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PARA EL CAMINO
«… y le pondrás por nombre JESÚS… porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Esta definición nos afecta a nosotros porque somos pueblo de Dios, porque pecamos mucho y porque necesitamos ser salvados.
«Pasen, pasen. Por favor pónganse cómodos. Voy a calentar agua para el té.» Así tratábamos a los invitados cuando llegaban a casa. La mayoría de las veces, recibíamos visitas inesperadas. En nuestra infancia y adolescencia, visitar a alguien era darle una sorpresa. Y si quienes nos visitaban se quedaban solo un ratito, decíamos: «Nos han hecho una visita de médico», porque en esos tiempos, el médico también solía ir a domicilio. Es claro que no se quedaba a tomar un té ni a conversar un rato. Se limitaba a atender al paciente y se iba rapidito a su consultorio. Algunas veces alguien pasaba por la casa solo para dejar algo: un pan recién horneado o algunas frutas que había recogido de su quinta. Pasaba para demostrar solidaridad o tan solo afecto.
El ángel Gabriel llegó sin avisar y encontró a María haciendo vaya a saber qué cosa. El mensajero de Dios la saluda cortésmente, con alegría, y cuando la ve perturbada por su inesperada visita la calma, diciéndole: «María, no temas. Dios te ha concedido su gracia. Vas a quedar encinta, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre JESÚS«. Es como si el mensajero celestial le hubiera dicho: «María, pasé por tu casa para dejarte algo». ¡Y qué algo! No un recado cualquiera o una fruta cualquiera, sino el mismísimo fruto del amor de Dios: su Hijo.
En esa visita relámpago, que no duró más de dos minutos, el ángel le describe a María lo que le deja. Describe, en pocas palabras, en qué consiste ese fruto del amor divino que ella recibe. Será llamado JESÚS. El Padre celestial ya había elegido el nombre, porque quería que todo el mundo supiera que su Hijo iba a cumplir el significado de ese nombre. En el capítulo 1 del evangelio de Mateo se nos dice que cuando José, el prometido de María, recibe la visita de un ángel en sueños, escucha el significado del nombre Jesús: «Porque él salvará a su pueblo de sus pecados«. Recordemos este significado y las tres palabras importantes que aparecen en esta definición: salvará, pueblo y pecados. Esta definición nos afecta a nosotros porque somos pueblo de Dios, porque pecamos mucho y porque necesitamos ser salvados.
María también era parte del pueblo de Dios. Dios no la eligió para ser la madre de su Hijo porque ella fuera sin pecado. Dios la eligió como nos ha elegido a nosotros, por pura gracia, porque nos mostró su favor y nos visitó desde lo alto para plantar en nuestro corazón al mismísimo Cristo para que habite en nosotros. No merecemos ser visitados por Dios, no merecemos recibir nada santo, y Dios lo sabe; por eso nos mira con su favor. También nosotros somos favorecidos por Dios.
La descripción que el ángel hace del Hijo que está plantando en el vientre de María se verá en acción durante el ministerio de Jesús: «Será un gran hombre»; «lo llamarán Hijo del Altísimo»; «Dios le dará el trono de David»; «reinará sobre la casa de Jacob para siempre»; «su reino será eterno». Tanta, tanta información recibió María en un minuto que, en vez de procesarla y pensar en cada uno de esos atributos solo atina a preguntar: «¿Y esto cómo va a suceder?» ¡Cuánta inocencia! ¡Cuánta humildad! Ahí mismo María ya estaba a disposición de ser y hacer lo que Dios le estaba encargando. María, a su tierna edad, al menos sabía que para quedar embarazada debía tener relaciones íntimas con un hombre. No estaba enterada de que hubiera otra manera. Lo de una concepción milagrosa todavía no estaba en su mente, no tenía noticias de que le hubiera ocurrido a alguien. Tal vez pensó que tendría que apresurar la boda, que debía contarles de esta visita del ángel a su familia y especialmente a José. Si María estaba concibiendo un plan en su cabeza, la respuesta del ángel lo destruye y le dispone a María otro futuro. Dios ya lo tiene todo planeado.
El Espíritu Santo, muy pocas veces nombrado como tal en el Antiguo Testamento, aparece aquí como el que sembrará al niño en el vientre de María. El poder de Dios se encargará de embarazarla. Así estuvo dispuesto desde la eternidad: que el santo ser que nacería sería Dios y hombre al mismo tiempo. De esta forma, el Niño será humano de parte de María y divino de parte de Dios. Esto es algo nuevo, único. Nunca había ocurrido y nunca más volverá a ocurrir. Pero, aunque la visita del ángel sólo duró unos minutos, y aunque el procedimiento de quedar embarazada era totalmente diferente al sistema de reproducción de la humanidad, esta no fue una maniobra espontánea de Dios. Siete siglos antes, el profeta Isaías había dicho: «Pues ahora el Señor mismo les dará una señal: la joven concebirá, y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel» (Isaías 7:14). Con la concepción de su Hijo en el vientre de María, Dios había venido a visitar a toda la humanidad y a quedarse con ella para siempre.
El anuncio del ángel explica cómo será la concepción, y ¡qué clase de Niño será este! Aquí aparece la parte más importante de este pasaje. No es María ni lo milagroso de la concepción de su hijo, sino de quién estaba siendo concebido: el mismísimo Hijo de Dios. Dios estaba haciéndose carne, haciéndose ser humano. Dios estaba bajando a la condición necesaria para poder sufrir las miserias del pecado y todas sus consecuencias y morir y resucitar, para que su reinado pudiera perpetuarse por la eternidad. Y Jesús no hizo todo esto para él mismo. Lo hizo por nosotros.
Dios vino al mundo como ser humano en la persona de Jesús. Jesús fue concebido por el poder del Espíritu Santo en forma milagrosa en el vientre de una joven virgen. Jesús fue especial porque su papá era divino y su mamá una adolescente necesitada de un salvador. El creador de María sería ahora el hijo de María en la carne. Ese es el gran milagro de Dios. Un milagro con el sublime propósito de exponer a Jesús a la fraudulenta justicia de este mundo, para pagar el castigo que nosotros nos merecíamos por nuestra desobediencia. Jesús es fruto del amor divino. Él fue el único ser humano que obedeció a la perfección la ley divina, y por eso Dios lo resucitó victorioso de los muertos: para que ahora todos los seres humanos tengamos la oportunidad de recibir el perdón de nuestros pecados y participar de la nueva vida con Dios para siempre.
Pero María no está sola en esta empresa. No es la única que experimentará el milagro más grande de su vida. Al mismo tiempo una parienta suya, ya anciana, está experimentando el milagro de quedar embarazada a su avanzada edad. De ella nacerá Juan el Bautista, quien abrirá el camino al ministerio de su Salvador Jesús.
Y Dios sigue haciendo milagros hoy. El gran milagro es que el Padre celestial nos mira con favor y nos trata de acuerdo con su gracia, no de acuerdo con nuestros pecados. Dios sigue obrando el milagro de traernos a Jesús mediante su Espíritu Santo, para que él nazca y crezca dentro de nosotros. Jesús le dijo a uno de sus discípulos: «El que me ama, obedecerá mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y con él nos quedaremos a vivir«. Así como Dios eligió la milagrosa concepción de Jesús en María para hacerse carne, así también elige un método para venir a nosotros y para quedarse con nosotros para siempre. Dios viene por medio de su Palabra, del Bautismo y de la Santa Cena para hacerse un lugar en nuestra vida.
La vida de María cambió para siempre a partir del momento en que recibió al Hijo de Dios en su vientre y lo hizo también un hijo humano. De la misma forma, la vida de todo pecador cambia para siempre desde el momento en que Jesús viene a visitarlo. El Jesús divino y humano sigue viniendo a visitar a su creación, pero no para dejarnos algo y volver a irse, sino para quedarse a vivir en nosotros. Así lo explica San Pablo cuando les escribe a los Gálatas en el capítulo 2: «Pero con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (v 20).
Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a ver en Jesús a tu Salvador personal, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.