PARA EL CAMINO

  • Yo soy débil, pero él es fuerte

  • septiembre 23, 2012
  • 10
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 2 Corintios 12:7-9a

  • La mayoría de nosotros pensamos que, al igual que en los cuentos para niños, deberíamos «vivir felices para siempre». Pero ¿es esto posible? ¿Está usted «viviendo feliz para siempre»?

  • A comienzos del 1800, los hermanos Jacobo y Guillermo Grimm decidieron servir a su patria coleccionando las historias y leyendas que durante generaciones se habían estado contando en Alemania. Algunas de ellas las conocemos bien: Blanca Nieves, Hansel y Gretel, la Cenicienta. Todas comienzan diciendo: «Había una vez…», y terminan con las palabras: «y vivieron felices para siempre».

    Si bien la mayoría de nosotros les hemos contado esas historias a nuestros hijos, e incluso a nuestros nietos, no todos conocemos los cuentos originales que coleccionaron los hermanos Grimm. Lo cierto es que, si les leyéramos a nuestros niños esos cuentos originales antes de dormir, no sólo no se dormirían, sino que, cuando se durmieran, tendrían pesadillas. ¿Por qué? Porque las historias y leyendas que se contaban en esa época no eran dulces y tiernas como las conocemos hoy nosotros. No lo fueron hasta que los hermanos Grimm se dieron cuenta que, si las cambiaban un poco, podrían hacerlas populares y ganar dinero con ellas. Fue así como surgieron los finales en los que los personajes «vivieron felices para siempre» y los cuentos comenzaron a tener una moraleja, y fue así que, años más tarde, Disney decidiría darles vida a través de dibujos animados y películas de cine.

    «Y vivieron felices para siempre». ¿Puedes decir lo mismo acerca de tu vida? ¿Estás «viviendo feliz para siempre»? Hace años, cuando servía como pastor en una parroquia, enseñaba una clase de Escuela Dominical de la cual participaban alrededor de doscientas personas. Había jóvenes y no tan jóvenes, personas ricas y personas pobres, algunos a quienes todo les iba bien, y otros que enfrentaban muchos desafíos.

    Un día, en una de esas clases alguien hizo la siguiente pregunta: «Cuando estemos en el cielo, ¿nos vamos a reconocer?» Como sé que hay personas que no quieren que se las reconozca en el cielo, y que algunas parejas dicen que no quieren ver a su cónyuge en el paraíso, fui cuidadoso en las palabras que elegí para responder. Mi respuesta fue que por un lado, dado que al ser redimidos vamos a estar libres de los estragos del pecado, y dado que por el sufrimiento, muerte, y resurrección de Jesucristo vamos a tener cuerpos glorificados, sin duda vamos a pasar por una transformación. Pero, por otro lado, la Escritura no dice nada que indique que vamos a perder nuestra individualidad; al contrario, lo que la Escritura parece indicar es que mantendremos nuestras respectivas identidades.

    Mientras esperaba por si alguien quería hacer otra pregunta, me llamó la atención una de las señoras de nuestra iglesia. Tenía más de ochenta años, pero no los representaba. Nunca había estado enferma, y había logrado hacer todo lo que se había propuesto. Tenía una linda familia, y siempre estaba sonriendo y animando a los demás. En pocas palabras, era el prototipo de la persona mayor que todos quisiéramos ser cuando lleguemos a esa edad. Pero esa mañana las cosas eran diferentes. Cuando la miré, vi que tenía la cabeza inclinada y que estaba llorando. Así que después de la clase me le acerqué, y le pregunté: «¿Se siente bien?» «Sí, estoy bien», me dijo. «Pero noté que estuvo llorando», le dije. «Sí», me contestó. «¿Está segura que está bien?» «Sí», me respondió. Así que dejé de insistir.

    A los pocos días esa señora apareció en mi oficina. Con lágrimas en los ojos me contó cómo, hacía sesenta años, había perdido un bebé recién nacido. Me contó cuánto había sufrido al principio, y cuánto seguía sufriendo cada vez que pasaba frente al cementerio. Finalmente me dijo que en esos sesenta largos años lo que nunca dejaba de darle vueltas en la cabeza era si cuando llegara al cielo iba a reconocer a su bebé. ¿Por qué nunca lo preguntó? Por temor a recibir la respuesta que no quería escuchar. La señora que aparentemente «vivía feliz para siempre», en realidad no era tan feliz.

    «Y vivieron felices para siempre». ¿Puedes decir lo mismo de ti? ¿Estás viviendo feliz para siempre? Probablemente algunos de ustedes dirían: «Tan feliz como se puede», y otros: «Podría ser peor». Unos pocos me darían una lista con todos los problemas que tienen, y los más religiosos me dirían: «Todos tenemos nuestras cruces para cargar».

    ¿Cuál sería tu respuesta? ¿Dirías: «No puedo quejarme», o tratarías de hacerme creer que «tu vida no podría ser mejor»? Aun cuando ésa fuera tu respuesta, estoy seguro que, si pudiera sacar una radiografía de tu corazón, encontraría dolores, problemas, dificultades, y tristezas.

    Todas las personas han pasado (o pasan) por momentos, días o meses de dolor. Podrán tenerlos guardados en un lugar secreto para que nadie, ni siquiera sus afectos más cercanos, sepan que están allí, pero aún así saben que están y que son reales. Como alguien dijo una vez: «Las únicas personas que no tienen problemas son las que están en los cementerios». Lo que quiere decir que si estás escuchando o leyendo este mensaje, es porque estás vivo; y si estás vivo, con toda seguridad tienes algún problema.

    «Y vivieron felices para siempre». La mayoría de nosotros estamos convencidos que deberíamos vivir felices para siempre. La televisión, el cine, los políticos, las novelas, por todos los medios la sociedad nos quiere hacer creer que la forma de vivir es «siendo felices para siempre». Hasta algunos predicadores le dicen a sus seguidores que Dios tiene la obligación de darles todo lo que quieren, porque tienen derecho a vivir felices y sin problemas. La razón por la que dicen esto es porque saben que, aunque no lo digan, casi todas las personas piensan que deberían ser más felices de lo que son… que el «vivir felices para siempre» no es algo reservado únicamente para los cuentos de hadas o las fábulas alemanas.

    Entonces, ¿quién tiene la culpa de que la vida no sea justa? ¿Quién es responsable de que no «vivamos felices para siempre»? No sabiendo a quién más echarle la culpa muchos se la echan a Dios, haciendo el siguiente razonamiento: si Dios es bueno, entonces quiere que las personas sean felices; y si Dios es todopoderoso, entonces puede hacer lo que quiere. Por lo tanto, si las personas no son felices, es porque Dios no es bueno o no es todopoderoso, o no es ninguna de las dos cosas.

    Perfectamente lógico, ¿no es cierto? No podemos menos que concluir que, si Dios quiere que vivamos felices para siempre, y si él tiene poder para hacer que eso suceda, debería hacerlo. De lo contrario o no le importamos, o no tiene poder para lograrlo. Aunque cueste creerlo, debo decir que hay muchos cristianos que, por más que no lo digan en voz alta, piensan de esa forma. Es por ello que, cuando se enferman, en silencio preguntan: «¿Por qué me está haciendo Dios esto a mí, que soy una persona buena?» Y los incrédulos y escépticos se aprovechan cada vez que ocurre un desastre o sucede una tragedia, diciendo: «Si a Dios realmente le importara, no habría permitido que algo así sucediera.»

    No voy a contradecir estos argumentos, porque no puedo. La lógica que siguen es bien lógica, el razonamiento es sólido, y lo que dicen es cierto. Por ejemplo, es correcto decir que Dios se preocupa por las personas y que quiere que sean felices, porque así es. Cuando Dios creó el universo y todo lo que en él hay, todo era perfecto. Por lo tanto, cuando Adán y Eva se encontraron en el Jardín del Edén, estaban rodeados de perfección. Dios lo había hecho así para que sus hijos pudieran «vivir felices para siempre». Sí, es cierto que Dios se preocupa por nosotros y quiere que seamos felices.

    Entonces, si Dios de veras quiere lo mejor para nosotros, y si de veras quiere que «vivamos felices para siempre», la otra posibilidad que nos queda es que él no tiene suficiente poder para hacer que así sea. ¿Es eso lo que tú piensas? ¿Es eso lo que crees? Si eso es lo que crees, tienes toda la razón. Hasta donde yo sé, el poder del Señor no es capaz de hacer que los seres humanos, que somos pecadores, seamos felices todo el tiempo. Pensemos un poco. ¿Cómo puede Dios, por ejemplo, hacer feliz tanto a una persona acusada de molestar a un niño, como a los padres de ese niño? ¿O cómo puede Dios hacer feliz al ladrón que roba un negocio, y al dueño de ese negocio? ¿O cómo puede Dios hacer feliz tanto a la persona que por manejar bajo los efectos del alcohol atropella a una madre, como a los hijos de esa madre? ¿O cómo puede Dios hacer feliz a un extremista islámico y a un cristiano comprometido? Cuando miramos un poco a nuestro alrededor, nos damos cuenta que Dios no puede hacer felices a los pecadores.

    Y ese es el problema. Cuando Adán y Eva pecaron, le dijeron a Dios: «Señor, no queremos la felicidad que tú nos has dado, sino que queremos forjar la nuestra, queremos lograr nuestra propia satisfacción». Y con ese pensamiento la humanidad comenzó la búsqueda infructuosa, desesperada e imposible para poder «vivir felices para siempre».

    ¿Te parece que estoy exagerando? Pensemos un poco. ¿Cuántos padres hay en el mundo que no pueden alimentar a sus hijos como corresponde? ¿Cuántos jóvenes han marchado a la guerra para nunca más regresar? Sí, es cierto que algunas guerras fueron necesarias. Pero aún eso, la necesidad de resolver un conflicto con una guerra, demuestra que el ser humano aún no ha encontrado la forma de «vivir feliz para siempre».

    Generación tras generación, la búsqueda de la fórmula que nos permita «vivir felices para siempre», continúa… pero continúa siempre en los lugares equivocados. ¿Podemos encontrar la felicidad en el dinero, en el éxito, en el poder, o en los títulos? Todas estas cosas son las que el hombre busca en su afán por ser feliz. Pero la historia nos dice que el dinero no logra comprar lo que nuestros corazones desean, que el éxito se acaba más rápido de lo que llevó alcanzarlo, que el poder es fugaz, y que aun los eruditos son incapaces de responder las grandes preguntas de la vida. No, Dios no puede hacer que los pecadores como tú y yo vivamos felices para siempre. Lo máximo que podemos esperar es «ser más o menos felices de vez en cuando.»

    Pero «ser más o menos felices de vez en cuando» es algo muy diferente a «vivir felices para siempre». Tú lo sabes, yo lo sé, y más importante aún, Dios lo sabe. Creo que estarás de acuerdo conmigo en que, hasta ahora, este mensaje ha sido bastante deprimente. Ni tú ni yo podemos cambiar la verdad de lo que se ha dicho. Pero hay Alguien que no sólo PUEDE, sino que también QUIERE cambiar las cosas. Alguien que, en realidad, ya HA cambiado las cosas. Ese «Alguien» no es ni más ni menos que el Dios Trino, el Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, el Creador de los cielos y la tierra, el Dios de los cristianos.

    Sé que antes dije que Dios no podía hacer que los hombres pecadores «vivieran felices para siempre». Pero eso no quiere decir que haya que dejar a Dios de lado. Cuando nuestros antepasados pecaron y decidieron arreglárselas por sí mismos, Dios no dejó de amarlos. En ningún momento Dios les dijo: «Está bien, si eso es lo que quieren hacer, háganlo, pero si no les va bien, después no vengan a mí llorando.» Usted y yo hubiéramos dicho algo así, pero Dios no. Dios miró a sus hijos pecadores, y dijo: «Por más que ustedes no me quieran, yo los sigo queriendo; y porque los quiero, voy a hacer lo que sea necesario para que ‘vivan felices para siempre’.» Y fue entonces que prometió enviar al mundo un Salvador que habría de pagar el precio por nuestros pecados.

    Esa promesa la cumplió cuando, hace un poco más de 2000 años, su hijo Jesucristo nació en Belén. Por haber sido concebido por el Espíritu Santo, Jesús fue verdadero Dios, y por haber nacido de la virgen María, también fue verdadero hombre. Jesús vino al mundo y dedicó toda su vida a salvarnos de nosotros mismos. Su tarea no fue nada fácil; fue una tarea que demandó que en cada segundo de su vida él fuera e hiciera todas aquellas cosas que van en contra de lo que natural y normalmente queremos ser y hacer. Para restaurar la armonía de la humanidad con Dios, Jesús vivió cada momento de su vida resistiendo las tentaciones que son tan apetecibles para los hombres, y cumplió con cada uno de los mandamientos que nosotros tan fácilmente transgredimos.

    Lamentablemente, como ya hemos dicho, un Dios perfecto no puede hacer felices a los hombres pecadores. Razón por la cual quienes rodeaban a Jesús respondieron como lo hicieron. Cuando Jesús sanó enfermos, las autoridades religiosas dijeron que no lo había hecho según lo ordenaba la ley. Cuando consoló a los abatidos y se ocupó de los marginados, muchos lo acusaron de juntarse con criminales. Uno de sus amigos más cercanos lo traicionó por unas pocas monedas de plata; sus otros discípulos lo abandonaron cuando se sintieron en peligro, y las mismas personas a quienes había venido a salvar lo rechazaron. Cargando con el peso de todas nuestras culpas y pecados Jesús fue clavado a una cruz, donde murió en nuestro lugar. Tres días después de que su cuerpo sin vida fuera puesto en una tumba prestada, Jesús volvió a la vida y proclamó al mundo que el perdón, la esperanza, la felicidad, y el cielo, son regalos que Dios da gratuitamente a todos los que creen en él como Salvador de sus vidas.

    Jesús había logrado lo que nosotros no pudimos ni podremos lograr nunca: Jesús había logrado darnos la posibilidad de «vivir felices para siempre».

    Quizás en estos momentos estés pensando que los cristianos no parecen estar «viviendo felices para siempre». Y es cierto, porque si bien los cristianos han sido perdonados por el sacrificio de Jesús en la cruz, siguen siendo pecadores que viven en un mundo pecador y que sufren las consecuencias del pecado. Pero también es cierto que los cristianos saben que el «ser felices para siempre» les está esperando en el cielo. Y más aún: cuanto más en armonía viven con la perfección y voluntad del Señor, más felices son sus días en este mundo.

    Cuando el apóstol Pablo se le quejó a Dios acerca de su ‘espina en la carne’, el Señor le dijo: ‘Pablo, bástate mi gracia; pues mi poder se perfecciona en tu debilidad.’ Habiendo comprendido lo que Dios le había dicho, Pablo pudo luego decirle a la iglesia en Galacia: «Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz. Jesucristo dio su vida por nuestros pecados para rescatarnos de este mundo malvado, según la voluntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (Gálatas 1:3-5).

    Por la gracia de Dios y el poder del Espíritu Santo, tú también puedes creer que nuestro amoroso y todopoderoso Dios desea que «vivas feliz para siempre». Un deseo que se hace realidad a través de la fe en él, un buen Dios que tiene poder para ayudarte a «vivir feliz para siempre» gracias a la vida y obra de Jesucristo.

    Si Dios te ha dado el deseo de conocerle más, no dejes pasar la oportunidad. Contáctanos en Cristo Para Todas Las Naciones, y con gusto te ayudaremos a conocerle mejor. Amén.