+1 800 972-5442 (en español)
+1 800 876-9880 (en inglés)
PARA EL CAMINO
Al igual que Onésimo, un esclavo fugitivo atemorizado por su culpa, nosotros también necesitamos escuchar y aprender acerca del perdón y el amor que Dios nos ofrece a través de la obra y sacrificio de su Hijo Jesucristo.
Saludos, me llamo Onésimo. Aunque quizás no hayas escuchado antes mi nombre, quiero compartir contigo lo que me sucedió hace muchos años.
Viví hace casi dos mil años, en el tiempo del poderoso Imperio Romano, en la ciudad de Colosa en Frigia, como esclavo y obrero de un hombre rico llamado Filemón, y de su esposa Apia. Eso fue más o menos en el año 60 después de Cristo. Un día le robé una importante suma de dinero a mi amo y me escapé de su casa. Me fui a esconder en la ciudad de Roma como ladrón y fugitivo, dos condiciones que me hicieron vivir en constante temor y angustia. Estando allí me encontré con Pablo, un hombre extraordinario, de quien recibí una enseñanza que me cambió la vida. Gracias a la bondad de ese hombre, me convertí en siervo de un nuevo amo: Jesucristo.
Semejante cambio me devolvió el propósito en la vida. Mientras estaba fugitivo sufrí muchísima angustia, dudas, temores e incertidumbres. La libertad que creí tener cuando me escapé, en realidad no me libró del temor al castigo que merecía y la pena de muerte que sopesaba sobre mí. Irónicamente, en el idioma griego mi nombre significa: útil, provechoso, alguien que da ganancia. Pero durante ese tiempo no sentía nada de eso.
Esta es mi historia. Cuando era joven, los romanos conquistaron mi país, me secuestraron y me vendieron como esclavo. Quien me compró fue un empresario llamado Filemón. Su nombre significa: amistoso, afectuoso, y él le hace justicia al nombre. Al completarse la venta, me puso a trabajar en su industria textil con otros obreros y esclavos, entre ellos su mayordomo Arquipo. Filemón era un hombre de muy buena posición.
Un día, Filemón y su familia se convirtieron a una nueva religión y comenzaron a reunirse con otros creyentes en su casa, para leer unas escrituras antiguas, orar y cantar. El profeta, como yo lo llamaba, que dirigía inicialmente al grupo, se llamaba Pablo de Tarso. Allí, en la casa de Filemón, comenzaron a llamarse hermanos y a hablar de amor y de paz. Filemón era un creyente activo, y pronto tuvo la reputación de colaborador del profeta Pablo. Él sentía una gran admiración y simpatía por Pablo porque, junto con otros, seguían a Jesús, el Cristo, motivo por el cual se llamaban cristianos.
Pero yo tenía mis dudas. Había escuchado que ese profeta Pablo era un asesino pero que, gracias a ese tal Jesucristo, ahora se había convertido en un mensajero y apóstol. Mi amo Filemón nos obligaba a escuchar las enseñanzas de Pablo. Yo resistía, porque tenía mis propios dioses a quienes les era fiel. Pero, aún con mis dudas, al escucharlo hablar de ese Jesús de Nazaret, llamado el Cristo, había algo inexplicable que tocó mi vida muy adentro. Y me resistía a creer, e hice todo lo posible por ignorar y rechazar todas esas cosas. Por eso es que ocupaba mi mente con planes de cómo liberarme de mi esclavitud.
Siempre tuve el deseo de escapar. Todos los días ideaba planes para huir. Nadie sospechaba de mí. Por fin se dio el momento. Ante el descuido de todos, logré tomar una fuerte suma de dinero, y escapé. Como ustedes saben, eso me convirtió en ladrón y fugitivo. Si era atrapado, mi amo tenía el derecho de imponerme hasta la pena de muerte. Así que mi fui, con la esperanza de ir lejos y de algún día volver a mi tierra y mi familia. Aprovechaba la noche para caminar entre las sombras y al amanecer encontraba algún refugio para esconderme y dormir.
Pero algo extraño me sucedió: la conciencia comenzó a atormentarme. Pensaba en mi amo, en su familia y su bondad. Pensaba en la pena de muerte. Y, lo más extraño de todo, pensaba en las enseñanzas de aquel profeta Pablo. No lo van a creer, pero tal fue mi angustia, que decidí ir a visitar a ese Pablo, que estaba preso en Roma. Al principio pensé que merecía estar preso, pero luego noté que el grupo que se reunía en la casa de mi amo Filemón se preocupaba por él y oraba mucho por su libertad. No sé qué me sucedió, pero tomé rumbo a Roma. Tenía que encontrar a Pablo.
Cuando lo encontré en Roma, Pablo estaba bajo arresto domiciliario. Si bien se notaba que había sufrido mucho a raíz de los eventos por los cuales había sido apresado, también se veía que, ni corto ni perezoso, Pablo estaba usando el tiempo en que esperaba su juicio ante las autoridades Romanas como una oportunidad para compartir el mensaje de Jesús con las personas de Roma (Hechos 28:30-31). Siendo que su arresto era domiciliario, no me fue difícil reunirme con él.
Después de largas conversaciones en las que le conté mi vida, Pablo me habló de cómo Jesucristo, siendo Dios, se despojó a sí mismo, vaciándose de sus cualidades divinas, para ser Dios-hombre. Siendo Dios fue concebido como hombre por obra del Espíritu Santo en su madre, María, y su naturaleza humana fue unida al Hijo del Altísimo Dios. Este Jesús fue, en todo sentido, completamente Dios y totalmente ser humano, un siervo para nuestro bienestar y salvación, concebido como ser humano, como cualquier otro ser humano, pero sin pecado.
Jesús puso todos sus pensamientos, palabras, y acciones bajo la dirección de la voluntad de su Padre. Por eso tuvo la más despreciada y maldita muerte: porque sufrió en nuestro lugar para pagar por todos nuestros pecados. Cristo se despojó a sí mismo de sus derechos, y se entregó al Padre con amor y humildad. Gracias a Cristo, quien aboga por nuestra causa, Dios nos recibe con su favor. Porque todos somos, de alguna manera, esclavos fugitivos que presos en el pecado.
A raíz de las conversaciones con Pablo, el mensaje de Jesucristo comenzó a cambiar mi vida, y poco a poco comencé a entender por qué personas como mi amo Filemón confiaba en él y le seguían.
Pablo comenzó a hablarme de que regresara a la casa de Filemón, que le pidiera perdón y emendara el daño que le había causado. Incluso, y eso fue lo que más me impresionó, le escribió a Filemón una carta de recomendación para que me recibiera bien. En ella me describió como un «un hijo espiritual», como un nuevo amigo, y lo exhortó a que me tratara con amor cristiano.
Así me di cuenta que el amor de Cristo transforma desde el corazón. En Cristo, tanto el amo como el esclavo son hombres nuevos porque, antes que nada, son hijos del mismo Padre y, por lo tanto, hermanos. En realidad, como esclavo fugitivo y ladrón que era, a mí nadie me había llamado de «hijo», o «hermano», o «queridísimo». Claramente para Pablo yo había muerto y resucitado en Cristo, y era ahora una persona nueva.
En esa carta, además, Pablo elogia los servicios que le presté para hablar de Jesucristo a otros desde la prisión. Imagínese, ¡Pablo pide perdón por mí, por amor a Cristo! Con toda discreción ayuda a Filemón a descubrir que su experiencia conmigo, como su esclavo, había sido obra del Dios Todopoderoso, porque los esclavos pueden llegar a ser hermanos en Cristo, y que la fuente de todo bien es el gozo en este Salvador Jesús, en quien no hay distinción de raza, clase social, condición social ni cultural.
Aprendí mucho del apóstol Pablo durante mi tiempo con él, especialmente de la fe cristiana, y del significado de seguir a Jesucristo como siervo y esclavo. Por ejemplo, aprendí que el fundamento para amarnos, aceptarnos y recibirnos mutuamente en la vida, en la familia y en la iglesia, se encuentra en que Cristo nos amó, nos perdonó, y nos aceptó primero (Romanos 15:7). ¿Cuál es el precio de esa aceptación? El sacrificio de Cristo en la cruz por todos nosotros.
El enfoque en Jesucristo debe estar presente en nuestras familias y amistades, hasta en la forma en que nos saludamos y hablamos, tanto con otros cristianos como también con aquellos que aún no conocen al Salvador. Cada día tenemos oportunidades para presentar a personas a nuestro Señor y Redentor. La gracia y la paz del Señor fortalecerán nuestra fe y nos equiparán para todo buen servicio. Aún cuando no tiene sentido para la razón humana, nosotros sí tenemos presente la cruz de Jesucristo, porque allí están la gracia, el amor y el perdón de Dios.
Quedamos asombrados y a veces aún con dudas, por todo lo que Jesús hace por nosotros, especialmente porque está dispuesto a perdonarnos nuestros pecados. Pero el amor de Cristo es mucho más grande que nuestras dudas.
Por Su gracia, somos parte del plan eterno de Dios, tanto para nosotros como individuos, como para la comunidad que nos rodea y el mundo entero. Estamos rodeados de otros seguidores que a la verdad son tan frágiles y fracasados como todos nosotros. Pero, aún así, Jesucristo nos sigue perdonando y guiando con su amor.
Jesucristo habla claramente y siempre dice lo que necesitamos saber para vivir como sus seguidores – ¡prestémosle atención! ¡Vale la pena! Guiados por él estamos en marcha, buscando y relacionándonos con el prójimo. No vivimos con los brazos cruzados esperando que los demás se acerquen a nosotros.
Por medio de su perdón, esperanza, paz y consuelo, Jesucristo nos da identidad y propósito… porque la vida no es fácil, porque el pecado es una amenaza constante en nuestra vida. Por eso oramos: «Líbranos Señor, de toda tentación.»
Guiados por Jesucristo, vamos por la vida junto con otros creyentes que son iguales que nosotros porque tienen los mismos temores, las mismas dudas, las mismas preocupaciones, los mismos errores, y las mismas necesidades. Lo que Jesucristo nos afirma mientras andamos en este peregrinaje -que es duro y se extiende por toda la vida- está claramente descrito en su Palabra. Ser guiados por él es caminar cuesta arriba; no es un paseo cuesta abajo. Pero él es nuestra nueva vida. En él somos perdonados y aprendemos a perdonar. En él tenemos paz.
Aunque muchos no lo saben, después de volver a la casa de mi amo Filemón, y de ser recibido con aprecio, me convertí en predicador del Evangelio de Jesucristo. Y luego, años más tarde, fui consagrado obispo por orden del apóstol Pablo. Posteriormente, en el año 90 después de Cristo, fui hecho prisionero y llevado a Roma, donde me tocó morir apedreado, como mártir. Yo siempre sospechaba que, por ser cristiano, mi vida podría terminar como muchos de los seguidores de Jesucristo en ese tiempo, o sea, perseguido y con una muerte violenta por razón de mi fe de Jesucristo.
Quizás al escuchar mi historia te puedas identificar conmigo. Lo más probable es que no seas un esclavo fugitivo, pero quizás sí has sufrido, o estás sufriendo, las mismas dudas y penas que yo sufrí porque te sientes preso de tu pasado. Pero hoy quiero que prestes especial atención a mi testimonio del amor de Jesús, porque nunca me voy a olvidar de lo que experimenté al escuchar la historia de Jesucristo, el Salvador del mundo.
Por primera vez en mi vida había conocido a alguien que ante mi pecado no mostró horror ni desprecio, sino infinita ternura y un deseo enorme de sanar mis heridas internas y perdonarme, aún cuando merecía la pena de muerte. Gracias al ejemplo de Pablo, quien confiaba y ponía en práctica el amor de Cristo, aprendía a no sentir más vergüenza de mi pasado y a disfrutar de la nueva vida que tenía en él.
Gracias a Cristo Jesús tengo paz y me siento amado y en plenitud. Y lo más importante es que, eso que me pasó a mí, también te puede suceder a ti. Todos buscamos ser felices, pero lo hacemos por caminos equivocados, tratando por nuestros propios medios de borrar nuestro pasado. En el fondo nos sentimos vacíos y no nos queda otra que tratar de fabricar nuestra propia felicidad. O nos sentimos abatidos y cansados, pero ¿dónde está la respuesta? La única respuesta que va a satisfacer todas nuestras necesidades está en Jesucristo. Porque él es el camino, la verdad, y la vida.
Jesús salió a mi encuentro por medio de su apóstol Pablo, vino a mí, y me rescató. ¿Acaso lo hizo porque yo era bueno con él? No. ¿Porque yo era alguien con mucho mérito? Tampoco. ¿Porque yo era mejor que los demás? ¡No, señor! ¿Porque yo era sincero y logré cambiar mi vida? Imposible. ¿Porque Jesucristo es el Salvador del mundo y me rescató? ¡Absolutamente cierto! Jesús lo hizo sólo por amor. Jesús nos muestra que Dios nos ama infinitamente y por eso nos perdona y nos da la posibilidad de comenzar una nueva vida. Él dio su vida en rescate por nosotros en la cruz para que, por fe en él, podamos formar parte de la familia de Dios. Seguir a Jesús es nuestra nueva razón de ser. Ahora soy siervo y esclavo de Jesús. Y doy gracias a él por darme esa bendición de poder servirle.
Estimado oyente, te invito a que cada día conozcas un poco más a Jesús a través de la Sagrada Escritura, donde hay muchas historias como la mía: historias de vidas cambiadas por Dios para la eternidad. Presta atención al Espíritu Santo, porque esas historias te alimentarán y te inspirarán a confiar más y más en Jesús. Presta atención al Espíritu Santo; él obra en tu corazón y en tu vida para ser cada vez más como Jesucristo, quien nos motiva a comunicar su Palabra a otros, a ser compasivos como él, a amar a otros, y a convertirnos en sus embajadores.
Bueno, me despido en el nombre de Cristo. Ya sabes, cuando en el futuro escuches mi nombre, Onésimo, recuerda que Jesucristo me cambió la vida en este mundo y por la eternidad, y que quiere lo mismo para todo el mundo.
Si de alguna manera podemos ayudarte en el camino de tu vida, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.