aprieta el gatillo. Algo tan simple como los resultados de un análisis de sangre pueden transformar nuestro hasta entonces tranquilo mundo interior, en un mundo lleno de confusión, de lágrimas, y de ansiedades.

    Cuando en los evangelios leemos acerca de la vida de Jesús, descubrimos que Jesús fue un agente de cambio. Con sus palabras, sus acciones, y su mano sanadora, les cambió el mundo a muchas personas que tuvieron la bendición de encontrarse con él. Un ciego de nacimiento vivió por muchos años en un mundo oscuro, recluido en sus pensamientos y en su tristeza por tener que estar tirado a la entrada del templo para lograr una limosna que le ayudara a sobrevivir. A ese ciego Jesús le llevó luz, una perspectiva nueva de la vida, y la alegría de poder mirar cara a cara a aquellos a quienes sólo conocía por su voz.

    Un leproso, marginado por una enfermedad altamente contagiosa, aislado de su familia y de sus amigos, y destinado a ver decaer su cuerpo y sus esperanzas, al encontrarse un día con Jesús, el agente de cambio, fue sanado por el poder de Dios e incorporado a una nueva vida. Gracias a Jesús, conoció un mundo mejor.

    A otras personas Jesús les cambió el mundo más lentamente. Sus propios discípulos digirieron poco a poco, día a día, los profundos cambios transformadores que Jesús produjo en sus vidas. Por medio de su ejemplo, de sus enseñanzas y de su muerte y resurrección, Jesús cambió radicalmente la vida de sus seguidores. Sin duda Pedro, Santiago, Juan y los demás, pudieron experimentar cómo Jesús los había traído a un mundo mejor.

    La experiencia de Pablo, el perseguidor de Jesús, fue diferente. Él vivió el contraste en su vida de una forma muy peculiar. Pablo no conoció a Jesús personalmente como lo conocieron los otros discípulos. Sólo había oído hablar de él y conocía la predicación y las actividades de los primeros cristianos. Convencido de que su misión en la vida era defender la religión de Israel, se convirtió en un acérrimo perseguidor de los cristianos, y hasta presenció y aprobó la muerte de Esteban, el primer mártir de la iglesia, quien fuera apedreado por su valiente testimonio acerca de Jesús. Cuando estaba en esa carrera persecutoria, Jesús, desde los cielos, lo detuvo en seco, y le cambió la vida. Poco tiempo después Pablo se convertiría en el más grande misionero de la iglesia de los primeros tiempos.

    Jesús sigue obrando hoy. Él sigue siendo el agente de cambio para lograr un contraste en nuestra vida. San Pablo, en el capítulo anterior al texto que estamos estudiando dice: «Cuando ustedes fueron bautizados, fueron también sepultados con [Cristo], pero al mismo tiempo resucitaron con él, por la fe en el poder de Dios, que lo levantó de los muertos. Antes, ustedes estaban muertos en sus pecados; aún no se habían despojado de su naturaleza pecaminosa. Pero ahora, Dios les ha dado vida juntamente con [Cristo], y les ha perdonado todos sus pecados» (Colosenses 2:12-13).

    Todos los que fuimos bautizados y recibimos el don de la fe fuimos cambiados radicalmente. Esto es lo que explica San Pablo en Colosenses 3. Somos «escogidos de Dios, santos y amados». Dios nos eligió sin tomar en cuenta ninguna de nuestras virtudes. ¿Qué virtudes le podríamos presentar? Si yo tuviera que mostrarle alguna de mis virtudes a Dios para pedirle que por ella me eligiera como hijo, estaría en serios aprietos. Es más, me miro a mí mismo con honestidad y lo único que tengo para presentarle a Dios es mi falta de sensibilidad al dolor y a las necesidades de otras personas, mi falta de humildad, mi falta de paciencia. Muchas veces soy intolerante, y me cuesta perdonar a pesar de que Dios me perdonó generosamente. ¿Por qué habría de elegirme a mí para hacerme su hijo y llevarme finalmente al cielo? ¿Por qué habría de elegirte a ti? Porque tú y yo somos su creación y nos ama. Dios nos acepta como somos y nos transforma, creando un contraste total entre el antes y el ahora.

    El apóstol Pablo dice que Dios nos elije, nos santifica, y nos ama. Qué sensación extraña y fuerte es saber que Dios nos elije a pesar de nuestro pecado. En vez de castigarnos, nos santifica. Nos perdona hasta lo más oscuros pensamientos, las actitudes más hostiles, y las obras más viles. Nos santifica. Delante de Dios, y por la obra de Cristo ¡somos santos! Es interesante notar que la palabra santificar también significa separar. Un santificado es un separado. Dios me eligió y me separó. Dios te elige a ti y te separa, te pone en un mundo diferente, en marcado contraste con el mundo en el que estabas antes.

    Si usáramos antónimos de todas las palabras que Pablo usa en este pasaje de Colosenses, podríamos describir el mundo sin el amor de Dios: un mundo donde nadie es sensible al sufrimiento de los demás; donde hay maldad en todos los niveles, arrogancia desmedida, falta de mansedumbre, y donde todos son impacientes. Un mundo cargado de intolerancia donde no se perdona ni el más mínimo error, donde las personas viven criticándose y quejándose constantemente, ¡por cualquier cosa! El mundo sin el amor de Dios es un mundo donde nadie perdona nada, donde las personas se vuelven especialistas en acusar y cargar de culpas a los demás, en guardar rencor y en explotar histéricamente hiriendo a los que están a su alrededor. ¿Te imaginas una familia así en ese mundo? ¿Estoy describiendo la tuya? ¿Estoy describiendo una familia que conoces?

    Jesús es el agente de cambio. Por Jesús Dios nos eligió, nos separó y nos amó para ponernos en otro mundo. Es importante recalcar que San Pablo dice que Dios nos amó. Ése es el único motivo por el cual yo estoy compartiendo este mensaje contigo. Es también el motivo por el cual tú estás escuchando esta palabra de Dios.

    Fuimos elegidos, separados y amados para ejercitar algo desconocido para nosotros. No nos sale de adentro perdonar a quien nos ofende. No tenemos la capacidad de ser tolerantes con los que nos irritan con sus gestos y actitudes. ¿Cómo puedo ser paciente con el que me agrede y lastima, con el que me quita el espacio en el trabajo, con el que me pelea en la escuela, con el que no pierde ocasión de dejarme mal parado? Sin embargo, eso es lo que Dios ejercita constantemente con nosotros. Todas esas actitudes de Dios se resumen en la palabra GRACIA.

    Dios es misericordioso con nosotros, y lo mostró entregando a su propio Hijo único para que él fuera castigado y colgado en una cruz en lugar nuestro. Por la muerte y resurrección de Jesús tú y yo somos perdonados. Jesús ejercitó la humildad cuando vino a nacer a este mundo rodeado de pobreza. Ser humilde cuando no se tiene nada es una cosa. Pero cuando se es el rey del mundo, el todopoderoso Creador, y el dueño del tiempo y de la eternidad, ser humilde significa muchísimo.

    Dios nos tiene paciencia. ¿Te imaginas si el todopoderoso y justo Dios perdiera la paciencia cada vez que no hacemos su voluntad? ¿Te imaginas si Dios fuera intolerante y quejoso, y explotara histéricamente cada vez que pecamos?

    Porque Dios nos escogió, nos santificó, y nos amó, y porque nos concede su gracia una y otra vez, es decir, nos perdona diariamente, nos trata con mansedumbre, y nos tiene paciencia, nuestra vida puede ahora experimentar un contraste.

    San Pablo elige cuidadosamente las palabras que explican cómo vivir ahora la vida en contraste con el mundo pecaminoso: hay que revestirse de misericordia, de benignidad, de humildad, y de paciencia; hay que ser tolerantes y perdonadores, y hay que revestirse de amor, que es el vínculo perfecto. Con esta última frase, Pablo me amplía enormemente el horizonte: dejo de mirarme a mí mismo, para poner mis ojos en los demás. ¡El amor es el vínculo perfecto!

    Las relaciones humanas son muy variadas: hay relaciones comerciales, relaciones familiares, relaciones públicas, relaciones íntimas, relaciones quebrantadas, relaciones armoniosas, y relaciones rotas. San Pablo habla de las relaciones de amor. Pero, al fin de cuentas, en nuestra vida todo tiene que ver con las relaciones, porque no fuimos creados para vivir en aislamiento. Somos seres relacionales. Dios mismo es un ser que se relaciona. Para eso mismo nos creó y, cuando decidimos romper esa relación y seguir nuestro propio camino, Dios hizo todo lo necesario para volver a establecer la relación de amor que él quiere tener con nosotros.

    ¿Cómo es tu relación con Dios? Cualquiera haya sido tu relación con Dios en el pasado, hoy, y gracias a Jesús, puedes tener una relación de amor profundo, una relación armoniosa, una relación que te edifica, te hace fuerte, te trae esperanza, y te hace sentir seguro. Dios no esconde nada raro, no tiene agendas ocultas cuando establece su relación de amor con nosotros. Él nos elige y nos santifica porque nos ama.

    Tengo que volver a insistir en un punto sumamente importante, porque ese punto es la base de nuestra nueva vida: Dios nos santifica. Dicho en palabras sencillas, cuando Dios nos santifica, nos hace presentables. ¿Has pensado en cuántas veces has dicho o has pensado: no estoy presentable, no tengo la ropa adecuada para esa reunión, no me arreglé el cabello como a mí me gusta, ¡no estoy presentable!? Ante Dios, y gracias a Jesús, estamos presentables, por dentro y por fuera. Ahora, entonces, es tiempo de ejercitar esa santificación, esa nueva vida que Dios nos ha dado en Cristo.

    ¿Piensas que es difícil? No voy a responder esa pregunta, porque la vida no es fácil para nadie. En lugar de responderla, voy a recordarte lo que Pablo dijo en otra oportunidad, en su carta a los filipenses: «¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece!» (4:13).

    Pablo también nos da algunas pautas de cómo vestirnos adecuadamente para estar presentables ante las demás personas para entablar nuevas relaciones, y para afirmar las relaciones que ya tenemos:

    «Revístanse de amor», nos dice, porque el amor es una armadura fuerte que hace rebotar lo malo. El amor rechaza el odio y la indiferencia. La coraza del amor es impermeable a lo malo, pero sensible a las necesidades de los demás.

    «Que en el corazón de ustedes gobierne la paz de Cristo», continúa diciendo Pablo. A veces nos sentimos en paz y estamos en paz. Pero San Pablo va todavía más profundo: él habla de la paz de Cristo que gobierna. La paz que nos tranquiliza, que nos asegura que nuestros pecados son perdonados, que nos quita la culpa y que nos afirma que iremos al cielo después de la muerte. La paz de Cristo es una paz activa que dirige nuestra forma de pensar. Cuando la paz de Dios nos gobierna, hacemos las cosas con humildad, con mansedumbre, y con tolerancia.

    «Y sean agradecidos», sigue exhortándonos. ¿Recuerdas cómo te sentiste cuando alguien no te dio las gracias por el favor que le hiciste? ¡Pobre Dios! ¡Imagínate cómo tendría que sentirse él con respecto a nosotros, que somos ingratos por todo lo que recibimos! Cuando somos agradecidos, reconocemos que todo lo que somos y tenemos, lo debemos a la gracia de Dios. Y eso nos hace más humildes ante Dios, y más tolerantes con los demás.

    «La palabra de Cristo habite ricamente en ustedes», nos dice Pablo. Aquí está el motor que mueve toda la vida, la personal y la de las relaciones con los demás. Al internalizar el mensaje de amor de Cristo en nosotros, Dios nos transforma hasta lo más profundo. Tenemos que recordar que fue la Palabra de Dios la que creó este universo que tú y yo estamos pisando. Fue la Palabra de Dios la que resucitó a Lázaro de la muerte. Fue la Palabra de Dios la que curó a tantos enfermos, y la que animó a los discípulos atribulados. Esa Palabra de Cristo no ha cambiado. Todavía hoy tiene poder para consolarnos, animarnos, ¡y resucitarnos en el último día!

    Pablo sigue con su lista: «Instrúyanse y exhórtense unos a otros con toda sabiduría.» ¿Cómo? Pero, entonces, ¿no puedo hacer la vista gorda cuando alguien está obrando abiertamente en contra de la voluntad de Dios, cuando alguien está irritando alguna relación, o cuando alguien se aleja de la iglesia? ¡No, no puedo! En el amor que Dios me dio, y con la paz que gobierna mi corazón, debo exhortar. Dios no quiere que nadie se pierda. ¿Por qué habría yo de ser indiferente a esa pasión de Dios por su criatura?

    «Todo lo que hagan, háganlo en el nombre del Señor Jesús», finaliza diciendo Pablo. En otras palabras, todo lo que hacemos debemos hacerlo como si Cristo mismo fuera quien lo hiciera.

    Al llegar al final de este pasaje del apóstol Pablo me pregunto: ¿cuál es el objetivo final de Dios con todo esto? ¿Por qué quiere que ejercitemos la gracia así como él la ejercitó y la ejercita con nosotros todos los días? Y se me ocurre que es para traer alivio. Nuestro Padre celestial sabe cuán difícil es la vida, porque lo experimentó en carne propia en su Hijo Jesús. Es por ello que, motivado por su gran amor, a través de nosotros, sus agentes de cambio, quiere producir un contraste en la vida de todas las personas dando alivio donde hay dolor, armonía donde hay quebrantamiento, y paz donde hay inquietud.

    Si de alguna manera te podemos ayudar a ver en Jesús a aquél que cambia la vida para siempre, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.