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PARA EL CAMINO
¿Dónde está Dios cuando sufrimos? ¿Acaso se queda sentado mirando cómo sufrimos? ¿Con qué propósito? ¿Para probar nuestra fe? Si es así, algo está mal. ¿O acaso Dios es un hipócrita?
El mensaje para hoy va a ser un poco distinto. Les explico por qué. No hace mucho recibí una carta escrita por un joven a quien llamaré Daniel. Su carta estaba llena de preguntas que se notaba brotaban de un corazón que estaba sufriendo un gran dolor espiritual y emocional. A pesar que le contesté enseguida, todavía sigo pensando que Daniel hablaba en nombre de muchos de ustedes que se sienten agobiados por los sufrimientos de la vida. Es por ello que decidí compartir con ustedes lo que ese joven escribió, y mi respuesta. Pido que el Espíritu Santo use estas palabras para contestar las preguntas y aclarar las dudas que usted pueda tener, y que al hacerlo le dé paz a su corazón.
Esto es lo que Daniel escribió:
«A quien corresponda: En la devoción del 30 de abril usted escribió: ‘Todos tenemos días o momentos en los que nos parece que todo nos sale mal. En esos momentos es bueno que recordemos que tenemos un Dios que es nuestra ayuda segura en momentos de angustia.’
Hace un año, a mi padre le diagnosticaron cáncer. Durante todo el tratamiento y el sufrimiento, se mantuvo firme orando. Cuando terminó el tratamiento los doctores le felicitaron porque el cáncer había desaparecido. Pero se habían equivocado: al poco tiempo nos enteramos que el cáncer se había extendido por todo su cuerpo. Mi padre es un hombre bueno. Un hombre que cree en Jesús como su salvador. Su vida no ha sido fácil, pero siempre se ha refugiado en Dios. Lo que quiero saber es ¿dónde está Dios en estos momentos? ¿Está sentado mirando cómo sufre un creyente fiel? ¿Con qué propósito? ¿Para probar su fe? ¿Para probar la mía? Si es así, me parece que algo está mal. Mi padre siempre fue bueno tanto con la familia como con la iglesia. ¿Dónde está Dios? Mi madre dice que el cáncer se debe al «pecado original». ¿Entonces quiere decir que Dios se lava las manos y no hace nada? ¿Cómo es que antes que Jesús muriera y resucitara existían los milagros? Ahora los milagros sólo suceden en los deportes. ¿Dónde están los milagros? Dios ya no habla más con nadie, no hay más milagros, ya nadie puede mover montañas. ¿Es cierto que Dios obra en formas misteriosas? Para mi madre, sí. Cualquier cosa que nos puede hacer sentir mejor y darnos esperanza, es un milagro. Pero Dios no hace milagros. Mire a su alrededor. ¿Dónde están los milagros? Dios es un hipócrita. Si antes hubo milagros, también debería haber milagros ahora. No importa en quién uno crea, todo lo que hacemos es sufrir. Gracias por escucharme. Dios le bendiga. Daniel»
Aun cuando usted no tenga los mismo problemas que Daniel, quizás tenga los mismos sentimientos y las mismas preguntas que él, o quizás conozca a alguien que los tenga. Si es así, ojalá que lo que sigue le sirva de ayuda. Esto es lo que le respondí a Daniel:
«Querido Daniel: te saludo en el nombre de nuestro Señor y Salvador. Dado que soy el autor de la devoción que generó tu carta, seré yo el encargado de contestarte, pero antes quiero agradecerte no sólo por leer las devociones que escribo, sino también por compartir conmigo tus pensamientos y preocupaciones.
Quiero que sepas que me apena mucho que tu padre esté sufriendo por culpa del cáncer. A través de los años muchas veces estuve sentado al lado del lecho de personas, algunas muy queridas y muy allegadas a mí, que sufrían a causa de esa terrible enfermedad. Pero aun así, no puedo decir que comprendo totalmente tu dolor, porque nunca me ha tocado tan de cerca como a ti.
En tu carta hablas de tu padre con mucho cariño. No es común hoy día encontrar a un joven cuyo padre le haya inspirado tanta lealtad y respeto. Que digas abiertamente: ‘Mi padre es un hombre bueno. Un hombre que cree en Jesús…’, es el mejor elogio que un hijo le puede dar a su padre.
Estás viendo su sufrimiento y su dolor y tratas en vano de encontrar una solución y una respuesta. Estabas presente cuando los médicos dijeron que había quedado libre de cáncer, y también cuando dijeron que se habían equivocado. Has visto y oído a tu familia y amigos rezando por un milagro… un milagro que parece que nunca va a suceder. Y como la oscuridad se torna cada vez más oscura, te has hecho algunas preguntas dolorosas: ‘¿Dónde está Dios en estos momentos? ¿Está sentado mirando cómo sufre un creyente fiel? ¿Con qué propósito? ¿Para probar su fe? ¿Para probar la mía? Si es así, me parece que algo está mal.’
Daniel, quiero que sepas que estoy totalmente de acuerdo contigo. Si eso es lo que el Padre celestial está haciendo… si lo único que está haciendo es estar sentado mirando como un espectador desinteresado, entonces algo está tremendamente mal, y Dios no merece recibir las oraciones de tu padre, tu madre, y todos nosotros, ni tampoco nuestra adoración.
Antes de tratar de contestar tu pregunta, voy a tomar un breve desvío. En la escuela se nos enseñó que en nuestro país hay una línea que corre de norte a sur, llamada ‘La división continental’. Esa ‘línea’ marca la división que determina en qué sentido corre el agua. Imagina una gota de agua que cae en una roca que se encuentra justo sobre esa ‘línea’. Ahora imagina que esa gota de agua se divide en dos mini-gotas. Una mitad se desliza de la roca y cae en un riachuelo que desemboca en un arroyo, que a su vez va a parar a un río que desemboca en el Océano Pacífico. La otra mitad de la gota hace exactamente lo mismo, pero termina en el Golfo de México o en el Océano Atlántico. El acto de caer sobre esa roca en ‘La división continental’ es lo que determinó en qué dirección el agua fluyó.
En estos momentos, la enfermedad de tu padre se ha convertido en ‘La división continental’, por lo cual tú vas a ir para un lado… el lado de la fe, o para el otro lado… el lado de la duda y la incredulidad. Ni yo, ni tu padre, ni nadie más, podemos contestar esas preguntas o decirte en qué dirección debes ir.
Tú dices: ‘Mi padre es un hombre bueno», y me alegra que puedas decirlo. Pero, ¿cómo te sentirías si te dijera que, en realidad, tu padre fue un hombre cruel, malo, despiadado, y egoísta? Lo más probable es que te enfurecieras conmigo, y que me dijeras algo así como: ‘¡No es cierto! Mi padre siempre nos ha amado, y así lo ha demostrado, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes. Si usted dice esas cosas acerca de mi padre, es porque realmente no lo conoce.’
Y tendrías razón en contestar así, porque tú has visto cómo se comporta tu padre y has aprendido a confiar en sus decisiones… incluso cuando esas decisiones parecían no tener sentido, o cuando no las entendías. En más de una ocasión cuando eras niño seguramente quisiste tener algo que no iba a ser bueno para ti en ese momento, y no entendiste por qué, cuando se lo pediste, tu padre te lo negó. Sólo cuando fuiste más grande entendiste las razones de tu padre. Como tu padre ha hecho tantas cosas buenas a lo largo de su vida es que aún ahora, por más que no entendiera su motivación para negarte algo, estarías dispuesto a otorgarle el beneficio de la duda, pues pensarías: ‘No entiendo por qué lo hace, pero sé que mi padre me ama’. Daniel, esa es la razón por la cual tu padre y tu madre actúan como actúan. Esa es la razón por la cual siguen rezando y confiando, y por la cual me atrevo a decir que siguen diciéndole a Dios: ‘Que se haga tu voluntad’. Durante toda su vida tus padres han visto la bondad de Dios, su cuidado, y su amor. Cuando tú naciste le dieron gracias a Dios. Cuando te llevaron a casa del hospital no dejaban de mirarte. Sonreían cuando tú sonreías, se preocupaban cuando tú llorabas, y confiaron en el Señor cada vez que te enfermabas.
Te vieron crecer, la vida siguió transcurriendo en momentos buenos y momentos malos, pero la bendición del Señor siempre estuvo con ellos. No sufrieron ataques cardíacos, parálisis, o accidentes fatales, ni sufrieron una tragedia o una muerte repentina. El que tú puedas leer, escribir y pensar es una bendición no sólo para ti, sino también para ellos.
Es claro que también sabían, como toda persona debe saber, que en la vida también se pasa por problemas. Tú debes saber que esos problemas, sean enfermedades como el cáncer, u otros, no son enviados por Dios, sino que, como tu madre muy bien lo dice, son el resultado del pecado que hay en el mundo. No se trata de que si tú cometes tal pecado recibes tal castigo. No. El pecado está en el mundo aún en contra del deseo y la voluntad de Dios, y la presencia del pecado malogra la vida de las personas… de TODAS las personas. Nadie escapa a él. En la Biblia encontramos la historia en la que Jesús resucitó de la muerte a su amigo Lázaro. Sin embargo, hoy no podemos ir a ver a Lázaro. Porque aun Lázaro, el amigo de Jesús, el hombre a quien Jesús volvió de la muerte, eventualmente murió. Todos, sin excepción, experimentamos dolor, sufrimiento, y muerte, porque ese es el resultado del pecado. El pecado universal causa el sufrimiento y la muerte universal.
Esto me lleva a tu pregunta: ‘¿Dónde está Dios en estos momentos?’ Dios está donde siempre ha estado: está contigo y con tu padre y tu madre, al igual que con cada persona de este mundo pecador. Dios está con nosotros y, aunque quizás todavía no puedas creerlo, nos ama a todos. Y porque nos ama y porque sabía que la muerte temporal y eterna había sido nuestra elección y no la suya, decidió NO quedarse sentado mirándonos sufrir sin hacer nada. ¿Eso es lo que preguntaste, no? Dios no se quedó sentado sin hacer nada, sino que inmediatamente después que NOSOTROS pecamos y le dijimos que no lo queríamos en nuestras vidas, él hizo algo extraordinario: prometió enviar a su Hijo a rescatarnos.
Ahora te quiero hacer una pregunta, Daniel: ¿Crees que tu padre te permitiría morir por él? ¿Crees que dejaría que tú murieras en lugar de otra persona? ¡Por supuesto que no! Sin embargo, eso es lo que nuestro Padre celestial prometió que iba a hacer cuando dijo: ‘Voy a enviar a mi Hijo a morir por ti’. Dios sabía lo que iba a pasar en el mundo. Él sabía del odio, del dolor, de la pobreza, y de los prejuicios del mundo. Sabía de la avaricia, de la codicia, de la envidia, de la crueldad, y de los horrores de la humanidad. Y también sabía que las cosas iban a poder ser diferentes sólo si su Hijo tomaba nuestro lugar.
Daniel, tú has visto a tu padre sufrir por causa del cáncer. ¿Cómo te sentirías si ese cáncer fuera sólo el comienzo del sufrimiento de tu padre? ¿Cómo te sentirías si supieras que tu padre pasaría de este terrible sufrimiento a un sufrimiento eterno muchísimo peor aún? Ese era el destino que le esperaba a tu padre… y a ti… y a mí. ¿Pero acaso el Padre celestial se quedó sentado mirando sin hacer nada? Doy gracias porque no fue así, sino que envió a su Hijo a vivir y morir en lugar nuestro, y a vencer a la muerte resucitando, dándonos así la esperanza cierta de que nosotros también resucitaremos.
Quizás te cueste creerlo, pero todo esto es cierto. Cuando los médicos le dicen a alguien: ‘Hemos hecho todo lo que podíamos hacer’; cuando los remedios no dan resultado; cuando ni el mejor de los tratamientos sirve, es cuando Dios realiza su trabajo más delicado. Aquél que nos amó desde antes que naciéramos y que siempre quiso solamente lo mejor para nuestra vida, hace algo milagroso.
Hace 2.000 años, su hijo Jesucristo vino a este mundo. Desde el día en que nació ya hubo personas que lo odiaron. Su rey trató de matarlo; cuando comenzó su ministerio, sus amigos trataron de asesinarlo; las personas más respetadas de su comunidad lo rechazaron; su iglesia hizo un complot para matarlo; su gobierno no lo defendió; sus amigos lo abandonaron, y uno de ellos hasta lo traicionó con un beso. Lo golpearon, lo acusaron falsamente, le dieron latigazos, le escupieron, le pusieron una corona de espinas, y lo clavaron a una cruz. TODAS esas cosas las sufrió para cambiar la eternidad de todos los que creen en él.
¿Se ha quedado Dios sentado de brazos cruzados sin hacer nada? Sólo una vez. Cuando su propio Hijo colgaba de la cruz, el Padre celestial no intervino. Jesús gritó: «Padre mío, Padre mío, ¿por qué me has abandonado?» Ese día en el Calvario, Jesús fue abandonado para que tu padre y tu madre, Daniel, no lo fueran… para que tú no lo fueras. Ese fue un acto de amor increíble de parte de Dios, y tus padres lo saben… y desean de todo corazón que tú estés tan seguro de eso como lo están ellos. Daniel, tu padre sabe que, gracias a Jesús, el cáncer no va a tener la última palabra en su vida, ni la muerte va a reír última. Él sabe que, gracias a Jesús, él va a ganar. Cuando tu padre dé su último respiro en este mundo, cuando cierre sus ojos por última vez, en menos tiempo del que te lleva leer esta frase, los va a volver a abrir en un lugar que será como nada que podamos siquiera imaginar.
Gracias a Jesús, tu padre va a pasar la eternidad sin tener que ver a ningún médico, sin tener que esperar los resultados de ningún análisis, sin tener que hacer más quimioterapia, sin tener que sufrir ningún tipo de dolor. Gracias a Jesús, tu padre va a reunirse con sus propios padres y con todos aquéllos a quienes ha amado. Gracias a Jesús, tu padre va a pasar la eternidad con tu madre y contigo, y con todos los que han sido perdonados y salvados por el Redentor.
Daniel, sé que esta no es la historia que hubieras elegido para tu padre, pero aun así, y dado que dices que los milagros no existen más, quiero mostrarte que en realidad, los milagros siguen existiendo. ¿Alguna vez has evitado un accidente, uno que quizás te hubiera costado la vida si hubieras estado en determinado lugar un segundo antes o un segundo más tarde? ¿Crees que fue ‘suerte’, o que el Señor estaba haciendo un milagro?
Los milagros existen… y aun cuando generalmente el Señor no los gasta moviendo montañas en el medio del mar, sí hace milagros cuando, a través de su Hijo y de la fe que da el Espíritu Santo, mueve las almas que estaban destinadas al infierno y las lleva al cielo, cuando reemplaza el miedo con fe, cuando les recuerda a quienes sufren de cáncer que la muerte no es el fin de su historia.
Todos esos milagros también pueden suceder en tu vida. Tarde o temprano vas a sufrir o vas a pasar por circunstancias dolorosas. No te enojes con el único que puede ayudarte en medio del dolor de la pérdida o de los problemas. No te enojes con quien lo ha dado todo por ti. Trata de ver al Señor como lo ven tus padres. Trata de verlo como el Padre amoroso en quien puedes confiar aun cuando no entiendas bien sus razones.
Querido amigo, que el Señor te bendiga y te guarde…»
Eso es lo que le escribí a Daniel y que ahora compartí con usted.Amén.
Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.