PARA EL CAMINO

  • Yo no puedo, pero Dios sí

  • octubre 28, 2012
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 8:36
    Juan 8, Sermons: 4

  • En la época de Lutero, a mediados del siglo dieciséis, la mayoría de las personas no sabían mucho acerca de Dios… y mucho de lo que sabían estaba equivocado. ¿Será que hoy día las cosas son muy diferentes?

  • Una iglesia grande estaba pensando en abrir una misión en otra zona de la ciudad. Antes de comprometerse a invertir dinero, trabajo, y oración, decidieron hacer un estudio extra oficial del lugar para ver si realmente era necesario comenzar allí una iglesia cristiana. Con tal fin, enviaron tres parejas de la iglesia a la estación de gasolina de esa zona con una lista de diez preguntas acerca de la Biblia, y la instrucción de entrevistar sólo a las personas que dijeran ser cristianas. Los no creyentes, los ateos, los agnósticos y los miembros de otras religiones eran automáticamente considerados como material misional.

    Cuando el pastor escribió esas diez preguntas, las hizo de tal forma que la mayoría de las personas que tuviera un conocimiento básico de las Escrituras sería capaz de contestarlas. A continuación les leo algunas de ellas. Por ejemplo: «¿Cuál era el nombre de la esposa que Dios le dio a Adán?» Una persona respondió, incorrectamente, que la esposa de Adán se llamaba Sofía. Otra pregunta era: «¿Puedes decir uno de los Diez Mandamientos que Dios le dio a Moisés?» Después de pensar un poco, una joven dijo: «No harás nada malo», lo cual en sí es cierto, pero no concreto como los mandamientos que Dios nos dio. A otro joven se le preguntó si sabía el nombre del profeta que había sido tragado por un gran pez. El joven, muy contento por creer saber la respuesta, inmediatamente contestó: «Pinocho». Y ninguna persona entrevistada pudo decir el nombre de los escritores de los Evangelios, que fueron Mateo, Marcos, Lucas y Juan, ni tampoco decir que ‘Judas’ fue el discípulo que traicionó a Jesús. Hacia el fin de la tarde los entrevistadores se sentían por un lado tristes, porque tantos cristianos no sabían nada de la Biblia, y por otro lado contentos, porque era evidente que el Señor había abierto una puerta para que su iglesia comenzara un trabajo misional en ese lugar.

    Es claro que esa no fue la primera vez en la historia que alguien se diera cuenta de la ignorancia de las personas con respecto a la fe cristiana. En el año 1528, hace ya casi 500 años, Martín Lutero también hizo una encuesta extra oficial en la ciudad alemana de Wittenberg, lugar donde vivía y enseñaba en la Universidad. Lutero encuestó a algunos predicadores y a personas comunes y corrientes sobre la Biblia y la historia de la salvación de Dios y, una vez completada su encuesta, llegó a la siguiente conclusión: «En lo que concierne a la Biblia y a la fe, la mayoría de las personas no sabe nada, o casi nada.» Es más, Lutero descubrió que muchos estaban convencidos que Dios estaba muy, pero muy enojado con ellos.

    Y las personas comunes y corrientes tenían una buena razón para creer que Dios estaba enojado con la raza humana: la razón era una enfermedad llamada ‘peste bubónica’, enfermedad que hoy sabemos es transmitida por las pulgas, y por lo tanto prevenible. Pero en ese entonces, en el siglo catorce, todo lo que sabían era que casi la mitad de la población de Europa había muerto por causa de ella. Muchos escritores registraron casos de personas que un día estaban totalmente sanas, y al otro día estaban muertas. Aun cuando es teológicamente incorrecto, un autor famoso lo describió diciendo que las víctimas de la peste bubónica tomaban el desayuno con sus familias en la tierra, y comían el almuerzo con sus antepasados en el cielo. Lo cierto es que muchas personas se morían, algunos pueblos se quedaban desiertos, las ciudades se veían diezmadas, y nadie podía explicar el por qué. Es fácil, entonces, comprender que hubieran llegado a la conclusión que Dios estaba muy enojado con ellos por causa de sus pecados.

    Si te estás preguntando cómo es que no se les ocurrió ir a la Biblia y leer acerca del amor de Dios que es tan grande que envió a su único Hijo a dar su vida para rescatarlos del diablo, del pecado, de la condenación eterna y de la muerte, también hay una razón para ello. En realidad, son varias las razones. La primera es que la mayoría de las personas de esa época, incluyendo un gran porcentaje de la nobleza, no sabía leer. Esto no era algo de asombrarse porque, después de todo, no había mucho para leer. La imprenta apenas estaba comenzando a desarrollarse, por lo que los libros eran copiados a mano, lo que los hacía sumamente escasos y tremendamente caros. Era como un círculo vicioso: las personas no leían porque no había libros para leer, y no había necesidad de producir libros porque las personas no podían leer. Y si esas dos razones no eran suficientes para que las personas no leyeran la Biblia, todavía había un tercer problema: prácticamente cada libro que existía, ¡estaba escrito en griego o en latín! Por lo tanto, con la peste bubónica sumando sus estragos a los desastres normales de la naturaleza, la gente se convenció que Dios estaba enojado con ellos.

    Pero no todas las personas pensaron así. Una excepción fue el Dr. Martín Lutero, erudito monje alemán que podía leer tanto latín como griego. Siendo profesor en la Universidad de Wittenberg, Lutero tenía acceso a muchos libros, incluyendo la Biblia. Algunos dicen que su curiosidad innata fue lo que lo llevó a abrir una Biblia por primera vez, pero el Espíritu Santo fue quien dirigió su lectura. Al estudiar la Biblia Lutero aprendió que, si bien los creyentes pueden hacer buenas obras en respuesta al amor del Señor, no pueden hacer nada para equiparar la balanza de la justicia y el juicio de Dios.

    También descubrió que la Biblia no se centra en nuestras fallas, errores, pecados, ineptitudes e incapacidades, sino que su propósito principal es contar la historia de la salvación y el amor de Dios para con los hombres. El Génesis, el primer libro de la Biblia, nos cuenta cómo Dios, en su amor, creó un universo perfecto y lo coronó creando al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza perfectas. Cuando ese hombre y esa mujer eligieron desobedecerle, su amor no cambió. Al contrario, Dios continuó amando a quienes le habían rechazado, y puso en marcha un plan para salvarlos de la condenación eterna a la cual su desobediencia los había destinado. En las palabras de la Biblia, Lutero descubrió esta innegable verdad: que Dios es amor. Su amor por las almas perdidas envió a su Hijo a nacer en un pesebre en Belén. Su amor hizo que Jesús viviera, sufriera y muriera en una cruz por nosotros. Su amor hizo que el sacrificio de su Hijo pagara el precio del rescate para que nuestros pecados sean perdonados, y así nuestro destino final sea el cielo, y no el infierno.

    Movido por este nuevo conocimiento y por la fe, Lutero trató de compartir con tantas personas como pudo esta reforma que Dios quería hacer en sus corazones y mentes. Como dijimos antes, Lutero se dio cuenta que la mayoría de las personas no sabían mucho acerca del Señor y que, lo poco que sabían, por lo general estaba equivocado. Para ayudarles a conocer la verdad de Dios, Lutero escribió un Catecismo, basado en la Escritura, en el cual da respuesta a las preguntas que las personas tenían acerca de Dios. Cuando sus escritos fueron rechazados por muchos en la iglesia, Lutero se dio cuenta que nadie tenía por qué aceptar sus escritos como verdaderos, ya que todo ser humano puede equivocarse. Entonces pensó que lo mejor era que cada persona pudiera leer directamente de la Biblia, y para ello decidió traducir la Biblia al alemán, que era el idioma de su país. Así fue como la Biblia llegó a manos del pueblo de Dios, y en la iglesia comenzó una reforma.

    Ahora, todo esto explica por qué las personas eran ignorantes con respecto a la Biblia en tiempos de Lutero, pero no explica por qué son tan ignorantes todavía hoy, cuando no hay pestes catastróficas que arrasan el mundo, cuando la mayoría de las personas saben leer, y cuando las Biblias abundan en casi todos los idiomas más hablados. Entonces, ¿por qué hay tantas personas que saben tan poco de ella?

    Se me ocurre que hay unas cuantas respuestas. Primero, porque muchos están confundidos, ya sea con las diferentes traducciones que hay de la Biblia, o con los mensajes muchas veces contradictorios que escuchan de distintos predicadores: uno dice que Jesucristo es Dios, mientras que otro dice que no; uno dice que somos salvos por gracia, mientras que otro dice que lo somos por obras. Unas denominaciones se preocupan por la revelación divina, mientras que otras se dedican a la revolución social. ¡Como para no estar confundidos!

    Nos confunden quienes critican la Biblia escribiendo libros en los que dicen que la iglesia es parte de una conspiración que oculta lo que realmente sucedió en Jerusalén el día que Jesús resucitó de la muerte. Nos confunden los supuestos eruditos que no tienen nada mejor que hacer que tratar de despedazar la fe de los creyentes. Nos confunden los programas científicos en la televisión y las revistas populares que se contradicen entre sí, pero que tratan de socavar la autoridad de la Biblia en toda ocasión que se les presenta.

    Si estás confundido con todas las religiones que existen en el mundo, y si te has cansado de buscar algo que al menos se asemeje a la verdad absoluta, puedes quedarte tranquilo. Escucha cómo explica Lutero por qué el cristianismo es único y por qué Cristo es el único Salvador que este mundo jamás va a ver. En su Catecismo Menor, un libro simple escrito para ayudar a los padres a compartir la historia del Salvador con sus hijos, Lutero escribió: «Creo que ni por mi propia razón, ni por mis propias fuerzas, soy capaz de creer en Jesucristo, mi Señor, y allegarme a él…»

    Para hacerlo un poco más fácil y corto, podemos decir que las palabras ‘no soy capaz’ forman la confesión que distingue al cristianismo de todas las otras religiones del mundo. Te invito a que investigues las cientos de religiones y divinidades que existen y que han existido a través de la historia de la humanidad, y verás que todas ellas, sin excepción, dicen: ‘Debes esforzarte… Debes esforzarte por cubrir el vacío que el pecado ha creado entre ti y tu dios… Debes esforzarte por pagar el precio por todo lo que has hecho mal… Debes esforzarte por encontrar la forma de cambiar en sonrisa el enojo de tu dios.’

    ‘Debes esforzarte’ es lo que las demás religiones dicen, y esfuerzo es lo que sus seguidores hacen. Así es que han adorado vacas sagradas y deificado gatos y ratas. Algunos se han atravesado ganchos en sus cuerpos y se han colgado. Otros han quedado ciegos luego de mirar fijamente al sol por cierto tiempo, y otros han comido los cuerpos en descomposición de personas que hacía meses estaban enterradas. ‘Debes esforzarte’, decían los dioses de los aztecas, a quienes estos trataban de apaciguar con sacrificios humanos arrancando los corazones todavía latentes del pecho de sus compañeros. Y estos no son más que algunos ejemplos.

    Espero que comprendas que cuando doy estos ejemplos no es para burlarme de la fe que tenían. Al contrario, admiro su fidelidad y los extremos a los que estuvieron dispuestos a llegar para ganar el favor de su dios. Es cierto que la mayoría de las personas hoy día no hace nada de eso ni se auto castiga o hace huelga de hambre como hizo Lutero en la celda de su monasterio. Ciertamente, las viudas aquí no son quemadas vivas en los funerales de sus esposos, y nuestros hijos no son ofrecidos como sacrificios vivos a un ídolo antiguo. No, hoy ya no se hacen esas cosas… pero se hacen otras.

    Las palabras «puedo y debo» siguen siendo parte de la doctrina de las grandes religiones del mundo actual. Quien profesa la fe hindú ‘debe’ sufrir y sacrificarse. En el islam es mandatorio hacer un peregrinaje, al menos una vez en la vida, a la Meca, así como son mandatorias las oraciones y las donaciones a obras de caridad, y los hombres bomba creen que su acto de sacrificio les abre automáticamente las puertas del cielo. Los budistas están siempre buscando, purificándose, tratando de alcanzar la iluminación perfecta, y los confucionistas queman dinero para demostrar su devoción a sus antepasados.

    ¿Ya he descrito tu religión? Si no lo he hecho, probablemente sea porque no te adhieres a ninguna de las mencionadas. Quizás no te guste la idea de tener que hacer, decir, ganar, dar, sacrificar, comprar, o robar algo para obtener el favor de tu dios. Quizás no creas en un dios o, si crees, crees en un dios que no se preocupa por ti. Si es así, déjame decirte que no eres la primera persona que piensa así, y tampoco serás la última. ¿Se te ha ocurrido alguna vez que sin Dios no hay bien y mal ni nada que te impida hacer lo que te dé la gana? Entonces, permíteme preguntarte: si Dios no existe, ¿quién puso en tu corazón el sentido de justicia y de indignación? Cuando miras al cielo o a un recién nacido, ¿quién te dice que la vida es mucho más de lo que podemos experimentar con nuestros sentidos? Si Dios no existe, ¿quién te ha dado una conciencia que te acusa cuando haces algo que no está bien? Tú sabes que puedes tratar de ignorar a Dios todo lo que quieras, pero él sigue estando. Y tanto sigue estando, que un día va a volver a juzgarte… y no hay nada que tú puedas hacer para evitarlo. Es por ello que Lutero dijo: «No puedo. Por mí mismo no puedo pagar por mi pecado, ni ganarme el cielo, ni cambiar las cosas. No puedo satisfacer a Dios. No puedo.»

    Pero este mensaje no termina ahí. Gracias a Dios, hay más para decir y buenas noticias para compartir. Las buenas noticias de Dios son que: «Cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). Otro texto subraya las buenas noticias de Dios, diciendo: «Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Romanos 6:23). Lutero creyó, como tantos millones más creen, y como espero que tú también creas que, si bien nosotros no podemos arreglar ni cambiar nada por nosotros mismos, Dios sí puede. En otras palabras: ‘Yo no puedo, pero Dios sí puede y quiere.’

    Armado con esa buena noticia, Lutero escribió: «Ni por mi propia razón, ni por mis propias fuerzas soy capaz de creer en Jesucristo, mi Señor, y allegarme a él, sino…». Esta última pequeña palabra cambia todo porque por mí mismo no puedo creer en Jesucristo ni llegar a él, «sino que el Espíritu Santo me ha llamado mediante el Evangelio, me ha iluminado con sus dones y me ha santificado y guardado mediante la verdadera fe, del mismo modo que él llama, congrega, ilumina y santifica a toda la cristiandad en la tierra, y en Jesucristo la conserva en la única y verdadera fe.» Yo no puedo, pero Dios sí puede.

    Lee la Biblia y descubrirás los cambios que Dios produjo en la vida de muchos. Fíjate un poco, y verás cuántas veces Dios ha triunfado en la vida de quienes te rodean. Si observas bien, verás cómo nuestra desobediencia es contrarrestada con el amor de Dios, cómo nuestra rebelión es recibida por su amor, y cómo nuestra testarudez, envidia, avaricia y codicia son cubiertas por su increíble amor. Sólo en la Biblia puedes aprender acerca de la gracia de Dios que dice que: «… de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquél que en él cree no se pierda sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16).

    Es mi oración que todas las personas que escuchan o leen este mensaje conozcan, por fe, ese amor de Dios que lo dio todo por nosotros, y sean salvas por la sangre derramada por Jesús. Si para ello podemos ayudarte de alguna manera, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.