PARA EL CAMINO

  • Una promesa justo a tiempo

  • octubre 24, 2021
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Jeremías 31:7-9
    Jeremías 31, Sermons: 1

  • A tu vida y a la mía Dios nunca llega tarde o a destiempo, porque él es Dios eterno, y ese Dios eterno siempre llega a tiempo con sus promesas para ejercitar en nosotros su misericordia.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    Están dos jóvenes amigos sentados uno al lado del otro. A uno se le caen silenciosamente algunas lágrimas por las mejillas. Su amigo le pregunta: «¿Estás llorando?» «No» contesta el otro, «no estoy llorando, es solo que se me metió un recuerdo en el ojo».

    Si de verter lágrimas se trata, todos tenemos una vasta experiencia. Desde que tengo memoria he llorado, a veces por cosas insignificantes, otras veces porque el dolor fue tan intenso que llorar fue la mejor forma de sacar de adentro las emociones y las turbaciones que me afligían. Y a medida que voy entrando en años, con más frecuencia se me escapan lágrimas cuando algunos recuerdos se «me meten en el ojo».

    Quiero pensar que tendrás experiencias muy similares en tu propia vida, porque llorar es natural al ser humano, es la expresión de que no tenemos control sobre los dolores ni sobre las alegrías. Cierto, a veces lloramos en silencio para que nadie se entere. Pero por más que ocultemos las lágrimas, nuestra voz, nuestras miradas, nuestros cuerpos delatan que estamos llorando por dentro. Básicamente hay dos motivos por los que lloramos: porque estamos dolidos o fuimos engañados o perdimos a alguien muy querido o estamos sintiendo el peso de la culpa, o porque la alegría es tan intensa, que la única forma en que las emociones pueden expresarse es llorando, a veces incluso con una fuerte risa. Ya habrás escuchado la expresión: «Llorábamos de la risa.»

    Los recuerdos, buenos o malos, también pueden hacernos llorar de alegría o de dolor. El profeta Jeremías trabajó sobre los recuerdos del pueblo hebreo. Fue su forma de llegarles profundo al corazón, a la intimidad de sus conciencias. El pueblo de Israel había perdido la guerra contra el imponente Imperio Asirio-babilónico. Como resultado, fue llevado cautivo a Asiria para trabajar como esclavo en las más míseras condiciones de vida. ¿Cómo pudo ser? ¿Cómo es que el pueblo elegido de Dios se vio en esas tristes circunstancias? Por si no se habían dado cuenta, Dios envía al profeta Jeremías para recordarles su desobediencia, su abandono del verdadero y único Dios, su desprecio por los dones del Dios bondadoso, su desprecio de su propia historia. Se habían olvidado de las bondades de Dios que los liberó de la esclavitud de Egipto. Jeremías habla con firmeza al corazón endurecido del pueblo de Dios.

    Pero la historia no termina aquí, porque como siempre, las promesas de Dios llegan justo a tiempo. Dios vio la aflicción de su pueblo, lo llama al arrepentimiento, y le habla con el cariño propio de Dios. Es hora de volver a su país. Dios les promete que volverán con lágrimas, mezcla de arrepentimiento y emoción por volver al hogar. En verdad, cuando fueron arrastrados a la fuerza fuera de su nación para caminar por el desierto un largo tiempo hasta llegar a su lugar de esclavitud, lloraron mucho, a veces en silencio y otras veces en alta voz, llenos de rabia por su horrible situación. Habrán tenido tiempo de pensar. Dios no dejó de comunicarse con ellos, hasta les insiste: «¡Pídanme que salve a su pueblo!» (v 7). Dios quiere escuchar las súplicas de sus hijos porque ya tiene lista la promesa que los hará gritar de alegría.

    Dios promete hacerlos volver de Asiria y allanarles el camino para que todos, los que renguean, los que están en camillas, las que están a punto de dar a luz y las que recién tuvieron un hijo, puedan volver por un camino libre de obstáculos, con abundante agua y acompañados por una gran muchedumbre.

    ¿Qué motivó a Dios a sacarlos de la esclavitud que él mismo permitió que sucediera? Dios también recuerda, o más bien, Dios tiene siempre presente su propósito, su plan de salvación para toda la humanidad. Jeremías anuncia que Dios vendrá al rescate de su pueblo porque ellos son una nación muy importante, pero no por su conducta, sus actitudes o sus obras, sino porque Dios mismo los eligió para ser la luz a las naciones. El plan de salvación de Dios debe continuar. El pueblo de Israel juega un papel importante en la historia de la salvación porque Dios lo eligió de pura gracia. Ninguna otra cosa era especial en ellos.

    El pueblo arrepentido es reunido por Dios desde los confines de la tierra, y nadie está excluido en el regreso.

    ¿Sabes? A tu vida y a la mía Dios nunca llega tarde o a destiempo, porque él es Dios eterno. En el versículo 3 de este capítulo de Jeremías Dios dice: «Yo te amo con amor eterno. Por eso te he prolongado mi misericordia». El Dios eterno siempre llega a tiempo con sus promesas para ejercitar en nosotros su misericordia. El pueblo hebreo esperó por siglos, muchas veces con quejas abiertas a Dios, la llegada del Mesías prometido, el Salvador del mundo. Y el Mesías no se tardó porque, como dice el apóstol Pablo a los Gálatas: «Cuando se cumplió el tiempo señalado, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer y sujeto a la ley, para que redimiera a los que estaban sujetos a la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos» (Gálatas 4:4-5). Jesús, la promesa magna de Dios, vino justo a tiempo, cuando tú y yo estábamos esclavizados por el pecado, cautivos de nuestras incertidumbres y miedos y enojos y rencores. La raza humana no conoce sino lágrimas de dolor, y de vez en cuando algunas lágrimas superficiales de alegría pasajera.

    Dios, en Cristo, nos trae una alegría profunda que toca el corazón y lo hace latir tranquilo. Dios nos trae, en Cristo, una alegría permanente, porque su misericordia es permanente. Nuestra condición de cautivos al pecado nos llevaba directamente a pasar nuestra eternidad en el imperio satánico, donde el lloro de rabia y de rechinar los dientes no termina jamás. Dios nos llamó fuera de esa cautividad, no porque fuéramos especiales, sino porque así es su gracia, que nos ve en la miseria, y en su amor eterno nos quiere cambiar a un reino de alegría profunda y eterna. ¿Cómo sabemos todo esto? ¿Cómo podemos estar seguros de que estas promesas son válidas?

    Miremos a la cruz donde Jesús fue colgado para pagar el rescate por nosotros. Dios no envió a su único Hijo, engendrado desde la eternidad y hecho humano por medio del Espíritu Santo en la virgen María solo para hacer un gran espectáculo en la tierra. El envío de Jesús fue para mostrarnos que nos ama a todos con amor eterno y que prolonga su misericordia hasta nuestros días. Jesús ocupó nuestro lugar en la cruz, para que nosotros podamos ser declarados inocentes ante el Padre celestial. Jesús no nos conquistó matando a quienes estaban a su alrededor sino anulando para siempre el poder del diablo y de la muerte. La resurrección de Jesús cambia nuestro llanto de dolor en lágrimas de alegría, cambia nuestra incertidumbre, angustia y tristeza en esperanza y gozo.

    ¿Sabes qué? Ni tú ni yo fuimos elegidos por Dios a causa de nuestra conducta, o a causa de nuestras capacidades y empeño. Así como el pueblo de Israel fue una nación importante para Dios, no porque hubieran hecho bien las cosas, sino porque fueron elegidos en la misericordia divina para una tarea de alcance eterno, así también nosotros somos importantes para Dios porque él nos eligió, nos perdonó, nos trajo a su reino para que seamos la luz del mundo. Nosotros somos ahora el pueblo de Dios que fue rescatado de la esclavitud del pecado para anunciar las misericordias de Dios a todo el mundo. Más exactamente, el apóstol Pablo nos explica en su carta a los Efesios que nosotros «hemos sido creados en Cristo Jesús para realizar buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que vivamos de acuerdo con ellas» (Efesios 2:10).

    ¡Hay muchas personas a nuestro alrededor que lloran mucho! Para ellos, la promesa de Dios está disponible. Quizás dependa de nosotros que esa promesa les llegue justo a tiempo. ¿Conoces a alguien que está en el cautiverio del pecado, de las adicciones, de la desesperanza, de la incertidumbre? Tal vez tú mismo experimentes la opresión de la esclavitud. Tal vez alguien muy cercano a ti no sabe que Dios ama a todos, sin excepción, con amor eterno, y que en Cristo quiere allanar el camino de regreso al Padre celestial. La promesa de Dios es eterna, está vigente hoy para alcanzarme a mí, a ti y a todos los que padecen la angustia del pecado y la incertidumbre de la eternidad. El perdón de los pecados que Jesús ofrece alcanza para todos, no importa cuánto lo hemos rechazado o desestimado y menospreciado, él viene a nosotros para decirnos: «Te amo con amor eterno. Por eso te he prolongado mi misericordia.» Tenemos que recordar que la misericordia de Dios no exige nada a cambio, no reclama, solo ofrece. En todo caso, la misericordia de Dios cambia el llanto de rabia y de dolor por lágrimas incontenibles de gozo en la salvación eterna. La misericordia de Dios cambia nuestro corazón endurecido por un corazón limpio creado en Cristo Jesús.

    Dios sigue viniendo a nosotros también hoy. Jesús no ascendió a los cielos para desprenderse de nosotros y dejarnos a la merced de nosotros mismos. Desde los cielos Jesús intercede por nosotros y un día volverá a buscarnos, en el momento justo. El apóstol Pedro nos anima con estas palabras: «El Señor no se tarda para cumplir su promesa, como algunos piensan, sino que nos tiene paciencia y no quiere que ninguno se pierda, sino que todos se vuelvan a él» (2 Pedro 3:9).

    Porque Dios no quiere que ninguno se pierda es que eligió a su pueblo, su iglesia, para que proclamara su mensaje de amor eterno a todos. Dios mismo viene a nosotros en su Santa Palabra, en el Bautismo y en la Santa Comunión para perdonar nuestros pecados y recordarnos sus promesas de que estará con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos.

    Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a ver cómo Dios cumple sus promesas de salvación, y cuál es tu lugar en el pueblo escogido, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.