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PARA EL CAMINO
Dios nos dice en su Palabra que vivamos en humildad, paciencia y amor el uno con el otro. Si te parece difícil, recuerda que Jesús es quien nos da sabiduría y poder para vivir una vida así con los demás.
«La primera vez que Johnny vio a Becky fue cuando estaban empaquetando duraznos dentro de un galpón, en el calor agobiante de Carolina del Sur. La pelusa de los duraznos volaba por todos lados pegándoseles a la piel traspirada, y haciéndoles picar todo el cuerpo.»
Así es como un reportero inició su artículo en un periódico para describir el comienzo de la historia de amor de estos dos jóvenes. Siguió diciendo: «Ella tenía 13 años y todavía usaba colitas en el cabello. Él tenía 14, y había conseguido ese trabajo para el verano, lejos de su hogar en Georgia. El padre de ella era el capataz. El romance comenzó en el porche de la casa de ella donde cada noche, después de la cena, se sentaban a conversar tomados de la mano. ‘Y de vez en cuando le robaba un beso sin que nadie nos viera’, dijo Johnny. El trabajo duró sólo diez días, pero fueron suficientes para unirlos en un largo noviazgo y en un matrimonio más largo aún-sesenta y un años en total.»
Becky y Johnny no sólo prometieron amarse mutuamente, sino que también se comprometieron el uno con el otro y experimentaron la maravilla del amor, el riesgo de ser uno, y la aventura y belleza de la vida juntos. Pero, ¿cómo se da esa vida juntos? ¿Cómo se hace para que esa clase de amor perdure? Un hombre sabio dijo una vez: «Es increíble lo que puede suceder cuando uno se preocupa más por otro que por uno mismo.» Esa es la llave para la vida, la llave para vivir juntos una vida preciosa.
Si en estos momentos estás pensando que no estás viviendo una vida preciosa, recapacita. Porque en estos mismos momentos hay alguien que te ama y se preocupa por ti con amor infinito. Alguien que te ama más de lo que nadie o nada en este mundo pueda amarte. Ese alguien es Jesucristo, el Dios hecho hombre que vino al mundo por ti. Para él tú eres más importante que él mismo. Por eso dio su vida en la cruz… por ti. Por eso resucitó de la muerte… por ti. En estos momentos él te está llamando para que lo conozcas, para que creas en él, para que, al saberte perdonado y con una esperanza renovada, puedas vivir una vida preciosa junto a él como tu Salvador. La Biblia compara el amor que Dios tiene por ti con una historia de amor como la de Johnny y Becky. Las Escrituras hablan de Jesús como el ‘novio’, y de su pueblo-nosotros-como su ‘novia’. Por la gracia de Dios, recibimos el regalo de una vida preciosa junto a él. Y eso es lo mejor que jamás podamos recibir.
Esa vida en Cristo, juntos con los demás, es de lo que habla el capítulo cuatro del libro de Efesios, donde el apóstol Pablo dice: «Yo, que estoy preso por causa del Señor, les ruego que vivan como es digno del llamamiento que han recibido, y que sean humildes y mansos, y tolerantes y pacientes unos con otros, en amor. Procuren mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Así como ustedes fueron llamados a una sola esperanza, hay también un cuerpo y un Espíritu, un Señor, una fe, un bautismo, y un Dios y Padre de todos, el cual está por encima de todos, actúa por medio de todos, y está en todos» (vs. 1-6).
Con esas palabras Pablo describe cómo debemos vivir en comunidad quienes estamos en Cristo. ¿Te parece difícil, o casi imposible? Humildad, mansedumbre, tolerancia, paciencia, amor, ansiosos por mantener la unidad y el vínculo de la paz los unos con los otros. Es que Dios nos llama a que vivamos de esa manera porque en Cristo tenemos la fuente, el poder, y el amor necesarios para hacerlo.
¡Humildad, mansedumbre, paciencia, unidad y paz en el Espíritu! ¿No suena mejor que las noticias que escuchamos a cada rato? ¿No sería mucho mejor vivir así que con las agresiones que vivimos todos los días en la calle, en el trabajo o en el estudio, y con las tensiones en la familia que nunca desaparecen? ¿No preferiríamos vivir en paz y con paciencia, amor y humildad, en vez de tener que andar siempre a las apuradas, sin tiempo para disfrutar a las personas que nos rodean?
Pablo nos recuerda que Dios quiere todo eso para nosotros. El pecado no sólo nos carga de culpas, sino que también ataca y daña nuestras relaciones. Pero Dios quiere vencer nuestro dolor y nuestra soledad. De hecho, él no quiere que estemos solos, sino que tengamos alegría y que disfrutemos de nuestra relación con las demás personas. Dios quiere que conozcamos el don de la verdadera amistad, y que experimentemos las bendiciones que nos trae el vivir en comunidad, cuando lo hacemos en el poder que sólo su amor puede darnos.
En Efesios cuatro, versículos tres a seis, Pablo utiliza ocho veces las palabras ‘unidad’ o ‘uno’. Allí dice: «Procuren mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Así como ustedes fueron llamados a una sola esperanza, hay también un cuerpo y un Espíritu, un Señor, una fe, un bautismo, y un Dios y Padre de todos, el cual está por encima de todos, actúa por medio de todos, y está en todos.»
Más importante todavía, él es el vínculo, el poder, y la bendición que puede mantenerte unido a tu amigo, a tu cónyuge, a tus hijos. Un Señor, una fe, un bautismo… Su gracia es lo que nos sostiene, mi amigo. Te sostiene a ti, me sostiene a mí, y sostiene a los demás. Pablo quiere que dejemos de ser simples espectadores, y nos involucremos más en este juego de la vida. Entonces, teniendo a Cristo como nuestra fuente común para la vida en la fe, y sabiendo que nos unen los lazos comunes de su gracia, nos esforzamos por crecer, poniendo en práctica ese amor sacrificial que expresa nuestra unidad con Dios y con nuestro prójimo.
Becky y Johnny descubrieron la alegría que se siente al compartir la vida cuando se conocieron en ese galpón donde empaquetaban duraznos, y a través de los años corrieron riesgos e hicieron sacrificios para poder estar juntos. En septiembre de 1952, luego de siete años de noviazgo, Johnny le propuso matrimonio a Becky, y un mes después se casaron. Al comienzo la vida no fue para nada glamorosa. No tenían mucho dinero ni casa propia. Johnny tenía doscientos dólares en el bolsillo, y todavía le faltaba un año para terminar sus estudios. No, las cosas no eran fáciles, pero ambos estaban comprometidos a que funcionara. Las privaciones fueron muchas, y no todo era como quizás les hubiera gustado, pero el darse a sí mismos y el tratar de amarse como Dios los amaba era, para ambos, la llave y el propósito de vivir juntos.
Vivir juntos, vivir en comunidad. ¿En quién estás pensando tú en estos momentos? ¿Quién es esa persona importante en tu vida, esa persona con quien quieres mantenerte unido y estar en paz y conectado? ¿Es tu cónyuge? ¿Es algún otro miembro de tu familia: un hermano, un primo, un tío, abuelo, o sobrino? ¿Algún amigo o amiga? ¿O quizás un compañero de trabajo o de estudio, o alguien de tu iglesia?
Sea quien sea esa persona en quien estás pensando en estos momentos, Dios te llama a que pongas en práctica tu fe, tu humildad, mansedumbre y paciencia, y vivas con ella en la unidad y la paz de Cristo aun en medio de este mundo lastimado, quebrantado, y oscurecido por el pecado. Recuerda que Jesús es la llave que nos abre la puerta a una vida así con los demás. Él es el centro de nuestras relaciones. Él es quien, por el poder del Espíritu Santo, nos une no sólo a él, sino también entre nosotros. Jesús descendió del cielo por nosotros, y ascendió nuevamente al cielo para derramar sobre nosotros su Espíritu, para que en su poder podamos vivir esta nueva vida con los demás aquí, y por la eternidad.
En el versículo 15 del capítulo 4 de Efesios, el apóstol Pablo nos dice cómo hacerlo. Allí leemos: «… profesemos la verdad en amor y crezcamos en todo en Cristo, que es la cabeza.»
Crecer en Cristo para los demás. Nada fácil de hacer, ¿no es cierto? Cuando se trata del relacionamiento con los demás, no siempre es fácil crecer. La idea que muchos tienen hoy en día, es que crecer no es más que cumplir años. Y en cierta medida debería ser así: cuantos más años tenemos, más crecemos. Pero esto no siempre es verdad. Los años por sí solos no nos hacen crecer. De hecho, se dice que la edad promedio en la cual a una persona se la considera adulto, que hasta no hace mucho era a los veintiún años, ahora ha subido a los veintinueve años. Indudablemente, cada vez es más difícil crecer.
Puede que crecer sea difícil, pero de eso se trata vivir la fe en amor a los demás y, además, nadie quiere ser niño toda la vida. Pablo nos dice que ‘crezcamos’, o sea, no nos está obligando, pero sí nos está dando una oportunidad para que lo hagamos, invitándonos a que vivamos con entusiasmo en fe y en amor maduro hacia quienes nos rodean. Pero la vida juntos, o en comunidad, está llena de obstáculos. Porque la inmadurez a menudo se interpone en nuestro camino y, debido a nuestro egocentrismo, con facilidad nos rehusamos a crecer. A veces preferimos hablar mal de alguien, en vez de tomarnos el tiempo para descubrir la verdad. A veces damos rienda suelta a nuestro mal humor, en vez de encarar las situaciones con calma. A veces nos volvemos obstinados, y nos negamos a considerar un cambio o a buscar juntos una solución. A veces nos sentimos mejor guardando un rencor, que perdonando y comenzando de nuevo.
Sí, hay muchas maneras de actuar como niños y de fomentar la desunión, pero esa clase de vida es, en definitiva, un camino largo y difícil, un camino que no nos lleva a ninguna parte. Esa es una vida sin futuro que termina en soledad y aislamiento. Y eso no es lo que Dios quiere para nosotros. Él quiere que vivamos en su gracia, madurando en la fe activa en el amor hacia los demás. Becky y Johnny descubrieron esa manera de vivir y la pusieron en práctica cada día de sus vidas. Así fue que vivieron sus años con fe en Dios, y en amor ferviente el uno para con el otro.
«Becky fue ama de casa y crió a sus tres hijos, mientras que el trabajo de Johnny como administrador médico del ejército los llevó por diferentes partes del mundo. En su tiempo libre, Becky sirvió como voluntaria en hospitales y en la iglesia. Tenía un carácter dócil, y se ocupaba de los demás con mucho cariño, especialmente de quienes no tenían quien los ayudara o defendiera. Hablando de su esposa, Johnny decía: ‘Becky se interesaba de verdad por las personas y trataba de conocerlas, y siempre que hablaba con alguien le miraba directamente a los ojos.’
«Becky también se encargaba de mantener a raya a Johnny, ayudándole a entender a las personas. ‘Ella fue mi consejera y mi mentora, fue quien me enseñó cómo tratar a los demás’, dijo Johnny. ‘En nuestra pareja ninguno de los dos mandaba, sino que lo hacíamos juntos.'»
Becky y Johnny estaban comprometidos mutuamente, de la misma forma en que Dios está comprometido con nosotros. Ellos se entregaron completamente el uno al otro para poder vivir y enfrentar la vida juntos. No sólo se amaban, sino que permitieron que el amor de Dios obrara en sus vidas. La de ellos es una gran historia de amor.
Pero hoy quiero que sepas que hay una historia de amor mucho mayor que esa. Es la historia del amor perfecto de Dios en Jesús, y la salvación eterna que él logró por ti y por mí. Pablo nos dice que «a cada uno de nosotros se nos ha dado la gracia conforme a la medida del don de Cristo» (vs. 7). Jesús se dio a sí mismo por ti. Él dio su vida en la cruz para que tú puedas recibir la vida eterna, y luego resucitó de la muerte para romper las cadenas que te ataban, y derramar así sobre ti la gracia y el inmenso amor de Dios. Jesucristo eligió estar contigo para enfrentar junto a ti cada circunstancia de tu vida. Y al hacerlo, obtuvo por ti la victoria sobre tu pecado y tu muerte.
El apóstol Pablo continúa escribiendo el capítulo cuatro de su carta a los efesios, citando las palabras de un salmo de victoria, el Salmo 68:18, donde dice: «Subiendo a lo alto, llevó consigo a los cautivos, y dio dones a los hombres.» Este Salmo le pide a Dios que triunfe sobre las cosas que nos destrozan y nos apartan, y nos hace saber que no estamos solos. El versículo que sigue al que Pablo cita, dice: «Bendito sea el Señor, nuestro Dios y Salvador, que día tras día sobrelleva nuestras cargas» (Salmo 68:19 NVI).
Así es el amor verdadero. Ese es el poder de vivir la vida en comunidad. Pablo continúa, explicando lo que significa el compromiso total de Jesucristo: «Y al decir ‘subiendo’, ¿qué quiere decir, sino que también primero había descendido a lo más profundo de la tierra? El que descendió, es el mismo que también ascendió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo» (Efesios 4:9-10).
Sí, Jesús descendió. Descendió de su hogar celestial para estar contigo, para caminar junto a ti, para llevar tus cargas, y para salvarte. El Hijo de Dios vino literalmente a nuestro hogar terrenal, nació en un pesebre, caminó con nosotros, y cargó nuestros pecados a la cruz. Pero Jesús también ascendió. Habiendo salido victorioso sobre el pecado, la muerte, y el diablo, Jesús ascendió a los cielos para reinar sobre toda la tierra. Para que puedas enfrentar cada día de tu vida con él, Jesús te da vida a través de su Palabra, te regenera en las aguas del Bautismo, y te da fuerza a través de su presencia en la Santa Comunión. El amor de Dios en Jesucristo es interminable, y está siempre a tu disposición.
Si en estos momentos crees sentirte solo o abandonado, piénsalo bien, mi amigo. Porque tu Dios Salvador se ha comprometido a vivir contigo. Para eso dio su vida, y sigue dando todo lo que jamás puedas necesitar. Jesucristo quiere que sepas que en él hay esperanza y paz para tu vida. ¿Cómo? Sólo por fe, mi amigo, sólo teniendo fe en él. Él es el único que hace posible que vivamos en amor y en comunión con él, y el uno con el otro.
Quizás sea tiempo que evalúes tus relaciones y amistades. ¿Cómo te llevas con los demás? ¿Permites que los demás te manejen como se les dé la gana, o eres capaz de hablar la verdad en amor? ¿Te dejas llevar por las habladurías y tu egoísmo personal, o sólo te atienes a los hechos? ¿Permites que el amor sacrificial de Jesús mantenga la unidad en tu relacionamiento con los demás? ¿Permites que la madurez de tu nueva vida en Cristo prevalezca, hablando y tratando a los demás con respeto, paciencia, y amabilidad? ¿Ayudas a llevar las cargas de los demás, demostrando así tu compromiso con Cristo?
Después de vivir juntos sesenta y un años, Johnny y Becky tuvieron que enfrentar un desafío abrumador. Becky se enfermó gravemente de los pulmones. Tanto, que le resultaba muy difícil respirar. Durante los cuales su salud fue declinando lenta pero implacablemente. El autor Patrick Driscoll narra así el final de la historia de Becky y Johnny:
«Un viernes, la enfermera que fue a atenderla vio que el color de la piel y su respiración no estaban bien, por lo cual llamó a Johnny, que estaba en otra habitación, para que fuera a su lado. Al ver a Becky, Johnny gritó, la sacudió y la friccionó, tratando de salvarla. ‘Todas las cosas que uno haría si un niño se pusiera azul’, dijo. Luego la sostuvo en sus brazos hasta que dio su último suspiro.»
Así es el amor de Dios: un amor que está con nosotros en las buenas y en las malas, en todas las circunstancias y desafíos de la vida. Querido amigo, el Salvador está contigo. Él te sostiene con firmeza, así como sostuvo a Becky y a Johnny cada día de sus vidas. Él nunca te deja solo ante las dificultades y problemas de la vida. Al contrario, te reafirma y alienta a que compartas su amor y disfrutes de su compañía. Confía en él, y nunca serás defraudado.
Y si de alguna manera podemos ayudarte a confiar más en Dios, comunÍcate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.