PARA EL CAMINO

  • Una oración desde la eternidad

  • mayo 16, 2021
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 17:11b-19
    Juan 17, Sermons: 5

  • Jesús le pidió al Padre celestial que «nos proteja del mal». Esta oración Jesús la hizo desde su eternidad para que todas las generaciones, hasta el fin del mundo, nos beneficiemos de ella.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    Me gusta mucho la historia de la iglesia, porque a través de ella aprendo cómo vivieron y se organizaron los cristianos después de la ascensión de Jesús. Al principio todo parecía tan simple. Los primeros cristianos se amaban, compartían entre ellos sus cosas y compartían sus bienes con los necesitados. Estaban aprendiendo una nueva forma de vida que era impulsada por el amor de Dios y el poder del Espíritu Santo. Pero de repente surge una oposición muy fuerte y los cristianos son perseguidos, lo que al final le hizo bien a la iglesia, porque esos cristianos perseguidos compartieron el evangelio con personas de otras culturas, idiomas y nacionalidades ubicadas en los lugares más distantes del aquel entonces.

    Admiro a esos cristianos perseguidos que no querían morir a manos de sus persecutores para que la historia de Jesús, el Salvador de la humanidad, no se perdiera si ellos morían. ¡Alguien tenía que contar la historia! Con el tiempo algunos cristianos, temiendo por sus vidas, tuvieron que recluirse en lugares solitarios. Así aprendieron a vivir en forma muy simple, a evitar las riquezas y las distracciones mundanas, y se concentraron en la oración y la meditación. También hubo otros quienes, aunque no eran perseguidos, buscaron lugares solitarios para llevar una vida de ermitaños. Estos vivían en extrema pobreza, en silencio y contemplación, pensando que esa era una forma de no ser del mundo, y que así se santificaban y se apartaban para Dios. No pasaron muchos años hasta que estos solitarios, perseguidos o no, se unieron y se recluyeron en lo que se llamó en su tiempo, y hasta el día de hoy: los monasterios.

    En los monasterios se comenzó a vivir una «santidad» fabricada al estilo humano, muy lejos de lo que Jesús dice en el pasaje de hoy, y a esas reglas de santidad se le comenzaron a atribuir poderes salvíficos. El mismo Lutero, que pasó un tiempo como monje en un monasterio agustino, dijo: «Si hubiera un monje que puede salvarse por seguir estrictamente las reglas del monasterio, ese sería yo». Pero bien sabemos que ninguna de esas reglas y obras buenas que el Reformador hizo pudieron traerle la paz de Dios. En definitiva, nuestra santidad no es lo que nosotros hacemos, sino lo que Cristo hizo por nosotros.

    Cuando Jesús oró a su Padre por sus discípulos, específicamente dijo, en el versículo 15 de nuestro texto para hoy: «No te ruego que los quites del mundo, sino que los protejas del mal». Esa oración es válida también para nosotros. Es una oración dicha desde la eternidad de Jesús para que todas las generaciones, hasta el fin del mundo, nos beneficiemos de ella. Si el Padre celestial nos quita del mundo, ¿quién quedaría para contar las buenas noticias de la salvación? ¿Quién quedaría para traer sanidad a un mundo enfermo de pecado y dolor? ¡Nadie! Y esa no es la voluntad de Dios, quien quiere que todos escuchen el mensaje de salvación y sean afectados por su gracia.

    Miremos cómo hizo Dios Padre. Él no dejó a su Hijo en el cielo para que viviera junto a los ángeles siguiendo perfectamente las reglas celestiales y eternas. Si así hubiera hecho, nunca habría salvado a nadie en la tierra. Jesús fue enviado al mundo, a este mundo grosero, maloliente e incumplidor, incapaz de seguir las leyes de amor, incompetente en traer salud y sanidad a los necesitados, totalmente insuficiente en tener compasión por los destituidos y carenciados, y especialmente de los destituidos del reino de Dios y de los carenciados de la esperanza de la vida eterna. Jesús vino al mundo y fue atacado de inmediato por las fuerzas del mal, pero no por eso le pidió al Padre que lo sacara del mundo. Es el mundo quien está necesitado del perdón de pecados. El mundo es el objeto del amor de Dios, ¿cómo salvarlo sin estar en él?

    Dios no se apartó del mundo; al contrario, se metió de lleno en él, se encarnó en la persona de Jesús para ser parte integral de su creación, aunque sin pecado. Por ser el Hijo de Dios, Jesús vivió santamente como nadie que haya pisado jamás la tierra. Por eso, él puede transferirnos su santidad perdonando nuestros pecados. En el versículo 18 de su oración, Jesús dice: «Tal como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo». Jesús fue enviado con una misión santa: obrar el perdón de los pecados con su muerte y resurrección para todas las criaturas de Dios. Ahora nosotros somos enviados no para recluirnos en alguna parte remota para seguir una vida contemplativa y alejada de todo, sino para traer el perdón de Jesús a los que todavía están bajo la presión del diablo, viviendo sin esperanza.

    La santificación que Jesús nos transfiere mediante el perdón de los pecados nos capacita para apartarnos del mal, aun viviendo en medio del mal. La santificación es un tema importante para Dios. En la Biblia el término ‘santo’ aparece más de cuatrocientas veces, y la mayoría de las veces se lo usa para referirse a Dios, porque él está apartado del mal.

    Dios no se deja llevar por la corriente mundana. Jesús fue tentado varias veces a seguirle la corriente al mundo, incluso cuando estaba colgado en la cruz, cuando los que pasaban le gritaban que hiciera un milagro para convencerlos de sus poderes. ¡Imagínense! ¡Los hombres perdidos en pecado exigiendo que Dios obre según la incredulidad de ellos!

    Jesús se mantuvo firme en su meta de salvarnos, y esa firmeza implicaba no ceder a las presiones mundanas. Nosotros también necesitamos mantenernos firmes en la meta de nuestro llamado y no acomodarnos a las presiones del mundo. Sin embargo, caemos fácilmente en seguir lo mundano. «Si todo el mundo lo hace», es nuestra excusa. No queremos ir contra la pervertida corriente del mundo porque podemos perder amigos, o poner en peligro nuestra estabilidad laboral, o entorpecer nuestras relaciones más queridas. Dios nos quiere en el mundo, pero separados de las conductas pecaminosas del mundo. Permanecer firme ante las avasalladoras corrientes humanas pecaminosas no fue fácil para Jesús. No se mantuvo firme confiando en que su poder y sabiduría se encargarían de protegerlo, sino que obró con mucho esmero, aprendiendo y usando la palabra de Dios constantemente. Jesús se mantuvo en oración con su Padre por noches enteras. Así se concentró para la obra para la cual su Padre lo había enviado.

    Si Jesús se ocupó de mantenerse santo, cuánto más nosotros que no tenemos su poder ni su sabiduría. Pero lo tenemos a él a nuestro lado y aun adentro nuestro cada vez que comemos su cuerpo y tomamos su sangre. Dios nos dio elementos para que practiquemos la santidad sin salirnos del mundo. «Santifica el día de reposo», dice el mandamiento. Apartemos un día para reposar en la Palabra de Dios, para ser nutridos con la Santa Cena, para alentarnos y apoyarnos mutuamente como hermanos en las reuniones públicas de adoración. «Santificado sea tu nombre», oramos en el Padrenuestro. Con esto le pedimos al Padre que nos ayude a mantener a Dios apartado de todos los otros «dioses» que tanto nos gustan. Santificar el nombre de Dios es no mezclarlo con nuestras ideas mundanas de Dios.

    Esta oración, o conversación de Jesús con su Padre, es magistral. Creo que Jesús estaba orgulloso de reportar que había cuidado a los que había recibido de su Padre, y eso nos incluye a ti y a mí, porque «Nadie viene a mí si el Padre no lo trae», dijo Jesús en Juan 6:44. Es el Padre quien está detrás de esta obra de amor de traernos a Jesús. Ese amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo es impecable, santo como Dios mismo. No es un amor mezquino, sino un amor que lo entrega todo. El amor de Dios no se deja corromper, no sigue el llamado de este mundo pecaminoso. Y aunque Dios no es mundano ni corruptible, sino santo y completamente separado del pecado, él sabe muy bien lo que es este mundo perdido. En lenguaje coloquial diríamos «Dios no toca de oído». Dios sabe del daño que el maligno infligió en la vida de sus criaturas, sabe lo peligroso que es estar en el mundo. En Jesús, él lo experimentó en carne propia, literalmente.

    ¿Qué significa quedarnos en el mundo? ¿Qué queremos decir con «el mundo»? Significa básicamente que nuestro tiempo de compartir la eternidad con Dios todavía no ha llegado. Significa también que tenemos una tarea, como manifestó Jesús en su diálogo con el Padre, en el versículo 18: «Tal como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo». Y para esa tarea, ese envío, Dios nos santifica, nos aparta.

    ¿Has pensado alguna vez que Jesús te apartó para una obra santa en este mundo corrompido? Pues así es, y como lo que Jesús dijo lo dijo desde la eternidad, tú y yo y todos los creyentes fuimos elegidos desde la eternidad para ser enviados a compartir el amor de Dios en las muchas formas que ese amor toma. ¿Nos hubiéramos imaginado que, como nos dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 13:3-7, el amor de Dios «es paciente y bondadoso, no es envidioso ni jactancioso, no se envanece, no hace nada impropio, no es egoísta ni se irrita, no es rencoroso, no se alegra de la injusticia… todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta?». Solo sabemos que el amor de Dios es así porque él nos lo dijo, y no solo con estas palabras, sino con el ejemplo de su Hijo Jesús, que abandonó el cielo, su lugar santísimo, para vivir con nosotros.

    Dios nos instruye y santifica por medio de su Palabra, y así conocemos la verdad de la vida. Aprendemos a ver las negativas consecuencias físicas, emocionales y espirituales del pecado. Aprendemos a no vivir en la negación, sino en la realidad de nuestra profunda caída de la gloria de Dios. Aprendemos a ver cuánto dependemos de Dios, y aprendemos también del amor divino que en Cristo nos levantó a una vida abundante.

    Desde la eternidad, Jesús sigue orando por nosotros todavía hoy. Jesús sigue santificándonos por su Palabra. Jesús sigue enviándonos a un mundo necesitado de su amor.

    Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a vivir en la santidad que Jesús proporciona, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.