+1 800 972-5442 (en español)
+1 800 876-9880 (en inglés)
PARA EL CAMINO
TEXTO: Hechos 1:1-11
Y ahora, ¿qué? La respuesta a esta pregunta no es difícil. Jesús es claro. En la lectura para hoy nos dice que debemos ser sus «testigos», así como lo fueron sus primeros discípulos, y testigos «hasta lo último de la tierra». ¿Quién es un testigo? Aquél que siempre dice la verdad en amor.
Generalmente, cuando leemos el libro de los Hechos de los Apóstoles, a lo que más atención prestamos es a las cosas que hacen los discípulos, o a las personas que aparecen en las narrativas. Pero si nos fijamos bien, veremos que este libro es un recordatorio de que, los acontecimientos que vemos relatados en sus páginas, no se deben a la sabiduría o el poder de ciertas personas, sino al poder y al propósito del Salvador Jesús quien todavía continúa actuando en el mundo.
El libro de los Hechos es un testimonio de que la Palabra de Dios sigue estando activa y obrando. Aun cuando Jesús asciende al cielo, el poder de su Palabra continúa obrando a través del poder de su Espíritu, cada vez que es compartida por esos simples pescadores y otros hombres y mujeres de escasa cultura. Gracias a ello, millones de personas, a través de los siglos, han llegado y siguen llegando a la fe.
En el texto para hoy, Jesús asciende al cielo para asumir el lugar de señorío y poder que le corresponde sobre la creación. Ya ha satisfecho la justicia del Padre al cumplir literalmente con los requerimientos necesarios para lograr la vida eterna para todo aquél que en él cree. Y ahora, antes de irse, Jesús mismo encarga a estos nuevos creyentes con sus Buenas Noticias y los envía al mundo… para que todo el mundo llegue a la fe en él a través de su testimonio.
¡Qué momento increíble y monumental en la historia de la humanidad! Cuando me imagino a los discípulos parados allí, boquiabiertos, mirando a Jesús ascendiendo a los cielos y diciéndoles todo esto, me pregunto qué habría pensado yo si hubiera sido uno de ellos. Trata de imaginar que tú también estás allí con ellos, mirando a Jesús ascender a los cielos… imagina a ese niño nacido en Belén, a ese Jesús que apenas unas semanas antes había sido clavado a una cruz, y que ahora está subiendo a los cielos como aquél que ya no sólo domina el viento y las olas, sino como el Señor y Salvador que reina también en los cielos. Se me ocurre que una de las preguntas que cruzaría por mi mente, sería: ‘Y ahora, ¿qué?’
Justo antes de ascender a los cielos, el texto bíblico elegido para hoy registra las siguientes palabras de Jesús a sus discípulos: ‘No les toca a ustedes saber el tiempo ni el momento, que son del dominio del Padre. Pero cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo recibirán poder, y serán mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.’
Y ahora, ¿qué? En realidad, la respuesta a esta pregunta no es difícil. Jesús es claro. En la lectura para hoy, él dice que debemos ser sus «testigos», así como lo fueron sus primeros discípulos, y testigos «hasta lo último de la tierra». ¿Quién es un testigo? Aquél que siempre dice la verdad en amor.
Y ahora, ¿qué? Ahora, entonces, tenemos la oportunidad de ser testigos de este Jesús a todas las personas que quieran escucharnos. Para los cristianos las cosas no han cambiado mucho en los últimos dos mil años. Cada domingo nos reunimos en la iglesia para fortalecernos con la Palabra de Dios a través de su Espíritu Santo. Lo hacemos no sólo para ser edificados, sino también para recibir poder para dar testimonio de Aquél que es el centro de nuestra vida ahora, y por la eternidad. Porque como testigos de Jesucristo tenemos mucho para compartir, ¿no es cierto? Se me ocurre que los primeros discípulos se animaron entre sí recordándose mutuamente todas las cosas que habían visto y oído mientras estaban con Jesús. Sí, tenían muchas cosas para compartir. Y nosotros también.
Jesús es el Mesías prometido de Dios, el Salvador ungido por Dios, el Niño de Belén, el Rey de Reyes, Aquél que transformó el agua en vino, que nos da motivos para celebrar, pero que también echó a los negociantes fuera del templo. Jesús es el Buen Pastor, el pan de vida y la fuente de vida eterna, el camino, la verdad, y la vida. Él es la resurrección; es el Rey que lava los pies de sus discípulos, que sirve a sus sirvientes, que sufre la cruz y el juicio para que nosotros, los pecadores, podamos ser salvos. Él es el Alfa y el Omega, el principio y el fin, Aquél que va a volver a juzgar a los vivos y a los muertos.
¡Hay tantas cosas para decir sobre Jesús! Cuando pensamos en todo lo que él fue y en todas las cosas que dijo e hizo, ¿cómo no vamos a reconocer que Jesús fue y es todas esas cosas también por ti y por mí? ¡Sencillamente, maravilloso! Entonces, como creyentes que somos, recordamos quién es Jesús para nosotros, a la vez que damos testimonio de él para que muchos más no sólo se maravillen como nosotros, sino también crean y sean bendecidos. No olvidemos que, cuando compartimos nuestra fe y nuestra necesidad de Cristo con los demás, él bendice nuestro testimonio con el poder de su Espíritu Santo.
No me cabe duda que esos primeros discípulos estaban asustados y nerviosos. Después de todo, ¿cómo iban a hacer para ser testigos de su Maestro desde Jerusalén, donde ellos estaban, hasta lo último de la tierra, hasta lugares donde ni siquiera sabían llegar en su imaginación? Por ello es que necesitaban recordar la promesa que Cristo les había hecho ese día de que iban a recibir el Espíritu de Dios, y que él les iba a dar poder para ser testigos. Y es por ello que nosotros también necesitamos sentarnos ante la presencia de Cristo, a través de la Palabra llena de su Espíritu, para recibir poder para hacer aquello que está más allá de nuestra capacidad, que es dar testimonio de él para el bien de los demás.
Teniendo, entonces, en tu vida, la Palabra de Dios llena de su Espíritu, no puedes decir que Dios no puede usarte. Como dice la Biblia: Dios es el alfarero, tú eres el barro. Él tiene «buenas obras» preparadas para que nosotros hagamos. Él multiplica nuestros éxitos, y nos da fuerza para superar nuestros fracasos. No subestimes lo que la Palabra de Dios, las Buenas Nuevas del Evangelio, puede hacer a través de ti. Porque el Dios de los cielos capacita a sus criaturas para que hablen en su nombre, y comunica su gracia a través de aquéllos que más la necesitan. ¿Por qué? Para que todos sepan que las Buenas Noticias de Dios no son palabras de ayuda para el momento, sino palabras de gracia hasta la vida eterna.
En su libro ‘El aplauso del cielo’, el conocido autor Max Lucado escribe:
«El nacimiento de Jesús fue anunciado primero a los pastores. Ellos no le preguntaron a Dios si estaba seguro de lo que estaba haciendo. Si el ángel hubiera aparecido ante los teólogos, primero habrían consultado sus comentarios. Si hubiera ido a la élite de la sociedad, primero habrían mirado alrededor para ver si alguien los estaba mirando. Si hubiera ido a los triunfadores, primero se habrían fijado en sus calendarios.
Por eso fue a los pastores. Hombres que no tenían ninguna reputación que proteger, o hacha que afilar, o escalera que trepar. Hombres que no sabían tanto como para decirle a Dios que los ángeles no le cantan a las ovejas, y que a los Mesías no se los encuentra envueltos en trapos y durmiendo en un pesebre para animales.»
Lucado continúa diciendo. «Si alguna vez vas a la Tierra Santa, fuera de Belén hay una pequeña catedral que supuestamente marca el lugar del nacimiento de Jesús… Uno puede entrar en ella y admirar la construcción antigua. O se puede agachar para entrar a la cueva donde una estrella incrustada en el piso señala el nacimiento del Rey. Es cierto: para llegar allí, uno tiene que agacharse. La entrada es tan baja, que no se puede pasar estando parado.
Lo mismo es cierto cuando se trata de conocer y dar testimonio de Jesús. Uno puede ver el mundo y todo lo que en él hay… estando parado. Pero para ver al Salvador y ser su testigo, uno debe ponerse de rodillas. Entonces, mientras los teólogos discutían, y la élite soñaba, y los poderosos roncaban… los humildes estaban de rodillas. Estaban de rodillas delante de Aquél que sólo los humildes pueden ver: el Salvador Jesús.»
Nuestro testimonio comienza cuando nos ponemos de rodillas y adoramos a aquél que vino a dar su vida por todos y cada uno de nosotros. El Señor Jesús todavía hace que muchos se arrodillen pero no por miedo, sino por humildad, agradecimiento y fe.
Volvemos a leer una porción del texto para hoy. «Y él les respondió: ‘No les toca a ustedes saber el tiempo ni el momento, que son del dominio del Padre. Pero cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo recibirán poder, y serán mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.’
Y ahora, ¿qué? ¡Testigos, en el poder del Espíritu, hasta lo último de la tierra! Me gusta mucho la frase «en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra». No hay dudas que Jesús los hizo jugar con la imaginación a sus discípulos. ¿Será que también nos está haciendo jugar con nuestra imaginación a nosotros hoy? ¡Por supuesto! Pero sin culpas. Nada de sentirnos mal por las cosas que no podemos hacer, o los lugares a donde no podemos ir. Lo que Jesús simplemente dice es que su Evangelio no puede estar encerrado en nuestras vidas. Por lo tanto, ¡hagámoslo salir!
Gracias a que el Evangelio de Jesús está en nosotros, tenemos la posibilidad de compartirlo primero con nuestros vecinos y compañeros de estudio o trabajo (Jerusalén), luego en nuestras comunidades (Judea), y luego en nuestras ciudades (Samaria) e incluso en otros países fuera de nuestro alcance (lo último de la tierra). Los testigos van allí donde la Palabra los lleva. Van allí donde están las personas que necesitan oír la Palabra de Dios. El ir donde están las personas no es simplemente un asunto geográfico, sino también espiritual. Los testigos vamos allí donde es necesario, y caminamos junto con aquéllos que están sufriendo y luchando con su culpa y vergüenza. Vamos hacia ellos de la misma forma en que Cristo viene a nosotros. Al igual que Jesús, buscamos a los incrédulos allí donde ellos están.
Se dice que: «Los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan registran que Jesús tuvo 132 encuentros con personas. Seis de ellos tuvieron lugar en el Templo; cuatro en las sinagogas, y 122 sucedieron con personas en la vida cotidiana.» Vamos allí donde va la Palabra de Dios, llevando un mensaje que ofrece esperanza a los demás, a la vez que nos alienta a nosotros.
Hay muchas personas que piensan que dar testimonio de Jesús es algo sofisticado. Pero muchas veces no es más que vivir de manera diferente a los demás, o compartir una palabra de consuelo. Dar testimonio de Jesús en las cosas de cada día hace que quienes nos ven se den cuenta que, para nosotros, este Jesús es la llave, el centro y la razón de todas las cosas. Y, cuando ven eso, ellos también quieren conocerlo.
En el programa radial ‘Enfoque en la familia’, el Dr. Bob recientemente contó la siguiente historia real acerca de un pastor amigo de Tejas. Dijo: «Un día, este pastor salió apurado de su trabajo, pues tenía muchas cosas para hacer. Tenía que ir al shopping a comprar unas cosas, recoger a su hija de la escuela y llevarla a casa, luego tenía una reunión con los diáconos, y más tarde reuniones de consejería pastoral. Cuando estaba en el shopping, en un negocio de música ofrecían «2 CDs por $9.99». Como era fanático de la música, decidió que no podía dejar pasar semejante oferta, así que entró y eligió 2 CDs que hacía tiempo quería comprar. Mientras sacaba el dinero para pagar, se puso a conversar con otros clientes, sin prestar atención a la cajera. Con los CDs pagos y el recibo en la bolsa, salió del shopping y se dirigió a su automóvil. Ya dentro de él se dio cuenta que, en vez de cobrarle $9.99, la cajera le había cobrado solamente $1.99. Lo primero que pensó fue que no tenía tiempo para volver al negocio y arreglar el error. Pero una vocecita dentro de él le decía: «No tienes tiempo para NO ir». Así es que regresó al negocio, hizo fila en la misma caja, y esperó hasta que le tocó su turno.
Cuando le explicó a la joven el error, ella le dijo: «No, en realidad no es un error.» «¿Cómo que no?», le replicó el pastor. «El aviso dice que ofrecen 2 CDs por $9.99, no por $1.99». Entonces ella le dijo: «Déjeme que le cuente el resto de la historia. Hace 17 años que me aparté de la iglesia. Últimamente, mi vida ha sido un desastre, por lo que decidí que necesitaba volver a la iglesia. Busqué la que me quedaba más cerca, y el domingo pasado fui allí por primera vez. Entré cuando ya el servicio había comenzado, y me senté en el último banco. El pastor habló sobre la integridad. Ese pastor era usted. Cuando lo vi haciendo fila, me pregunté si sería cierto que lo que predicaba el domingo también lo vivía el resto de la semana, y me propuse tratar de descubrirlo.»
Luego agregó: «Pastor, ni siquiera sé qué preguntas hacer, pero sí sé que usted tiene lo que yo necesito». Y se puso a llorar.
El testimonio de la vida de fe… vivido en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y donde sea que el Señor nos lleva. ¿Crees que esa joven habría vuelto a la iglesia si el pastor no hubiera regresado al negocio luego de descubrir el error? Nuestro testimonio, incluso en las cosas de todos los días, hace una diferencia en la vida de los demás porque el Salvador lo es todo para todos, no sólo para nosotros.
Jesús lo dijo, por lo tanto es verdad: nosotros vamos a ser sus testigos por todo el mundo. Como testigos tenemos mucho que decir acerca de lo que Jesús significa para nosotros y para todos. Porque en Cristo todos podemos recibir y disfrutar de un amor que escapa a toda comprensión y descripción humana… de una vida que perdura para siempre… de una justicia que nunca será empañada… de una paz real que supera todo entendimiento… de descanso en medio de un mundo caótico… de alegría que va más allá de una simple felicidad… de una esperanza que permanece y nunca nos decepciona… y sí, de recursos espirituales que nunca, nunca, se acabarán. ¡Da testimonio de todo esto a quienes aún no lo saben!
¡Qué día maravilloso debe haber sido cuando Jesús ascendió al cielo! Esos discípulos apenas estaban comenzando a darse cuenta de cuán hermosas podían ser sus vidas como testigos para los demás. Es normal sentirse sobrecogido por Jesús. Es normal darse cuenta que el poder de tal testimonio escapa a nuestro entendimiento. Pero recuerda quién es Jesús, y ponte a disposición de él. Mantente abierto a quien sea que él trae a tu vida. Y recuerda que él contestó la pregunta: «Y ahora, ¿qué?», cuando en tu bautismo te encargó que fueras su testigo en tu hogar, en tu vecindario, en tu comunidad, en tu trabajo, dondequiera que sea que la Palabra llena del Espíritu Santo te lleva. En medio del desconcierto y sufrimiento de la nueva realidad que estamos viviendo, hoy, más que nunca, quienes te rodean necesitan que compartas con ellos a ese Jesús que te hizo su testigo en tu bautismo.
Si de alguna manera podemos ayudarte en tu misión como testigo de Jesucristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.