+1 800 972-5442 (en español)
+1 800 876-9880 (en inglés)
PARA EL CAMINO
A lo largo de la vida sufrimos muchas pequeñas decepciones que nos molestan. Pero son las grandes decepciones las que dejan marcas, afectan la forma en que pensamos y hasta las decisiones que tomamos. ¿Cuál ha sido su más grande decepción?
En el año 1778, el capitán Cook descubrió las Islas Hawaianas –aun cuando ya estaban ocupadas-y al mejor estilo europeo las reclamó y las llamó «Islas Sándwich», en honor a su jefe, el Conde de Sándwich, quien fue el primer noble de la Marina Británica. Un año después, Cook regresó a Hawai. Luego de navegar durante dos meses por el archipiélago, decidió desembarcar en la bahía de la gran Isla.
La bienvenida que recibió fue increíblemente calurosa porque, sin saberlo había llegado en la época de paz, durante el festival de la cosecha, los días en que los polinesios daban gracias a su dios Lono. El significado del arribo de Cook en aquel particular instante fue magnificado por el hecho que, previo a su llegada, Cook había navegado circundando las islas, justo como la procesión religiosa de Lono. Por supuesto que el capitán no tenía forma de saber eso, ni que los mástiles, las velas, y los aparejos de la embarcación, cuyo nombre era Resolución, tenían una similitud impresionante con algunos de los objetos usados para la adoración de Lono.
A pesar de no saber nada de esto de antemano, a Cook no le llevó mucho tiempo darse cuenta que algunos de los nativos le daban la bienvenida como si fuera una encarnación o una manifestación física de su dios. Y cuando se trata de reabastecer al barco y conseguir todo lo que se necesita y se quiere, el ser considerado un dios puede tener muchas y muy significativas ventajas. Es por ello que Cook nunca se preocupó en hacerles saber a los nativos que en realidad él no era ninguna deidad.
Luego de aproximadamente un mes, el capitán ya se había abastecido y reparado el barco, así es que estaba pronto para salir a explorar el Pacífico del Norte. Tristemente, al menos para Cook, poco después de dejar Hawai, su barco fue azotado por una tormenta y el mástil mayor resultó dañado, por lo que no tuvo más remedio que retornar a Hawai para repararlo. Pero esta vez los nativos no lo recibieron tan amistosamente. «El festival de Lono ha terminado; ahora estamos concentrados en adorar a otra deidad», pensaron los hawaianos, «¿qué está haciendo acá? Si hubiéramos querido que se quedara, se lo habríamos pedido».
Y a esas preguntas siguieron otras: «Si realmente es un dios, ¿cómo es que su barco se dañó en la tormenta? ¿Acaso no la pudo detener?» Finalmente concluyeron: «Si este dios no se puede proteger a sí mismo, tampoco podrá protegernos a nosotros, así que no creemos que sea un dios.» El resto del pueblo, decepcionado, se puso en contra del capitán Cook. Una cosa llevó a la otra y, antes que pudiera escapar en su barco, Cook fue apuñalado de muerte por un pueblo decepcionado.
Decepción. La vida está llena de decepciones, ¿verdad? Leí acerca de un explorador de América del Sur que tuvo que abandonar su travesía por culpa de las pulgas. La expedición estaba preparada para defenderse de leopardos, serpientes y cocodrilos, pero no de las pulgas. Esas diminutas criaturas fueron, para ese explorador, la causa de una gran decepción.
A lo largo de la vida sufrimos muchas pequeñas decepciones que nos molestan, nos irritan, nos lastiman y enfurecen. El tan esperado día del picnic amanece lloviendo; por un punto no aprobó el examen; no le alcanzó el dinero para comprar algo que tanto quería tener; el perro del vecino ladró toda la noche y no lo dejó dormir… y así podríamos seguir.
Pero son las grandes decepciones las que dejan marcas en nuestra mente, heridas en nuestro corazón, y moretones en nuestras almas. Estoy seguro que usted ha sufrido alguna gran decepción, y también que ha tratado de sepultarla en algún lugar remoto de su memoria y su corazón, pensando que «lo hecho, hecho está», y que no hay razón para hablar del pasado ni desenterrar viejas tristezas y penas. Eso es lo que usted piensa, pero lo cierto es que, por más que las haya sepultado, esas decepciones siguen afectándole. Aun cuando usted no se dé cuenta, o no lo pueda reconocer, esas decepciones moldean y afectan la forma en que usted piensa, la forma en que reacciona, y hasta las decisiones que toma.
¿Cuál ha sido su más grande decepción? La mayoría de ustedes probablemente dirá que las peores decepciones han venido siempre de las personas más cercanas. ¿Cuántos niños perdieron la confianza en sí mismos por las críticas de sus maestros? ¿Cuántos niños, creyendo erróneamente que sus padres no podían equivocarse, se sintieron responsables por su divorcio, por el fin del carió familiar y la desintegración del hogar?
¿Cuál ha sido su mayor decepción? Cuando nos casamos, con alegría dimos y recibimos promesas de amor eterno, apoyo en las buenas y en las malas, respeto y fidelidad. ¿Haría hoy las mismas promesas a esa misma persona con la misma alegría?
¿Cuál es su mayor decepción? Para muchos ancianos, el dolor puede venir del abandono de los hijos que no llaman o escriben, que no los visitan, que no recuerdan los innumerables sacrificios que hicieron por ellos en el pasado. Así cuando ningún padre da su amor a sus hijos con la esperanza de recibir su retribución en el futuro, tampoco ningún padre espera ser olvidado o abandonado.
¿Cuál es su mayor decepción? ¿Acaso está decepcionado de usted mismo? ¿Podría haber animado a alguien, pero prefirió quedarse callado? ¿Podría haber hecho algo bueno por alguien que lo necesitaba, pero en cambio decidió ocuparse de sus propios asuntos?
¿Cuál ha sido su mayor decepción? ¿Acaso ha sido Dios? Mucha gente que conozco diría que «sí». Hay muchas personas que están convencidas que Dios no existe, o que a Dios no le importamos. Algunas veces, esta opinión negativa del Señor ha sido causada por la actitud de algún cristiano. ¿Sabe qué pasa? Que por más que somos cristianos, seguimos siendo pecadores… pecadores salvados, pero pecadores al fin que no siempre representamos a nuestro Salvador de la mejor manera posible.
Es cierto que, con nuestras actitudes, los cristianos podemos hacer que los incrédulos se decepcionen de Dios. Pero también es cierto que muchas personas se han decepcionado de Dios porque en algún momento le pidieron algo, y Él no se los dio. Lo que sucede es que Dios no funciona así. Dios no está sentado en un trono pronto a darnos lo que nosotros creemos que necesitamos. La cosa no es tan simple como que nosotros somos los que mandamos en nuestras vidas y estamos en control total, y Dios simplemente está esperando a tomar nota de nuestros pedidos.
Si eso explica por qué está decepcionado de Dios, quiero que sepa que usted no es ni el primero ni el último en pensar que es más listo y sabe más que Dios. Ya al comienzo de la creación, Adán y Eva llegaron a la misma conclusión en el Jardín del Edén. Al tomar el primer bocado de la fruta prohibida, estaban diciendo: «Dios, tú pides mucho y no nos dejas ser. Pero nosotros sabemos lo que es mejor para nosotros, así que, si no te importa, vamos a hacernos cargo de nuestras vidas.»
Lea la Biblia, y verá que casi todos los hijos de Dios, en algún momento, llegaron a la conclusión que Dios los había abandonado. Lea el libro de Salmos, y oirá los gritos de pena y tristeza. El Salmo 13:1 dice: «¿Hasta cuándo, Señor, me seguirás olvidando? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?» En el Salmo 35:17, el autor suplica: «¿Hasta cuándo, Señor, vas a tolerar esto? Libra mi vida, mi única vida, de los ataques de esos leones.» Salmo 79:5: «¿Hasta cuándo, Señor, vas a estar enojado para siempre? ¿Arderá tu celo como el fuego?» Y una vez más, en el Salmo 22:1, el escritor pregunta: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
Para quienes no le encuentran sentido a Dios, no sé qué decepción los ha llevado hasta ese punto, pero sí les puedo decir con absoluta seguridad, que Dios no los ha abandonado. Es muy probable que no siempre les haya dado lo que le pidieron, pero yo tampoco les di a mis hijos todo lo que ellos me pidieron. Por ejemplo, no les permití tocar los enchufes de la luz como ellos querían; no los dejé cruzar la calle sin darme la mano como ellos querían; no los dejé acostarse tarde o ver cualquier programa de televisión como ellos querían. Pero nada de eso quiere decir que no me importaran. Por el contrario, hice todas esas cosas porque los amo. Así también es con Dios. El Dios Trino, que es por mucho más sabio y más fiel de lo que usted se pueda imaginar, ha hecho todo lo que hizo porque era lo mejor para usted. Puede que usted no lo entienda y no esté de acuerdo con Él, pero su falta de comprensión y aceptación no hace que el amor de Dios sea menos real.
Si se pregunta cómo es que puedo estar tan seguro del Señor y de sus buenas intenciones hacia usted, aquí va mi explicación: Yo creo en el compromiso de Dios, porque he visto lo que su Hijo ha hecho para salvarnos. Habiendo dicho eso, ojalá pudiera decirle que siempre soy bueno, gentil, amable y todas las cosas maravillosas que se le puedan ocurrir. Pero la verdad es que no lo soy, y usted tampoco lo es. Cada uno de nosotros ha hecho cosas de las que no estamos orgullosos, cosas que quisiéramos mantener escondidas. Y si bien frente a los demás podemos ponernos una máscara y ocultarlas, ante Dios no podemos hacer lo mismo. El Señor sabe cómo somos realmente. Él ha visto la corrupción, la suciedad y el pecado que hay en nuestros corazones.
Pero lo sorprendente es que, a pesar de haber visto todo lo malo que hemos hecho en el pasado, y todo lo malo que haremos en el futuro, Dios no nos ha aplastado como si fuéramos una de esas pulgas de las que estuvimos hablando, ni nos ha dado la espalda para ocuparse otros asuntos.
Al contrario, lo que Dios terminó haciendo es un misterio, un misterio tan profundo, que supera toda explicación racional: Dios envió a su único Hijo a nuestro mundo para salvarnos. Jesús, su Hijo perfecto, sin pecado, nació en un mundo pecador para buscar y rescatar a la humanidad perdida. Estas palabras, tan familiares y tan fáciles para mí de decir, tuvieron un costo muy alto.
¿Lo he confundido? Permítame darle un ejemplo. Para cualquiera de nosotros es fácil decir que ‘vivimos en un país libre’. Pero para comprender lo que está detrás de esas palabras, debemos pensar en cuántos cementerios hay llenos de los restos de personas que dieron sus vidas en nombre de la paz. Debemos pensar en cuántos miles y miles de personas han quedado física, mental y emocionalmente lastimadas y cuántas familias han quedado incompletas, para que nosotros podamos decir que vivimos en un país libre.
De la misma forma, para poder comprender el amor de Dios y la salvación que Él nos da, usted debe fijarse en el establo de Belén, y ver al Hijo de Dios nacido como verdadero hombre para redimir a la humanidad. Jesús entregó su vida para que nosotros podamos ser salvos. Cada minuto de su vida, Jesús resistió el pecado y las tentaciones de Satanás a desobedecer, a alejarse, a desertar. Jesús entregó su vida para que nosotros podamos ser salvos.
Fíjese en el precio que tuvo que pagar para que yo pueda decirle hoy a usted esas palabras. Mire a Jesús siendo traicionado por un amigo. Con un beso en la mejilla dado por uno de sus discípulos, el Salvador inocente fue llevado a juicio… a un juicio arreglado de antemano, en el que a los testigos se les había pagado para que mintieran, y en donde la sentencia de muerte ya había sido decretada de antemano.
Jesús dio su vida para que podamos ser salvos. Piense en el precio que tuvo que pagar para que yo pueda decir hoy esas palabras. Mire a Jesús siendo golpeado, escupido, coronado con espinas, flagelado y burlado. ¿Ha visto cómo, con macabra eficiencia, el escuadrón de verdugos romanos atravesó con clavos sus muñecas y tobillos para clavarlo a la cruz? ¿Escuchó las palabras de perdón que Jesús desde la cruz dirigió a sus verdugos? ¿Se da cuenta del precio que pagó para que nosotros pudiéramos ser salvos? ¿Escuchó al Cristo clamar desde la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
Fíjese en el precio que Jesús pagó para que usted pudiera ser salvo. Él fue la única persona que alguna vez ha sido abandonada por Dios. Si usted cree que a Dios no le importa, o cree que Dios lo ha abandonado, le aseguro que está equivocado. La verdad es que Jesús, y sólo Jesús, sufrió esa terrible pena y soledad. Jesús, y sólo Jesús, entregó su vida para que usted sea perdonado, crea, y sea salvo. La muerte del Hijo de Dios es lo que me permite decirle que Dios le ama. No minimice estas palabras, no se burle de ellas, no pretenda que no son verdad. La muerte de Jesús en Jerusalén y su gloriosa resurrección, son la garantía de Dios de que todo el que cree en él, será perdonado y salvado.
Hasta ahora he estado hablando de las decepciones que sufrimos, tanto de las grandes, como de las pequeñas. Para terminar, me gustaría hablar acerca de las decepciones de Dios. Porque estoy seguro que el Señor debe estar decepcionado. En el capítulo 15 del Evangelio de Lucas, se nos dice: «Les digo que así es también en el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta…». Lo que lleva a preguntarme, ¿qué pasará en el cielo cuando un pecador no se arrepiente y decide permanecer en pecado? ¿Qué pasará en el cielo cuando un pecador le da la espalda a la cruz y a la tumba vacía del Salvador? ¿Qué pasaría en el cielo si usted viviera su vida sin Jesús, sin su perdón, y sin salvación? Pero mejor que no lo sepamos.
Hoy el Espíritu Santo lo está llamando, y desde aquí deseamos ayudarle a ver al Salvador. Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén