PARA EL CAMINO

  • Vergüenza y honra

  • julio 4, 2021
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 6:1-13
    Marcos 6, Sermons: 4

  • Jesús no vino a avergonzar a nadie, sino a honrar y liberar al mundo pecador con su presencia santa. Lo hizo a través de su sacrificio, muerte y resurrección para que, perdonados de todas las faltas que nos avergüenzan, vivamos en la libertad que él obtuvo para nosotros.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    ¡Hoy es un día de fiesta por el simple hecho de ser domingo! Como cada domingo, celebramos que nuestro Salvador Jesús resucitó de los muertos y es Señor soberano y generoso sobre toda su iglesia. Es un día de doble celebración hoy para los que vivimos en los Estados Unidos de América, ya que festejamos la independencia de este país. Tanto en los Estados Unidos, como en todos los países del continente americano, una vez al año honramos a quienes tuvieron el valor de independizarse, de cortar los lazos con quienes, de alguna forma, mantenían a los habitantes de este continente bajo servidumbre. Y los honramos con justa razón, ya que su obra nos legó un espacio propio donde desarrollarnos y prosperar bajo la bendición divina.

    Es posible que no podamos entender en toda su magnitud lo que significa luchar por la independencia, porque para nosotros ya es historia y no tuvimos que pasar por las luchas y los desvelos que nuestros próceres pasaron. ¡Cuánto esfuerzo hicieron otros para que nosotros hoy disfrutemos una vida independiente! ¡Cuánta sangre derramada nos abrió el camino a la libertad! Este día de la independencia me hace pensar en la liberación que el Señor Jesús nos trajo cuando, mediante su sacrificio y el derramamiento de su sangre, nos liberó de la servidumbre al pecado, al diablo, ¡y aún a nosotros mismos! Jesús se merece toda nuestra honra. ¡Honor y gloria al libertador del mundo! Ciertamente, no tenemos ni idea del dolor, los desvelos y el sufrimiento que él pasó para lograr nuestra salvación. Apenas podemos imaginar cuántas incomprensiones e injusticias tuvo que soportar Jesús para que tú y yo podamos vivir en paz con Dios y con nuestro prójimo.

    Al leer la historia de Jesús en las Escrituras encontramos que, en vez de ser honrado por sus compatriotas, fue avergonzado una y otra vez. Es posible que su propia familia estuviera algo avergonzada por algunas cosas que Jesús hacía. Dice el evangelista Marcos en el capítulo 3 (:21) que su madre y sus hermanos salieron a buscarlo porque pensaban que Jesús «estaba fuera de sí». Él, que fue el ser humano más centrado que jamás haya existido, nacido en santidad, cuyo padre era Dios mismo, fue catalogado de tener un demonio (Juan 8:48, 52). Parece que su familia no llegó a decir tanto, pero nos queda en claro que «ni siquiera sus hermanos creían en él» (Juan 7:5) y que a sus propios vecinos —con quienes él se había criado— «les resultaba muy difícil entenderlo» (v 3).

    Según los evangelios, esta es la primera visita que Jesús hace a la sinagoga de su pueblo Nazaret después de su bautismo. Como los líderes de la sinagoga habían escuchado, y tal vez visto, algunos de los muchos milagros que Jesús había hecho a orillas del lago de Galilea, le ofrecen leer las Escrituras e interpretarlas para la congregación. Y Jesús lo hace. Nos dice el evangelista Lucas que Jesús lee el pasaje de Isaías que habla de la independencia que Dios vino a traer al mundo en su persona. Esta es la lectura de Jesús: «El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres, me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de la buena voluntad del Señor» (Lucas 4:18).

    Hubiera sido de esperar que los presentes saltaran de alegría y honraran a ese Jesús que había venido a traerles la independencia del pecado. Pero no fue así. Había una historia turbia sobre Jesús que corría de boca en boca como el chisme más grande de todos los tiempos. Nazaret era un pueblo muy pequeño, y como dice el dicho popular «pueblo chico, infierno grande», porque las noticias corren con viento a favor. Los nazarenos desconocían quién era el padre de Jesús. Ellos no estuvieron en la casa de María para escuchar de boca del ángel que Dios mismo vendría mediante el Espíritu Santo a concebir a su Hijo en el vientre de María. Solo sabían que María apareció embarazada sin haber estado casada. Y la voz se había corrido por todos lados, porque así es el chisme, se dispersa con más rapidez que las buenas noticias.

    Hasta en Jerusalén, distante a 150 km. de Nazaret, sabían que Jesús tenía un supuesto pasado no muy limpio. Lo trataron hasta de ser el fruto de una unión inmoral de María, vaya a saber con quién. Cuando los judíos confrontaron a Jesús en Jerusalén cuestionándole su origen, le dijeron abiertamente: «Nosotros no hemos nacido de un acto de inmoralidad» (Juan 8:41). ¡Qué atrevidos!

    Los compatriotas de Jesús no lo trataron mejor, ni tampoco sus parientes y sus hermanos, al menos por un tiempo. Se referían a él como ‘el carpintero hijo de María’. Un carpintero, artesano, no era la persona más indicada para ser un profeta que mereciera la honra de sus vecinos. Un artesano hacía trabajo a domicilio, muchas veces fuera del pueblo, por lo cual pasaba mucho tiempo fuera de la casa. Con un trabajo así no podía prestar mucho tiempo y atención a su familia. ¿Cómo podía este hombre, un carpintero hijo de padre desconocido, saber tanto de las Escrituras y hacer milagros antes nunca vistos? Y con sus preguntas lo deshonraron, no le dieron credibilidad, sino que intentaron avergonzarlo por su profesión y por su origen. ¡Qué honor era para Jesús ser hijo de María! Pero María era mujer, y la mujer no era tomada en cuenta en el linaje familiar. Al no mencionar a José, los líderes de Nazaret avergüenzan a Jesús un poco más.

    En este pasaje de Marcos se reflejan el honor y la vergüenza en el marco de la familia y los vecinos entre los que Jesús se crio. Los líderes de Nazaret no iban a darle honor al carpintero que, según se decía en el pueblo, había nacido de un acto de inmoralidad. Ellos querían el honor para sí mismos. ¿Cómo reacciona Jesús ante tanta humillación y vergüenza? Con palabras duras y muy claras: «No hay profeta sin honra, excepto en su propia tierra, entre sus parientes, y en su familia» (v 4). Sí, su propia gente lo avergonzó en lugar de honrarlo. ¿No traía acaso Jesús noticias de liberación? ¿No eran estas buenas noticias? Y así el Señor Jesús se va, asombrado por la incredulidad de ellos.

    Pero el buen libertador no se da por vencido. Hay otros en los alrededores que necesitan ser independizados de sus pecados, de sus miedos y ansiedades. No muy lejos de allí hay personas que necesitan ser liberadas del diablo y de la condenación eterna. El camino a la independencia continúa a pesar de los nazarenos. Jesús sanó a unos pocos enfermos y puso sobre ellos sus manos, «y siguió recorriendo las aldeas de alrededor para seguir enseñando» (v 6).

    Creo que todos sentimos vergüenza en algún momento. Yo me acuerdo cuando en mi niñez y adolescencia algo me daba vergüenza. Me ponía rojo como un tomate maduro. Parecía que se me incendiaba la cara del calor que sentía. Se ve que la vergüenza hace subir la sangre y nos delata delante de todos. Tal vez los nazarenos esperaban que Jesús se ruborizara con sus comentarios. Sin embargo, aunque Jesús fue avergonzado, mantuvo en alto el honor que le dio su Padre, el único Padre, el legítimo, de ungirlo para hacerlo el profeta que anuncia buenas noticias. Jesús estaba lleno del Espíritu Santo cuando proclamaba las buenas noticias de liberación. Estaba lleno del Espíritu Santo cuando luchó contra el pecado y el diablo, contra los nazarenos y los romanos y los judíos de Jerusalén. Lleno del Espíritu Santo Jesús se dejó arrastrar a la vergonzosa muerte en la cruz para dar su vida por nosotros. Su sangre derramada es prueba de su amor por nosotros.

    Jesús no vino a avergonzar a nadie, sino a honrar al mundo pecador con su presencia santa. Nos honró con su sacrificio, muerte y resurrección para que, perdonados de todas nuestras faltas, en vez de calores y colores nuestros rostros manifiesten el gran honor que sentimos por haber sido objetos del amor divino.

    Ciertamente, una vez que recibimos el inmerecido perdón de Dios nuestra vida cambia, aunque todavía nos den vergüenza algunas de las cosas que hacemos, aunque todavía deshonremos a Dios cuando desconfiamos de él y de sus promesas, y cuando no lo tomamos en cuenta para cada aspecto de nuestra vida. Y están los otros, los que buscan avergonzarnos, los que fabrican chismes para desacreditarnos y sacarnos el honor de vivir libres en Cristo. Y está también nuestra historia, que amontona esas cosas que quisiéramos borrar de un plumazo porque nos dan vergüenza. La buena noticia es que Jesús se hizo cargo también de nuestra historia, llevando nuestros actos desvergonzados a la cruz para borrarlos del libro de cuentas y deudas. Por su muerte y resurrección, Dios nos da el honor de ser sus hijos, nacidos de la más pura moralidad y santidad. Dios mismo es nuestro Padre.

    Estimado oyente, ¿hay alguien que te avergüenza? ¿Sientes vergüenza por pecados pasados o presentes? Si es así, quiero recordarte que Jesús, mediante su Palabra y la iglesia cristiana, sigue caminando entre nosotros, poniendo las manos sobre nosotros y nuestras familias, beneficiándonos con su gracia que no se acaba nunca, honrándonos con su presencia en su Palabra, en el Bautismo y en la Santa Comunión.

    Ten presente también que nosotros estamos a tu disposición, por si de alguna manera te podemos ayudar a ver la gracia que Dios nos mostró en Jesús. Si tienes interés, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.