PARA EL CAMINO

  • Y usted, ¿lo ha visto?

  • julio 25, 2010
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 20:18
    Juan 20, Sermons: 8

  • El Salvador, a través del Espíritu Santo, iluminó en la fe a María Magdalena, quien fue una de las primeras personas en ver al Cristo resucitado. Y usted, ¿lo ha visto?

  • En su momento, Nikolai Ivanovich fue un poderoso líder comunista. Como tal, jugó un papel muy importante en la revolución bolchevique de 1917 en Rusia. Por su total dedicación a su partido político y su habilidad para convencer a los demás a que también se afiliaran, Nikolai fue nombrado editor del periódico oficial soviético y miembro del famoso y poderoso ‘Politburó’ de Rusia. En 1930, Nikolai fue a hablar ante una multitud en la ciudad de Kiev. Totalmente convencido de lo que decía, y siendo el excelente orador que era, aprovechó la oportunidad para insultar, criticar y presentar pruebas en contra de Cristo y del cristianismo. Cuando terminó de hablar, y totalmente seguro del éxito de sus palabras, desafió a la multitud diciendo: «¿Alguien tiene alguna pregunta?».

    La multitud permaneció en silencio. Pero no el silencio que precede a las primeras notas de la música de un concierto, ni el que se siente en las montañas o en los bosques. No. El silencio que se apoderó de la sala fue un silencio incómodo. Es por ello que, cuando un anciano se levantó de su butaca y comenzó a dirigirse hacia adelante, todos comprendieron. Cada mirada estaba fija en él mientras subía los escalones hacia el escenario. Una vez allí, parado al lado del comunista que había tratado de convencerlos de que el cristianismo era una burla, el anciano miró a la multitud, respiró hondo, y gritó: «¡Jesucristo ha resucitado!». La multitud se quedó pensando en lo que acababa de escuchar. Esas palabras: ‘Jesucristo ha resucitado’, significaban que había esperanza para los que vivían con miedo, alegría para los que vivían en tristeza y dolor, paz y perdón para los que sufrían, y un futuro eterno. Sin perder más tiempo la multitud se puso de pie, se sacudió de encima la idea del ateísmo, y respondió al unísono: «¡Jesucristo ha resucitado!»

    Se me ocurre que, si por algún milagro de la gracia de Dios María Magdalena hubiera estado entre esa multitud ese día, sin duda alguna hubiera sido la primera en ponerse de pie y gritar a voz en cuello: «¡Jesucristo ha resucitado!» Hubiera sido la primera porque, hace casi dos mil años, ella fue la primera en llegar a la tumba vacía del Salvador, la primera en informar que el cuerpo de Jesús había sido robado, la primera en ver al Salvador resucitado, la primera en comprender la inmensidad de la gracia de Dios, la primera en proclamar: «¡He visto al Señor!»

    María Magdalena. En los últimos años se ha hablado mucho acerca de esta mujer del pueblo de Magdala, en Galilea. Esto no debería sorprendernos, pues vivimos en una época que busca la verdad, y a menudo cree que la verdad nunca se puede encontrar. Tenemos preguntas, y queremos respuestas. Queremos respuestas, por ejemplo, sobre María Magdalena y su relación con el Salvador. ‘¿Acaso era una prostituta?’, nos preguntamos. La Biblia nunca dice que lo fuera. Sí dice que había sido poseída por siete demonios, y que Jesús la había curado de dicha posesión satánica. ‘¿Será que María Magdalena amaba a Jesús?’ Por supuesto que lo amaba. ¿No amaría usted al médico que le sanó de una enfermedad que todos los demás expertos decían que era incurable?… O, ¿no amaría usted a la persona que rescató a su hijo que estaba a punto de ahogarse? María Magdalena amó a Jesús. Luego de haber sido sanada, ella, junto con muchas otras personas, siguió a Jesús y le ayudó económicamente, tanto a él como a sus discípulos. Lo amó tanto como para quedarse al pie de la cruz; tanto como para mirar cómo el soldado romano le atravesó el costado con una lanza, tanto como para ayudar a preparar su cuerpo frío y sin vida para el entierro. Sí, sin duda alguna, María Magdalena amó a Jesús.

    Pero, ‘¿será que María Magdalena amó al rabino de Nazaret como ama una amante o una esposa?’ La muy bien escrita e increíblemente incorrecta novela El código DaVinci, basándose en libros escritos cientos de años después de la muerte de María Magdalena, implica que entre ella y el Salvador hubo mucho más que una simple relación platónica. La gente quiere saber… ¿Acaso no dice el Evangelio de Felipe que Jesús besó a María? ¿Acaso no se encontró una tumba en Jerusalén que contenía cajas hechas de hueso con los nombres de Jesús y de María grabados en ellas? La respuesta a ambas preguntas es «sí». El Evangelio gnóstico de Felipe dice que Jesús besó a María. Con respecto a esto yo les podría decir que ese libro fue escrito más de cien años después de que ocurrieran los acontecimientos a los cuales hace referencia. Les podría decir que el beso del que allí se habla no es un beso romántico ni sexual. Les podría decir que hay que tener mucha y muy vívida imaginación para tomar un beso cordial y perfectamente aceptable entre familiares o amigos, y convertirlo en uno apasionado y con connotaciones sexuales como el que se dan marido y mujer. Podría decirles que todos los eruditos y expertos confiables dicen que esa supuesta tumba de Jesús no prueba nada.

    La gente quiere saber la verdad, por lo que hay muchísimos ‘expertos’ que NO son eruditos en la materia, que con gusto dan las respuestas que las personas quieren oír. Uno de esos ‘expertos’ dice haber descubierto que María Magdalena tenía un poco más de veinte años cuando se casó con Jesús, y 30 cuando dio a luz a su primer hijo. Otro ‘experto’, sin tener ningún fundamente histórico, dice que María Magdalena era una incrédula que murió a los 60 años en el sur de Francia. Otro ‘experto’, en su afán por hacerse famoso, dice que María Magdalena es el ‘discípulo amado’ de Jesús y autor del Evangelio de Juan. Como ven, hasta los ‘expertos’ imaginan muchas cosas.

    Si alguna de todas estas teorías fuera verdad, ¿no le parece que también se necesita mucha imaginación para creer que la Iglesia pudiera mantener ocultos todos estos secretos durante más de 2.000 años? ¿Alguna vez trató usted de mantener un secreto? ¿Cómo le fue? No es fácil, ¿no es cierto? Los secretos nos piden a gritos que los compartamos con otras personas; los secretos demandan ser sacados a la luz, ser revelados y divulgados. Sin embargo, los ‘expertos’ actuales insisten en hacernos creer que la Iglesia, nosotros, hemos logrado mantener ocultos estos secretos durante casi 2.000 años. ¡Qué tontería tan grande! Mírenos bien. ¿Le parece que estamos tan bien organizados y que somos tan buenos como para ocultar algo así durante tantos siglos? ¿Le parece que, en medio de tantas cosas que nos separan y dividen, íbamos a ser capaces de mantener guardado semejante secreto? Pueden creerme cuando digo que la Iglesia no tiene ni alberga secretos acerca de María Magdalena. Lo que sí tenemos es la verdad de Dios que el Espíritu Santo ha revelado en la Palabra inspirada y certera de Dios.

    En las páginas sagradas de las Escrituras encontramos que Jesús liberó a María Magdalena de su cautiverio demoníaco. Lo que la Biblia no nos dice es cómo se demostró esa sujeción satánica en María… y dado que la Biblia no dice nada, nosotros tampoco debemos decir nada. Si bien no sabemos cómo había sido María antes, sí sabemos cómo fue después. Sabemos que se convirtió en una mujer llena de gratitud por la gracia de Dios. Sabemos que se convirtió en una mujer que de muy buena gana apoyó al Salvador. Sabemos que, cuando el Señor fue crucificado, ella formó parte del grupo pequeño y fiel que se quedó con él hasta que él completó su obra redentora. Sabemos que María, al igual que muchas otras mujeres que habían perdido a un ser querido, fue a la tumba de Jesús para asegurarse de que todo estuviera como debía estar. Sabemos que, tres días después, María se sintió consternada y angustiada al encontrar abierta la tumba de Jesús y ver que el cuerpo de su Maestro no estaba allí. Sabemos que María, imaginando que alguien había robado el cuerpo de su Señor, fue invadida por un dolor y una tristeza tan profunda, que se puso a llorar.

    ¿Qué sabemos acerca de María? Sabemos que en algún momento, en medio de su dolor y desolación, Jesús se le apareció. Podemos comprender que ella no lo haya reconocido. Tenía los ojos llenos de lágrimas, y el corazón le apretaba de tanto dolor. Jamás se hubiera imaginado que su amigo muerto y enterrado se le iba a aparecer vivo. Ninguno de nosotros lo hubiera esperado. Es un hecho de la vida que los que están muertos permanecen muertos. No, María no reconoció a Jesús. Por eso es que, cuando Jesús le pregunta: «¿Por qué lloras?», ella le contesta: «Señor, si usted se ha llevado el cuerpo de mi Señor, dígame dónde lo ha puesto, y yo iré por él».

    Fue entonces que Jesús habló, diciéndole sólo una palabra: «María»…

    Algunas veces, cuando leo la Biblia, me digo a mí mismo: ‘¡cómo me hubiera gustado estar allí en ese momento!’

    Por ejemplo, me hubiera gustado ver los ojos del niño Isaac cuando su padre, siguiendo las órdenes de Dios, lo ataba y lo ponía sobre un altar para ofrecerlo como sacrificio… y luego ver la alegría y el alivio en el rostro de su padre Abraham cuando Dios le dijo que no le hiciera daño al muchacho, que ya había demostrado, al estar dispuesto a sacrificar a su único hijo, que temía y amaba a Dios (Génesis 22)… Me hubiera gustado ver el asombro del pueblo de Israel al pasar por el medio del Mar Rojo mientras Dios separaba sus aguas, y el alivio que habrán sentido al ver cómo ese mismo mar se tragaba los carros de guerra del Faraón de Egipto (Éxodo 14)… Me hubiera gustado ver los rostros de los tres hombres que fueron echados dentro del horno en llamas cuando se dieron cuenta que no estaban solos allí dentro, sino que un ángel del Señor los acompañaba y protegía (Daniel 3)… Me hubiera gustado ver la cara que puso María cuando el ángel Gabriel le dijo que iba a quedar embarazada e iba a dar a luz al Salvador del mundo (Lucas 1)… Me hubiera gustado ver el asombro de los pastores cuando, mientras cuidaban sus ovejas, recibieron el anuncio del nacimiento de un Niño que traería gran alegría para todo el mundo (Lucas 2)… Me hubiera gustado ver el rostro del criminal que fue crucificado al lado de Cristo cuando escuchó que, el día que había comenzado con él colgado de una cruz, habría de terminar en el paraíso (Lucas 23:40-43)… Pero, si tuviera que elegir una ocasión, un solo acontecimiento de todos los acontecimientos descriptos en la Biblia, elegiría el momento en que el Señor Jesús resucitado se acercó a esta amiga abrumada y le dijo: «María»…

    ¿Qué habrá pasado en ese momento por la mente y el corazón de María? Primero debe haber habido reconocimiento. Ella escucha su nombre y reconoce el tono de voz: «María». Una simple palabra que rebosa de amor y borra toda tristeza de su corazón y todo dolor de su alma. «María». Se da vuelta, y lo ve: algo que era imposible se ha hecho realidad. «María». Se levanta, y se da cuenta que Jesús no es un espejismo, ni una ilusión, ni un engaño, sino la realidad suprema de Dios. Su Maestro, aquél que la había liberado del diablo, había vencido también la muerte. «María». Se acerca lentamente, y con alegría lo llama: «¡Maestro!» Lo abraza, tiene miedo que desaparezca otra vez de su vida. Si fuera por ella, lo retendría para siempre, pero él le encarga una tarea: «Ve y dile a mis discípulos que estoy vivo», le dice. Y así es que una María transformada va y hace lo que su Salvador le pidió. Una María transformada, sonriendo, riendo, llena de esperanza, va a decirles a los amigos de Jesús, que estaban encerrados y llenos de miedo: «HE VISTO AL SEÑOR».

    ¿Se dio cuenta que cuando María fue a hablarles a los discípulos ya no utilizó más la palabra «maestro», sino que les dijo «He visto al SEÑOR»? Es que, por el poder del Espíritu Santo, ella había recibido el conocimiento y la creencia que, si bien Jesús es el más grande educador que este mundo jamás haya tenido o vaya a tener, él también es mucho más que un maestro: es el Hijo perfecto de Dios, el Señor y Salvador del mundo. María dijo: «¡He visto al Señor!» Sí, durante su ministerio terrenal Jesús le había enseñado muchas cosas, pero ahora, teniendo fe en el Cristo resucitado, María iba a aprender sobre el perdón y la resurrección. Ahora María sabía que sus pecados habían sido borrados, y que su alma había sido salvada. Es por ello que me hubiera gustado estar allí cuando Jesús le dijo: «María». Me hubiera gustado escucharla cuando, por primera vez, trató de describir la resurrección de su Señor que el mundo pecador y sufriente había estado esperando. Me hubiera gustado escucharle decir esas palabras que habrían de cambiar al mundo, y a nuestras vidas, para siempre: «¡He visto al Señor!»… «¡Jesucristo ha resucitado!»

    Y si bien me hubiera gustado estar allí para ver todos esos acontecimientos, a medida que fui escribiendo este mensaje me fui dando cuenta que, aun cuando no estuve allí, he visto algunas de esas cosas. Hace ya como 30 años, un día una madre muy preocupada me pidió que fuera a visitar a su hijo que estaba en la cárcel, y así lo hice. Hablando por un teléfono con él a través del vidrio bien grueso que nos separaba, me enteré que ese muchacho había matado a un hombre con un bate de béisbol para robarle una montura de caballo que valía $30 dólares. A través de nuestra conversación, ese día el Espíritu Santo condenó a un pecador de su crimen y de las consecuencias de sus acciones. Pero ese mismo Espíritu también le mostró a su Salvador, quien había cargado cada pecado en su cruz. Ese día, el Salvador llamó a ese muchacho asesino por su nombre, y le cambió la vida para siempre. Nunca, nunca antes había visto bailar de alegría a una persona, pero ese día un asesino escuchó a Jesús llamarlo por su nombre, y bailó.

    «María», dijo Jesús. Estando parados al lado de la tumba de un niño, escuché cómo el Señor llamó a los padres doloridos y angustiados para que dejaran de mirar el féretro y pudieran ver el encuentro celestial que no tendrá fin. Lo escuché llamar el nombre de familias enteras a través del bautismo, y he visto cómo sus hogares han sido transformados por el Espíritu Santo de Dios. El nombre de «María» no fue más que el primero en ser pronunciado por el Salvador. Durante casi dos mil años, y en decenas de miles de idiomas, Jesucristo ha seguido llamando por nombre a los pecadores, y todos los que le han escuchado han recibido una alegría que va más allá de todo lo que las palabras humanas puedan explicar. El Salvador, que vivió una vida perfecta por ellos, que sufrió y murió por ellos, y que resucitó al tercer día por ellos, les ha hecho saber que la fe dada por el Espíritu Santo los libera de la condenación del pecado. Cuando un alma pecadora escucha cuando Jesús llama su nombre, ya no está más sola ni sentenciada a la condenación eterna.

    Hace años, el Seminario Teológico McCormick, en Chicago, tenía un profesor llamado Joseph Haroutunian. Habiendo inmigrado de Armenia, este profesor tenía un acento que hacía difícil que se le comprendiera, y un apellido aún más difícil de pronunciar. Un día, un amigo le dijo: ‘Si te esfuerzas, el acento que tienes lo puedes mejorar mucho; pero tu apellido… es imposible. Nadie puede decir Haroutunian. ¿Por qué no lo cambias a otro más fácil, como Harwood o Harwell, o algo por el estilo?’ A lo que él le respondió: ‘¿Qué significado tienen?’ ‘Ninguno’, le contestó el amigo. Entonces Haroutunian le dijo: ‘Cuando mi abuelo fue bautizado, lo llamaron ‘Haroutun’, que quiere decir ‘resurrección’. Yo soy Joseph Haroutunian, lo que quiere decir que seré un ‘hijo de la resurrección’, y así seré todos los días de mi vida’.

    Para que usted también sea un ‘hijo de la resurrección’, es que el Salvador le llama hoy por su nombre. ¿Le escucha? Él está diciendo su nombre en estos momentos.

    Si de alguna forma podemos ayudarle a escuchar el llamado del Salvador, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.